Conclusión: espacios eclesiásticos como alternativos y liberadores
Lo dicho anteriormente es importante puesto que ahora podemos terminar planteando al sujeto-religioso, o al creyente, como un individuo actor de cambios sociales, precisamente por militar en una institución eclesiástica que le permita constituirse en una comunidad, y de ese modo vivir su sujeticidad resistiendo la lógica que lo pretende objetivisar, ya que:
El individuo no puede vivir sin instituciones y papeles sociales, pero el sujeto no es la suma de tales papeles, mucho menos se identifica con un único papel. Instituciones totalitarias, opresivas, tratan de negar la sujeticidad (la calidad de ser sujeto) del individuo reduciéndolo a un papel social o a un conjunto de papeles, objetivándolo dentro del sistema.[1]
Esto significa que: “Cuando el sistema de mercado capitalista dice a una persona excluida del mercado que ella no tiene derecho a comer y por lo tanto a vivir, por cuanto no es consumidora (carece de dinero para vivir el papel de consumidora), acontece la negación de la sujeticidad de esa persona y su reducción a un papel económico.”[2] El reclamo de la Teología de la Liberación es en contra de lo que niega esas sujeticidaes, y por ende sólo objetiviza, haciendo a los individuos instrumentos del mercado y parte del proceso de producción: el de consumo. Empero, al no tener los medios económicos que marcan las reglas de juego no pueden participar y pasan a ser innecesarios por la propia ley del mercado. De este modo se convierte en un dios que justifica los sacrificios en pos de alcanzar su propio y único horizonte. Ante esto, la liberación y la conversión de sujetos acontece cuando las personas tiene el argumento en la resistencia:
El ser sujeto no se manifiesta en lo cotidiano, cuando vivimos nuestros papeles sociales como padres, maridos o esposas, profesores o consumidores. El ser sujeto se manifiesta en la resistencia a las formas concretas de dominación, cuando el individuo resiste a ser reducido a un mero papel social o a un conjunto de papeles.[3]
Y para que esto llegue a suceder es necesario que: “[…] la persona precisa negar las racionalizaciones legitimadoras producidas por las instituciones. Racionalización que es irracional, pues reduce el sujeto a un objeto. Por eso, algunos autores, como Hinkelammert, piensan ahora el concepto de liberación no apenas como la anticipación del Reino de Dios mediante la edificación de sociedades más justas y humanas, sino también como la recuperación del ser humano como sujeto.”[4]
Las relaciones cara a cara ayudarán en el proceso de liberación social y de enfrentamiento ante las lógicas totalitarias que niegan la calidad del ser-objeto a ser-sujeto. Esto ocurre: “Cuando el individuo se manifiesta y se experimenta como sujeto en la resistencia a las relaciones opresivas, él se puede reconocer como sujeto y, simultáneamente, reconocer el ser sujeto de otras personas más allá de todo y cualquier papel social. Es lo que al inicio hablábamos de la experiencia de la gratuidad en la relación cara a cara. Si no podemos hablar del sujeto como sujeto, no construir instituciones donde las personas no sean objetivadas, podemos vivir nuestro ser sujeto en la resistencia-lucha y en la relación sujeto-sujeto.”[5]
La organización en movimientos sociales, eclesiásticos, políticos, ecológicos y comunitarios, ayuda a “vivir nuestro ser sujetos en la resistencia y en la lucha contra las instituciones opresivas, precisamos participar de otra institución, precisamos actuar como actores sociales”.[6] Por ello, la organización implica resistencia, debido a que: “El único modo de preservar nuestra calidad de sujetos es no aceptar ser reducidos a ningún papel social, por más importante, ‘santo’ o ‘revolucionario’ que éste sea; y no sea aceptar la sacralización de ninguna institución o sistema social. Es la necesidad de la critica a la idolatría y del fetichismo”.[7]
Es precisamente en esta resistencia que se da, como se mencionó, en los núcleos de base, al crear forjar relaciones desde abajo y horizontales, rompiendo con la lógica vertical desde arriba. Precisamente, donde las religiones pueden funcionar como núcleos catalizadores de resistencia ante las lógicas totalitarias que intentan destruir al ser humano reduciéndolo a objeto de consumo y negarle otras alterativas. Los movimientos eclesiásticos siempre y cuando pregonen la libertad pueden funcionar como esos espacios alternativos, las imágenes de dios que construyan serán fundamentales si es que se desea participar en estos procesos.
Lo importante no es la continuidad de la Teología de la Liberación, sino la liberación de nuestras tradiciones religiosas para negar al dios que exige el sacrificio, y que propongan la gracia por encima de este método que cada día produce pobreza y violencia en nuestros contextos. Hoy, los movimientos eclesiásticos pueden funcionar como espacios donde se experimente el poder ser-sujetos resistiendo a la lógica de homogenización de dios. Reconstruir los símbolos ayudará a entender mejor el papel libertador en las religiones, para esto es menester construir nuevas pistas hermenéuticas al leer cada una de las tradiciones religiosas y buscar mediante el diálogo un camino en pos de la dignificación humana. La fe que nació de la conciencia de Abraham puede ser una de esas pistas, una fe que negó el carácter sacrificial de nuestros sistemas y que mediante la recuperación y el reconocimiento de la otredad, pudo discernir entre el dios que privilegia los sacrificios y aquel que opta por la vida, que emana de la gracia mutua de los actores sociales convirtiéndolos en sujetos de la historia y de su historia.
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