Posted On 08/12/2023 By In Opinión, portada With 641 Views

Repensar la Iglesia | Eduardo Delás

 

“Edificaré mi iglesia” (Jesús de Nazaret)

No basta con que la Iglesia exista, es necesario construirla continuamente de la mano del Espíritu, con el fin de leer correctamente los signos de los tiempos. Comenzamos.

La cristiandad ha muerto como fuerza social, política y cultural y vivimos en lo que se ha llamado la era post cristiana. Se ha terminado el poder hegemónico de las ideologías. Las sociedades se identifican hoy con historias menos grandiosas: grupos de interés, nuevos movimientos religiosos, identidades sexuales, confrontación de ideologías políticas (marxismo/neofascismo). Cuando añadimos a todo esto el cambio de cosmovisión de la cultura occidental, la globalización neoliberal, el cambio climático, los avances tecnológicos, las redes sociales, las crisis económicas, nos vemos obligados necesariamente a repensar como cristianos y como iglesia nuestro lugar en un mundo siempre nuevo y en constante transformación. No hacerlo, significaría legitimar la marginación y la irrelevancia del cristianismo en medio de la sociedad y la cultura contemporáneas.
Cuando se pregunta cómo creció tanto la iglesia primitiva, la mayoría responde que en gran parte sucedió porque eran verdaderos creyentes; porque existía en su fe una autenticidad real y, por tanto, dejaban obrar al poder del Espíritu. En teoría, si uno está dispuesto a morir por su fe, eso quiere decir que ha ido mucho más allá de una creencia fácil y superficial comprometiéndose con los valores del reino de una manera genuina. Por eso, el distintivo identitario de la primera comunidad cristiana, que sufrió persecución casi desde el principio, fue su cercanía a la esencia del mensaje y la experiencia vital renovada que le permitió sobrevivir en medio de los decadentes valores de la sociedad circundante.

Una iglesia que aparece ante el mundo como luz en medio de las tinieblas, es siempre una iglesia confrontada y perseguida que tiene la necesidad de desechar todo lo que sean impedimentos innecesarios para condensar y purificar su mensaje central. No se detiene en discusiones estériles, ni en imponer dogmas teológicos, ni en acumular tradiciones, porque extrae de su propia vida comunitaria todas las complejidades innecesarias que le impiden moverse ligera de equipaje (“Caminos Olvidados” A. Hirsch). En el corazón de una iglesia seguidora del Maestro existe una cristología desde abajo y desde dentro que visibiliza en realidades concretas y pragmáticas la vida y las obras de Jesús de Nazaret, porque entonces y solo entonces, el cristianismo se desprende de la religión para convertirse en la comunidad mesiánica que se renueva continuamente. El impacto social de la iglesia no tiene más misterio que la coherencia entre el mensaje y el mensajero, que es lo que proporciona autenticidad, autoridad y veracidad a la palabra. Solo entonces, la comunidad cristiana experimenta a Dios no como un “dios de iglesia”, sino como el Dios de la vida, incluyendo la iglesia.

Soli Deo Gloria.

Eduardo Delás Segura

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