31 de octubre de 2023
La Reforma protestante luterana del siglo XVI fue una revolución espiritual-hermenéutica que empujó a la Iglesia de Occidente –y nos empuja– a una praxis de vocaciones apasionadas y comprometidas con el bienestar, la dignidad y la justicia de quienes necesitan. Sus postulados y empeño evangélico trascienden tanto su momento histórico convulso como la condición humana de su principal líder.
Los reformadores luteranos fueron una nueva y joven generación de pastores, profesores, laicos y laicas que articularon y vivieron una manera novedosa y fiel de entender el evangelio. Cambiaron el statu quo orando, predicando, escribiendo y luchando. Una recién inaugurada y desconocida universidad en un pueblito al margen de las esferas de poder catalizó un movimiento extraordinario. Desde el margen se fermentó lo nuevo. Se solidificó el interés pastoral por la gente de a pie hasta que el centro no tuvo otro remedio que ceder y conceder espacio al Evangelio. Lo que se anquilosa y nos estanca en estos días son otros veinte pesos.
El luteranismo, siguiendo los pasos de estos jóvenes reformadores, nace en la universidad. Más aun, se cuaja en el tránsito entre la universidad, la iglesia y la plaza. Es en este tránsito diario que Martin Lutero y los líderes de la reforma hacían diariamente de la universidad al castillo o a la iglesia que conectaban su nueva manera de ver, entender e interpretar las Escrituras y la vida. Reflexionaban mientras caminaban por la calle principal de la ciudad y se detenían en la plaza y el mercado de agricultores a conversar y conocer de primera mano la vida dura de la gente de a pie. El luteranismo como movimiento debe calcar este significativo tránsito. Lo que decimos y hacemos en la Iglesia y la academia es en función de la acera y la plaza así como de la gente que por ellas transita y vive.
Las 95 tesis nos presentan esta revolución espiritual, hermenéutica y de praxis. La primera tesis documenta lo espiritual: Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: “Haced penitencia…”, ha querido que toda la vida de los creyentes fuera penitencia[1].
Algunas traducciones dicen ‘arrepentíos’ y ‘arrepentimiento.’ Esta tesis nos refiere al sistema penitencial medieval y al viator, la vida del creyente que iba desde el nacimiento hasta la muerte accediendo a los sacramentos, especialmente la confesión y el paso de un estado de pecado a uno de salvación mediante la administración de la gracia por la Iglesia.
Lutero reclama que esta vida no es un proceso automático ni eclesio-administrativo ex opera operato, sino que es una vida integral desde la gracia que nos lleva a vivir la fe con intensidad y gozo. Es una espiritualidad cotidiana sustentada en el amor incondicional de Dios en Jesucristo, su Palabra encarnada y viva. Toda la vida está cubierta por la gracia, toda la vida, y todo en la vida, es una oportunidad de dar gracias. Esta gracia no es una infusión o una serie de infusiones de diferentes dosis del amor de Dios a cuentagotas, sino un evento transformador que fermenta y equipa toda la vida para que ella toda sea doxología desde la cruz.
Lutero no seculariza lo espiritual, sino que espiritualiza lo secular como el campo de acción del Espíritu Santo. En este sentido la definición de espiritualidad de Justo González como la manera en que el Espíritu Santo habita en las personas[2] y las capacita para vivir la vida, da en el clavo. Esta revolución espiritual percolará en el entendimiento del reformador del sacerdocio de las y los creyentes y su entendimiento de vocaciones. Se planta en la Dieta de Worms en su Here I stand[3].
La tesis 62 documenta lo hermenéutico: El verdadero tesoro de la Iglesia es el sacrosanto Evangelio de la gloria y de la gracia de Dios[4].
Lo hermenéutico se sustenta en lo cristológico. La pregunta matriz de los catecismos, qué significa esto, escarba las Escrituras y la vida desde lo que predica a Cristo, desde el Deus loquens y la viva vox que nos hacen decir las cosas como son. La vida cotidiana espiritual lo interpreta y asume todo desde un Cristo muy específico. Crux nostra es nuestra teología. El Cristo que se revela en los lugares más inauditos –revelatio sub contraria specie. Es todo Dios en el pesebre y todo Dios en la cruz, para ti. Este Cristo no es genérico ni debilucho. No es condescendiente ni racista. Tampoco es apolítico ni fideísta. Este Cristo es uno interesado en la humanidad y comprometido con toda su creación. Es un Dios vocal y marchante que reparte indiscriminadamente la gracia que perdona y este perdón dispuesto a asumir responsabilidad por su pecado y a extender la mano de amistad y comunidad siempre.
Esta revolución hermenéutica que se sustenta en lo cristológico la expresará con más detalle el reformador, como he comentado indirectamente en esta sección, en “La Disputación de Heidelberg” y en “Cómo se deben interpretar los evangelios.” Se reafirma en el artículo IV de la Confesión de Augsburgo.
Como hemos visto, nuestra identidad denominacional es hermenéutica-teológica. Es esta manera de ver y de interpretar para ser, la que entrelaza las calles y aceras de Wittenberg con las nuestras. Este Cristo habla español, y en nuestro caso, español puertorriqueño. Nos hace ver nuestra realidad cruda y a esta cruda realidad le trae buenas nuevas. El axioma hermenéutico lo que predica a Cristo realiza en el vernáculo. Esta manera de ver e interpretar se expresa en nuestra tradición y en nuestro entendimiento de ley y evangelio. La clave hermenéutica de ley y evangelio adquiere más especificidad y contexto cuando es dirigida por el interés evangélico por el bienestar del prójimo en necesidad. A esta praxis hermenéutica-teológica vamos.
La tesis 43 documenta la praxis reformadora o revolucionaria. Dice: Hay que instruir a los cristianos que aquel que socorre al pobre o ayuda al indigente, realiza una obra mayor que si comprase indulgencias[5].
Lo espiritual y lo hermenéutico, desde una clave cristológica que vive y actúa en la calle con las personas que sudan y trabajan, sostienen y empujan una praxis en función de los empobrecidos. Las obras no salvan. Son doxología de acción de gracias que se realizan día a día no para sobarnos sino para servir y vivir comprometidas y comprometidos con la justicia que presagia reino y trabaja para la paz.
Lutero fue un reformador conservador políticamente y nuestra tradición es una tradición conservadora en cuanto a los asuntos sistémicos del pecado y la santificación. Esta praxis de justicia a favor de los empobrecidos –del prójimo que necesita– está articulada en nuestros documentos confesionales y se documenta en las posturas de nuestros pronunciamientos sociales en la Iglesia Evangélica Luterana en América. Una apropiación contemporánea debe trascender al reformador, quien a mi parecer no vivió las consecuencias plenas de sus posturas hermenéutico-teológicas. Hay explicaciones para eso. Estas explicaciones deben incluir como proyecto la reapropiación crítica de los dos reinos y los órdenes de la creación, así como una confesión de pecados por la postura del reformador acerca de los campesinos, judíos y musulmanes, pero este asunto es para otro escrito.
El foco práctico (práxis) de la tesis 43 lo vemos rearticulado en “La libertad cristiana,” en “El Catecismo Mayor,” y en escritos menos conocidos como el “Tratado acerca de las buenas obras,” “Comercio y usura,” y “Orden de una caja común.” En la “Libertad Cristiana” Lutero nos dice que somos libres de todo (hasta de Dios) para ser siervos de todos. Las vidas que ya no tienen que preocuparse por comprar su salvación ahora se ocupan en acompañar y procurar el bienestar de quienes más lo necesitan. Es, básicamente, una rearticulación expandida de la tesis 43. En su explicación del quinto mandamiento en el Catecismo Mayor, dice Lutero:
(n)o solo infringe el mandamiento quien hace mal, sino quien pudiendo hacer el bien al prójimo al poder prevenirlo, protegerlo, defenderlo y salvarlo de cualquier daño y perjurio corporales que pudieran sucederle, no lo hace. Porque, si dejas ir al desnudo pudiendo cubrir su desnudez, lo has hecho morir de frío; si vez a alguien sufrir de hambre y no le das de comer, lo dejas morir de hambre. Del mismo modo, si vez a alguien condenado a morir o en otra situación igualmente extrema y no lo salvas, aunque supieras de los medios y caminos para hacerlo, tú lo mataste. De nada te ayudará si usas como pretexto afirmando que no contribuiste con ayuda, ni consejos, ni obra a ello, porque le retiraste el amor; lo privaste del bien, mediante el cual pudiera haber quedado con vida[6].
La fuerza de lo que escribe Lutero la veo en la expansión de lo literal del mandamiento hasta todas las expresiones y recovecos de la vida misma. Lutero expande el ‘no matarás’ para cubrir la vida tal como es y allí no debemos “retirar el amor,” no debemos “privar del bien,” y debemos prevenir, proteger, defender y salvar. Este es el espacio espiritual de la tesis 1 y la puesta en práctica de la tesis 62. A mí me parece que la teología y la hermenéutica de Lutero es consistente con estas relaciones de tesis durante toda su vida.
Unos comentarios finales. Lo espiritual necesita vivirse más allá de repeticiones cacofónicas. Es afirmar con cada respiración la explicación del tercer artículo del credo en el Catecismo Menor:
Creo que ni por mi propia razón, ni por mis propias fuerzas soy capaz de creer en Jesucristo, mi Señor, y allegarme Él; sino que el Espíritu Santo me ha llamado mediante el Evangelio, me ha iluminado con sus dones y me ha santificado y guardado mediante la verdadera fe, del mismo modo que Él llama, congrega, ilumina y santifica a toda la cristiandad en la tierra y en Jesucristo la conserva en la única y verdadera fe; en esta cristiandad Él nos perdona todos los pecados a mí y a todos los fieles diariamente con gran misericordia, y en el postrer día me resucitará a mí y a todos los muertos y me dará en Cristo, juntamente con todos los creyentes, la vida eterna. Esto es ciertamente la verdad[7].
Lo teológico necesita encontrar el lenguaje vernáculo que lo haga vivo y eficaz cada día. El luteranismo, al ser una identidad hermenéutico-teológica, no se pega necesariamente con nuestros contextos ni tiene el contexto histórico alemán del siglo XVI como modelo exclusivo a repetir ad nauseam. Es una conversación continua con su entorno en busca de conexiones vitales y resonancia. Debemos preguntarnos si se pega el luteranismo con lo puertorriqueño en el 2023 y cómo lo hace. Esto va más allá de tener congregaciones. Es un ejercicio de eficacia y traducción. Yo creo que sí porque por ejemplo, el tránsito academia-iglesia-plaza o academia-plaza-iglesia del Cristo que se revela en lugares recónditos, muere en la cruz y resucita conversa con el movimiento del moriviví. Agarra bien lo que vivimos desde la ley y el evangelio en ese movimiento muerte-vida y le trae esperanza.
Finalmente, lo hermenéutico necesita reapropiarse, confirmarse y aplicarse en cada nueva generación. Nos toca hacerlo con rigurosidad y criticidad en el Puerto Rico de orilla a orilla que amamos. No podemos ser literales con amarres de inerrancia confesionalista en cuanto a nuestra tradición denominacional se refiere. Esto es lo que nos tiene donde estamos en nuestro país. Tenemos que encontrarle traducciones dinámicas a los términos medulares luteranos –justificación forense, gracia, pecado, ley y evangelio, deus loquens, viva vox, revelatio sub contraria specie, obras, santificación, etc.– de modo que lo que proclamamos y testificamos se entienda de tal manera que ayude la gente a echar pa’lante con integridad y dignidad. Esto se hace más importante aún en una localización colonizada política y religiosamente como la nuestra. Atrevámonos a ser puertorriqueñas luteranas de modo que afirmemos y contribuyamos al canon de nuestra tradición y, más importante aún, proclamemos al Dios Uno y Trino de tal modo que nuestra gente conozca Su amor inalterado e incondicional.
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[1] “Disputación acerca de la determinación del valor de las indulgencias,” en Facultad Luterana de
Teología, Obras de Martín Lutero, Tomo I, Trad. Carlos Witthaus (Buenos Aires: Editorial Paidos, 1967), 7.
[2] Justo González, Mañana: Christian Theology from a Hispanic Perspective (Nashville: Abingdon
Press, 1990), 158.
[3] Ronald H. Bainton, Here I Stand: A Life of Martin Luther (Nashville: Abington Press, 2013). Versión
reimpresa.
[4] “Disputación acerca de la determinación del valor de las indulgencias,” en Facultad Luterana de
Teología, Obras de Martín Lutero, Tomo I, Trad. Carlos Witthaus (Buenos Aires: Editorial Paidos, 1967), 12.
[5] “Disputación acerca de la determinación del valor de las indulgencias,” en Facultad Luterana de
Teología, Obras de Martín Lutero, Tomo I, Trad. Carlos Witthaus (Buenos Aires: Editorial Paidos, 1967),
11.
[6] “El catecismo mayor,” en Andrés A. Meléndez, Ed., El libro de Concordia (San Luis: Concordia
Publishing House, 1989), 412-413.
[7] “El catecismo menor,” en Andrés A. Meléndez, Ed., El libro de Concordia (San Luis: Concordia
Publishing House, 1989), 360.