Juan María Tellería Larrañaga

Posted On 22/01/2012 By In Biblia, Opinión With 6540 Views

Se rasgaron las vestiduras

Entonces el sumo sacerdote, rasgando sus vestiduras, dice: ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Oísteis la blasfemia, ¿qué os parece? Y todos ellos lo condenaron diciendo que era reo de muerte. (Marcos 14, 63-64 BTX)

La expresión “rasgarse las vestiduras” ya ha tomado carta de naturaleza en nuestra lengua castellana. Para comprobarlo, no hay más que consultar un buen diccionario. La definición que le da el llamado Diccionario de uso del español de María Moliner es bien esclarecedora. Dice literalmente: Escandalizarse excesiva o hipócritamente por algo que otros hacen o dicen. Y la pregunta viene de suyo: ¿qué hacía o decía Jesús para que aquel sumo sacerdote (Caifás) se rasgara las vestiduras?

Juan María Tellería LarrañagaLo que hacía era demasiado evidente: manifestar en su propia persona un Reino de Dios ya presente entre los hombres, es decir, una condición en la cual no había distinciones ni acepción de personas. A la misma mesa podían sentarse con Jesús judíos y gentiles, pescadores y publicanos, justos (es decir, quienes se tomaran por tales) y pecadores, hombres y mujeres, ricos y pobres, aristócratas y plebeyos, sacerdotes y laicos. Es decir, una inversión total de los valores sociales de su época y de todas las épocas.

Y lo que decía, o lo que dijo en aquel momento preciso en que se desarrollaba aquella pantomima de juicio, era que el Hijo del Hombre (o sea, él mismo en persona) se sentaría a la diestra de Dios y regresaría en las nubes del cielo. Con otras palabras, expresaba abiertamente una interpretación de las Escrituras que no estaba de acuerdo con la tradición de los maestros religiosos de su pueblo. Jesús en aquel momento estaba ofreciendo una explicación sui generis del pasaje de Daniel 7, 13, una lectura actualizadora y existencialista del Sagrado Texto.

Cabría preguntarse hasta qué punto la Iglesia actual es en la sociedad motivo de escándalo y de rasgamiento de vestiduras para quienes la conocen. Tal vez el problema radica en que pasa más desapercibida de lo que en realidad sería de desear. Solo con fijarnos un poco en lo que la Biblia nos dice acerca del pensamiento y la praxis de Jesús, tendría razones más que suficientes para causar esa clase de escándalo hipócrita que tan bien define María Moliner e ilustra Marcos en el capítulo 14 de su Evangelio. Una Iglesia que levantara la voz ante la injusticia social patente que supone en nuestro propio país, sin necesidad de salir de él, el hecho de que los trabajadores públicos vean mermados sus salarios, que muchos trabajadores del sector privado se queden en la calle con unos despidos irrisorios, que las prestaciones y los servicios sociales solo experimenten “recortes”, mientras unas clases altas viven cada vez más en la opulencia y los dirigentes políticos se enriquecen de forma insultante para con el pueblo llano, rápidamente atraería sobre sí las iras de los poderosos. Una Iglesia que no tuviera temor de denunciar las irregularidades que dejan a tantas familias sin protección ante el futuro, no cosecharía aplausos ni parabienes. Y una Iglesia que ensañara y proclamara un mensaje bíblico similar al de Jesús, es decir, leyendo las Escrituras como lo que realmente son, una Palabra viva y actual, no una letra muerta y anquilosada, y enseñara a encontrar en los textos sagrados principios perennes que van más allá de la forma en que aparecen escritos, un mensaje que sigue hablando hoy al pueblo de Dios sin detenerse en detalles secundarios ni en lecturas dogmatizantes, no sería bien recibida ni siquiera entre muchos que se llaman cristianos y hacen ostentación pública de su fe y su piedad al estilo de los fariseos de antaño.

La Iglesia de hoy no se puede quedar de brazos cruzados, cómodamente anclada en posturas filosóficas escapistas que le permitan autojustificarse por no alzar su voz contra los desórdenes y las irregularidades que el mundo vive, repitiéndose a sí misma una y otra vez aquello de que como “mi reino no es de este mundo”, tanto se me da lo que le suceda al vecino. Ni tampoco puede conformarse con unas lecturas bíblicas que le garanticen simplemente una conciencia tranquila y un buen subterfugio para practicar la política del avestruz (es decir, tener siempre la cabeza metida en un agujero para no enfrentar la realidad cara a cara).

Si quiere ser discípula de Jesús, si desea formar realmente el cuerpo de Cristo, la Iglesia está llamada a provocar esa clase de escándalo exagerado e hipócrita, tanto por sus hechos como por su dichos. Sus hechos: un compromiso genuino con la realidad. Sus dichos: una Palabra de Dios que sigue hoy transformando vidas y dando una esperanza que se ha de compartir con los demás.

De verdad, que se rasguen las vestiduras, y que lo hagan ya.

Juan María Tellería

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