«No juzguéis a nadie, y tampoco Dios os juzgará. No condenéis a nadie, y tampoco Dios os condenará. Perdonad, y Dios os perdonará»
Lucas 6:36
(La Palabra, Sociedad Bíblica de España, 2010)
El evangelio de Jesús no es una doctrina estática de esas que se conservan en los estantes impasibles de la ortodoxia religiosa. La enseñanza de Jesús es vida para la vida y, como tal, tiene implicaciones éticas que atañen a nuestro comportamiento diario. Es una fe con dimensiones humanas —no exclusivamente divinas— que se verifica en relaciones humanas concretas, en afecto, respeto y entrega.
No es posible desligar nuestra relación con Dios de las relaciones con el prójimo. Lo que hacemos con las criaturas (el prójimo concreto) repercute en nuestra relación con el Creador. Por eso, quien no perdona no será perdonado; o quien juzga con juicio inclemente, será juzgado sin clemencia; o quien condena a los demás de manera implacable, será condenado con severidad.
Estas sentencias de Jesús son también observaciones profundas de la condición humana. Las personas inflexibles con los demás son, por lo general, también inflexibles y severas con ellas mismas. Las iracundas con los demás, albergan ira hacia sí mismas. O, lo contrario, las personas generosas y compasivas son personas que están en paz con ellas mismas y con Dios.
La vida espiritual, entonces, se cultiva en la interioridad del corazón y se practica en la exterioridad de cada día; es práctica del amor paciente e imitación de aquel que dijo: «… aprended de mi, que soy sencillo y humilde de corazón. Así encontréis descanso para vuestro espíritu…» (Mateo 11:29-30). ¡He ahí el secreto de la paz interior, que trasciende en un mundo en paz, justicia y amor!
Para seguir pensando:
« ¿Qué sucedería si descubriera que yo mismo necesito la limosna de mis bienes, que yo mismo soy el enemigo al que debo amar?»
Carl G. Jung (Psiquiatra suizo, 1875-1961)
Vale que nos preguntemos:
¿En qué circunstancias dejo de ser paciente con los demás? ¿Con quiénes soy intolerante y severamente crítico? ¿Esto tiene alguna relación con la intolerancia o la impaciencia hacia mí mismo o hacia mí misma?
Oración:
Dios paternal y maternal, en tu perdón encuentro descanso; en tu aceptación incondicional siento seguridad. Tú me das paz y me brindas amistad. No hay razones, entonces, para que yo sea intolerante o para no perdonar. Quiero imitarte como Maestro sencillo y humilde. Amén
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