Señor, reconozco las copiosas peticiones que te he hecho. A veces me quedo esperando mucho tiempo antes de darme cuenta de que tu voluntad no coincide con la mía. Igualmente sé que tú lo conoces todo. Sabes lo que me beneficia y lo que me perjudica. Entiendes lo que no me conviene sin que yo lo advierta. ¿Qué habría sido de mí si hubiese recibido cuanto he anhelado? ¿Sabría apreciarlo? ¿Gozaría en su totalidad del valor de tus respuestas?
Admito que mis reclamaciones pueden ser inoportunas. Gracias por enseñarme lo que significa ser paciente. Gracias por cuidarme.
Gracias te doy también por no darme lo que quiero; por hacerme ver que hablar contigo no es repetir y repetir la misma oración hasta la saciedad, intentar ganarte la batalla y conseguir aquello a lo que aspiro.
Gracias por hacerme entender que creer y esperar en ti no es como conectarse a Internet para hacer la compra diaria y aguardar sentada a que otros me la traigan; que la vida no ha de ser como yo deseo que sea, sino como tú la tienes proyectada; que lo que preveo no siempre está en línea con tus planes, que son los tuyos los que valen.
Cuando no me lo das todo reflexiono y maduro. Termino acercándome a ti. Disfruto más del silencio, aprendo a hablar menos y escucharte más. Agradezco lo que poseo y trato de olvidar mi estúpido narcisismo.
El fracaso de mis peticiones me hace fuerte. Me enseña a distinguir entre clamar y reclamar lo que no me pertenece.
Gracias, muchas gracias, Señor, por no dármelo todo.
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