8 de febrero, 2021
La paciencia es la madre de la ciencia, y de los buenos resultados. Mientras que la impaciencia acaba con la esperanza, y desemboca en el fracaso.
Hay quienes piensan, cuando observan el mundo en el que vivimos, en clave de juicio. Lo mismo sucede entre algunos de nuestros hermanos cuando observan la situación de las iglesias cristianas. Lo mismo opinamos cuando vemos la vida de nuestros hermanos y hermanas que no andan siguiendo las pisadas de Jesús de Nazaret. Sin embargo, conviene recordar el corazón de Dios conforme a lo manifestado por Jesús de Nazaret cuando narró la siguiente parábola:
<<Un hombre había plantado una higuera en su viña; pero cuando fue a buscar higos en ella, no encontró ninguno. Entonces dijo al que cuidaba la viña: “Ya hace tres años que vengo en busca de higos a esta higuera, y nunca los encuentro. Así que córtala, para que no ocupe terreno inútilmente”. Pero el viñador le contestó: “Señor, déjala un año más. Cavaré la tierra alrededor de ella y le echaré abono. Puede ser que después dé fruto; y si no lo da, entonces la cortas”>> (Luc.13:6-9 BTI).
Tanto el mundo como las iglesias, —y nosotros mismos—, al igual que la higuera de la parábola, no dan el fruto deseado. Y Dios, nuestro Señor, pone a prueba nuestros sentimientos de misericordia diciéndonos que va a cortar el frutal por ser absolutamente inútil. Sin embargo, el viñador pide paciencia y misericordia a su dueño: ¡Señor, déjala un año más! Tal vez, al final, dé el fruto deseado.
Tengo la intuición de que el viñador no tiene que usar muchas palabras para convencer al propietario de la higuera. El carácter de ambos es coincidente: están más por la paciencia, por dar segundas, terceras oportunidades… A la espera de que por fin este mundo, y el pueblo de Dios alumbren frutos de justicia y derecho. Quiero pensar que cada año que no damos el fruto apetecible se vuelve a escuchar el clamor de viñador diciendo, ¡Señor, déjala una año más!
Al igual sucede cuando ponemos delante de nuestros ojos la antigua historia de los hijos e hijas de Israel. Al poco de haber experimentado la liberación de los poderes esclavizantes de Faraón, se rebelan contra su liberador. Y Dios, en mi falible opinión, pone a prueba el corazón de Moisés diciéndole, «me estoy dando cuenta de que este pueblo es muy terco; déjame que los aniquile hasta que nadie los recuerde nunca más. Después haré que tú des origen a una nación más numerosa y fuerte que la de ellos» (Deut. 9:13-14 BTI). ¿Cuál fue la reacción del profeta? Leámoslo: «como el Señor amenazaba con aniquilaros, me postré ante él y así estuve cuarenta días y cuarenta noches. Entonces intercedí ante el Señor diciendo: Señor mi Dios, no aniquiles a tu heredad, a tu propio pueblo que con tu grandeza liberaste y sacaste de Egipto con gran poder. Acuérdate de tus siervos Abrahán, Isaac y Jacob. No tengas en cuenta la terquedad de este pueblo, su maldad ni su pecado» (Deut. 9:25ss. BTI). Básicamente nos encontramos ante la misma reacción-actitud del viñador de nuestra parábola, «¡Señor, déjala un año más!».
Todo esto me conduce a pensar que el talante que debemos cultivar como seguidores de Jesús, es el de ser intercesores a favor del milagro del mundo nuevo de Dios. Cuando todos los indicadores señalan hacia que el otro mundo posible es una meta inalcanzable, nosotros persistimos en la lucha y seguimos abonando la tierra de justicia y esperanza con el horizonte puesto en que un día ocurrirá el milagro. La tierra fertilizada de justicia y esperanza dará por fin el fruto ansiado. Mientras eso no ocurre, como Moisés y el viñador de la parábola, conectamos con el sentir de Dios, y oramos desde nuestras entrañas, ¡Señor, déjanos una año más!
No en vano, el escritor de la «Segunda carta de Pedro» confesará explícitamente que el Dios en quien cree tiene paciencia para con todos, no deseando que nadie se pierda, sino que nuestro mundo vuelva en sí, y tome el camino correcto hacia el alumbramiento del otro mundo posible (2 Ped. 3:9). Así también nosotros.
Soli Deo Gloria
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