17 de febrero, 2021
“Si crees en Jesús, todo te irá bien”, oigo decir a muchos. Y lo dicen a sabiendas de que la vida es profundamente injusta. Ya lo señaló, hace muchos siglos, el escritor de “Eclesiastés” cuando escribió, “en la tierra tiene lugar otro absurdo: hay justos tratados según la conducta de los malvados, y malvados tratados según la conducta de los justos. Y digo que también esto es un absurdo” (Ecl. 8:14 BTI). La vida es ciega a la integridad existente, —o a la falta de ella—, en los seres humanos. Así es, por muchos textos bíblicos que apunten, como bien sabemos, en sentido contrario.
Hay injustos que mueren sin probar el ajenjo de la existencia, y cierran sus ojos plácidamente. Y al contrario, hay personas justas que mueren después de haber apurado la copa de la vida con el sabor amargo del ajenjo, y cierran sus ojos dolorosamente. Lo sé, lo he visto, y no me cabe la menor duda. En la vida, dos más dos no son cuatro…
Creemos en Jesús, sí, porque su mensaje y su vida nos han seducido y transformado, abriendo nuestros al otro mundo posible según nuestro Señor. De tal manera que caminamos llevando sobre nuestros hombros la “cruz” de la existencia, sin ceder a la tentación de abdicar a los valores que surgen del Evangelio, y así proclamamos a diestra y a siniestra, que en Dios, nuestro Señor, hay abundante gracia y esperanza a pesar de las apariencias en las que se nos presente la vida.
Vale la pena vivir haciendo el bien a la manera de Jesús, amando a Dios con toda nuestra alma, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Nuestra labor es sembrar justicia y esperanza, sin pensar recoger, aquí y ahora, el fruto de nuestra siembra. No vivimos pendientes de los resultados, sino pendientes de nuestra integridad hasta que atravesemos, sin miedo, el umbral que marca la inevitable muerte. Los que creemos en Jesús vivimos rebosantes de esperanza, y ese extremo marca la diferencia en medio del absurdo de la existencia.
“Somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que ahora compartimos sus sufrimientos para compartir también su gloria” (Ro. 8:17 BTI). Por lo tanto, merece la pena creer en Jesús; merece la pena a pesar de la vida. ¡Aleluya!
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