Mucho se ha discutido ya sobre la relación entre la himnología tradicional protestante y la nueva cantología evangélica. Desde ya, comparto la apreciación de aquellos que sostienen que lo fundamental siempre será la disposición correcta del creyente en el espacio de adoración comunitaria, independientemente de toda temática musical o literaria. Por lo demás, también, defender la existencia de la himnología protestante tradicional en un medio como el chileno y de suyo latinoamericano, casi desprovisto de toda tradición teológica, sumido además en la hegemonía del neopentecostalismo y, como si esto fuera poco, con una generación de jóvenes evangélicos que más allá de la música masiva que ofrecen los medios -pop, tecno, rap- parece no conocer nada más, resulta actualmente un cometido penosamente difícil.
Ahora bien, el ruido molesto que me hace la actual cantología evangélica, no es sólo que ésta provenga casi en su totalidad del neo-pentecostalismo o que se desvele abiertamente monotemática, teológicamente reduccionista y psicológicamente manipuladora. No es sólo que la misma haya terminado por eliminar la maravillosa contribución de nuestros cantautores y poetas congregacionales, sino que la misma se ha transformado ya en un fin en sí misma, en un recurso que ha desplazado en su importancia prácticamente las notas de la verdadera iglesia, según el criterio protestante, esto es, Palabra y Sacramento.
Y, sin embargo, lo peor aún me parece viene dado por la profitación que sus mismos exponentes hacen de este producto, y que los convierte en muchos casos en verdaderos empresarios de la industria de la religión, ante una población de evangélicos latinoamericanos con escasa capacidad de lectura crítica de su entorno religioso y social, y que juzga el valor de sus contenidos en la medida en que los mismos cumplan con dos requisitos elementales: Mantengan la continuidad musical con su mundo entorno, y sean capaces, a su vez, de interpelar su emocionalidad. Una emocionalidad que, desde luego, la mayoría de las veces deja absolutamente inerte las facultades de la razón.
Por otra parte, la riqueza teológica de los himnos no se puede discutir. Muchos de ellos han sido escritos por personas que lejos de profitar de sus producciones o escribir rollizos de gordura sobre un dolor que sólo les resulta de argumento literario para el interés comercial de su industria, han grabado las marcas de su sufrimiento en cada estrofa de su himno.
Sin embargo, mi propuesta va más bien por el lado de la matización: Preservemos el legado maravilloso de los himnos, al tiempo que incorporemos nuevos cánticos, bajo el criterio de que lo que privilegiemos de éstos no sea solo la musicología emocional, sino la lucidez de su teología, y la conexión de ésta con la vida toda sin digresiones.
José Luis Avendaño, es Doctor en Teología y Filosofía (PhD), por la Universidad de Toronto. Ha servido también como pastor de la ELCA (Evangelical Lutheran of Church in América). Es autor del libro: "Identidad y relevancia. El influjo del protestantismo de los Estados Unidos o la 'American Religion' en el mundo evangélicode América Latina. Próximamente será publicado al español su tesis doctoral: "Un esbozo de teodicea a la luz de la 'theologia crucis'. Martín Lutero ante el misterio del sufrimiento humano, cristiano".
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