El mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto. H.-D- Thoreau
A pocas fechas ya del, para algunos tan anhelado, 20 N, parece oportuno pararse unos instantes a reflexionar sobre lo que significa el hecho de poder acudir a las urnas.
En primer lugar me viene a la mente el hecho de la mayoría de edad, no sólo cronológica e individual; también mental y colectiva. Es un derecho ganado a pulso, tras inmensos esfuerzos no carentes de sangre, sudor y lágrimas, por los que nos han precedido. Es su herencia, herencia que nosotros no sólo hemos de conservar sino en la medida de lo posible aumentar y mejorar para los que vienen detrás de nosotros.
Por otra parte, en tanto que símbolo de mayoría de edad, exige de nosotros madurez, el dejar de lado las cosas de niño (cuando era niño hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño) y utilizar nuestra capacidad para analizar y descifrar, como adultos, lo que se esconde tras los mensajes electorales, tras los gestos y las palabras de los candidatos. Palabras y gestos pensados y medidos por aquellos expertos que diseñan su campaña y cuidan su imagen hasta en los detalles más nimios.
Y para ello no estamos huérfanos de herramientas, que duda cabe que nuestra inteligencia crítica y la emocional a la vez, son dos ayudas imprescindibles, pero lo es también nuestra memoria para reflexionar sobre el comportamiento de partidos y políticos a lo largo de los 4 años de la legislatura que ha pasado. No sólo el gobierno es responsable ante los ciudadanos de su labor. También lo es la oposición, toda. Que de una manera u otra, ya por acción ya por omisión, han consentido o impedido la acción del gobierno.
Mediante el ejercicio de nuestro derecho al voto ejercemos y afirmamos a la vez nuestra independencia de juicio y de criterio, nuestro derecho a decidir por nosotros mismos nuestro futuro. Queremos ser actores de nuestro destino y no simples espectadores. Eso no quiere decir que las cosas por el mero hecho de votar vayan a mejorar sustancialmente, como por arte de magia y que, de repente, nuestro destino vaya a abrirse delante de nosotros de par en par. Sin duda, nos esperan tiempos difíciles pero algo tengo muy claro: todo sería mucho peor sin esta posibilidad de elegir y de tomar, en cierta medida al menos, las riendas de nuestro futuro. ¿Qué es imperfecta? Seguro. Más imperfecto sería no tener siquiera esta posibilidad.
Por lo general, los ciudadanos somos invisibles para los gobiernos, pero es en estas épocas, en las que los profesionales de la ‘res publica’ se vuelcan hacia nosotros, buscando de manera apresurada tapar todos los desplantes de 4 años y dar la imagen de que de verdad les importamos, cuando tenemos la ocasión más contundente de hacer escuchar nuestra voz. El voto, no puede ser un dejar de lado nuestro compromiso y nuestra radical libertad en manos de otros para no hacer frente a nuestra responsabilidad. Nuestro voto, para ser trascendente de verdad, debe ser una afirmación consciente y contundente de nuestra libertad, y ésta como componente irrenunciable de nuestro ser persona.
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