Sobre la revelación, la Biblia y la fe
Deconstruir algunas certezas para construir algunas provisoriedades fecundas
La Biblia es un registro, apenas pormenorizado, de cómo las personas —y también el mundo y el universo todo— se han relacionado con el Otro, la instancia superior, el Máximo desconocido, Dios.
En tanto que registro de esa relación (positiva, negativa o ausente), ella puede constituirse en revelación-para-mí.
Dentro de la descripción de dicha relación aparecerán temas que sólo podemos considerarlos secundarios o concomitantes al tema central, esto es, a la descripción de las diferentes, polivalentes, y hasta contrarias formas de relación que cada persona estableció con Dios, o Dios con esas personas, según se le atribuyan a él respuestas específicas o según se interpreten hechos, situaciones o cosas como venidas de dicha respuesta.
Temas tales como “pecado” y “salvación” no serán más que sucedáneos al tema central, el de la “relación”. La “buena relación” estará descripta en la Biblia como un estado ideal de plenitud vital (salvación), la “mala relación” como un estado decadente de vaciedad y sinsentido también vital (pecado). La bienaventuranza futura o la perdición eterna pueden verse como reforzadoras de la idea de plenitud/vaciedad en el continuum de la vida. Y nótese que no hago depender la llamada “salvación” de la buena relación, sino a la inversa. No es por tener buena relación que el ser humano puede considerarse “salvado”[1]. Y no es por tener “pecado” que se tiene una “mala relación”, sino a la inversa: la mala relación es llamada “pecado”.
El concepto de “Revelación” que propongo o del que participo (porque no lo he inaugurado yo), difiere bastante del clásico sustentado en la “Inspiración” y la “Inspiración plenaria”. No vale, entonces, el argumento del pasa graphé de 2ª Timoteo 3:16. Puesto que si se refiriera a toda la Escritura tal como nos ha llegado al presente (haciendo abstracción de siglos de manipulación humana no siempre bien intencionada y no siempre idónea, y haciendo abstracción de un argumento avant la lettre, puesto que estaba afirmando algo sobre un corpus que se conformaría tres siglos más tarde), la probanza (el versículo de Timoteo) estaría dentro del objeto a probar (la inspiración de toda la Escritura, incluido el versículo 16 que aporta la supuesta prueba irrefutable).
Si para “revelación”, entonces, no podemos echar mano del concepto clásico de “inspiración”, deberemos establecer otro sentido de revelación en el que participen conjuntamente, y en alguna proporción desconocida, la parte humana y la parte divina.
Descartaremos, para este efecto, la consideración de la revelación como 100% divina y 100% humana, porque entiendo que la definición calcedoniana sobre la naturaleza de Cristo es insuficiente y no hace justicia a un misterio tan profundo como el de Jesús, intentando traducirlo en guarismos matemáticos para que el tema de la redención sustitutiva esté a salvo.[2]
Desisto de la tentación de poner a salvo alguna doctrina premanufacturada. Intento abrirme a las preguntas de cómo la Biblia puede ser palabra-de-Dios-para mí.
Hombres (¿Por qué no mujeres?) de diferentes épocas, culturas, idiosincrasias y hasta religiones y creencias, describen o sólo muestran, su periplo de vida buscando relacionarse con el Desconocido (por más conocido que parezca). Sabiéndolo o ignorándolo, ellos dibujan un mapa de su vida en relación con lo metafísico (por efecto o por defecto).
Hombres (¿Por qué no mujeres?) preguntándose por la vida, por la muerte, por la felicidad, por la infelicidad, y hasta por lo debido e indebido para cada época y cultura.
Hombres (¿Por qué no mujeres?) escuchando la voz profética de Dios sobre el futuro (necesitados de caminar sobre suelo firme) y sobre el presente.
Hombres (¿Por qué no mujeres?) traduciendo de segunda mano esa misma voz profética a aquellos que no tienen los mismos ojos y los mismos oídos para escuchar y ver lo inescuchable y lo invisible.
Dije al principio que este registro será apenas pormenorizado, porque: ¿Qué quisieron en verdad decir los hagiógrafos? ¿Qué bagaje intelectual, cultural, social, religioso, familiar, existencial, etc. tenían a la hora de ver/oír/interpretar las señales de ese Dios al que buscaban? ¿Qué decidieron contar y qué se guardaron? ¿Qué historia personal atravesaba sincrónicamente el instante de la escritura? Por humano, ese registro es y siempre será imperfecto. Y, sin embargo, es lo único que tenemos: acercamientos imperfectos y fluctuantes. Sólo asedios a una verdad que creemos (¿episteme? ¿doxa? ¿pistis?[3]) existe.
La verdad, en sí misma, está fuera del círculo del acercamiento humano. La verdad objetiva no puede ser aprehendida por ningún sujeto. De modo que la pretensión de objetividad y más aún, la pretensión de inspiración plenaria es imposible. Si por un instante aceptáramos como un hecho que sobrenaturalmente Dios envía como un rayo su palabra, todavía no podríamos explicar cómo ese rayo se mantiene sin contaminación ni bien roza la carne humana.
¿Podríamos, entonces, hablar de algo así como una intención en el caso particular de la Biblia? ¿Podríamos hallar una razón para su escritura, conservación y difusión? ¿Hay un creador detrás de los creadores? ¿Ese creador es el autor, en definitiva, de dicha intencionalidad?
Lamentamos no poder responder estas preguntas más que con posibilidades de fe. Y de una fe que se autocomprueba sin ningún asidero externo. Cuando Hebreos, hablando de la fe, dice que para acercarse a Dios hay que creer que lo hay y que además premia la búsqueda, el escritor no hace más que comprobar la circularidad de la fe. Para tener fe hay que tener fe. De donde la fe es un misterio que no tiene ningún soporte.
Así mismo sucede con la Biblia. No podemos responder a ninguno de los interrogantes de más arriba sin recurrir a una fe endeble. Y, sin embargo, es lo único que tenemos. Necesitamos fe para que la biblia deje de ser un simple relato literario y sea un registro de relaciones humano-divinas que se convierte en revelación-para-mí. Necesitamos de alguna fe para que esa revelación-para-mí me permita desarrollar alguna espiritualidad. Y, por último, necesitamos de una fe para que esa espiritualidad, surgida de la mano de la propedéutica bíblico-relacional, nos aporte alguna plenitud (aquella posible en tanto humanos) a la que podamos llamar salvación.
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[1] Esta salvación sería apenas ética, conductual: hacemos esto, obtenemos el siguiente resultado.
[2] Si Jesús ha de ocupar nuestro lugar en la cruz, se dice, debe ser totalmente humano. Y para llevar a cabo la redención no puede ser un simple humano que muere por amor a otros.
[3] Episteme como conocimiento cierto y veraz universalmente (verdad científica), Doxa como opinión, conocimiento sensible, Pistis, fe. Es interesante notar, además, el aporte de M. Foulcault al concepto de “episteme”, como verdad impuesta desde un poder. Y es interesante, toda vez que debemos comprender que la biblia no es ajena a los juegos de poder no solamente en su escritura y conservación, sino también en su interpretación y aplicación.