Posted On 15/12/2023 By In Opinión, portada With 637 Views

Sobre revoluciones culturales y paradigmas religiosos | Jaume Triginé

El epistemólogo Thomas Kuhn acuñó el concepto de paradigma al que solemos asociar ideas, opiniones, creencias, valores… compartidos colectivamente en un determinado momento. Los cambios de paradigma se han sucedido a lo largo del devenir histórico y algunos de ellos han representado trasformaciones intensas y significativas para el género humano.

Según Yuval Noah Harari, catedrático del Departamento de Historia de la Universidad hebrea de Jerusalén, las tres revoluciones más importantes que ha experimentado nuestra especie a lo largo de su proceso evolutivo y que han dado lugar a cambios profundos de paradigma son: la revolución cognitiva, la revolución agrícola y ganadera y la revolución científica.

Han sido transformaciones que han modificado las formas de vida: el hábitat, el trabajo, la estructuración social, los roles, el conocimiento y la técnica, la cultura, el arte y las formas en las que la espiritualidad puede expresarse, por cuanto en palabras de Tomás Halík, profesor de sociología de la Universidad Carolina de Praga: «En todas las épocas en que se producen cambios significativos en la historia, cambia la posición y el papel de la fe en la sociedad, así como su forma de expresión en la cultura.»

 Hace unos 2,5 millones de años, por evolución, aparecen las primeras formas humanas en África: Homo habilis, Homo rudolfensis, Homo ergaster… Son milenios sobre los que nuestra información es limitada hasta que, si retrocedemos entre los 200.000 y los 300.000 años, nos encontrarnos con nuestra actual especie: El Homo sapiens, de la que ya poseemos mayores testimonios. Progresivamente, a lo largo de esta basta etapa nos dotamos de herramientas de piedra y madera, controlamos el fuego, nos alimentamos de plantas y pequeños animales… Frente a las fuerzas de la naturaleza, desarrollamos emociones primarias de sorpresa y miedo junto a comportamientos de huida o ataque ante los depredadores.

Pero hace unos 70.000 años se produce la primera de las revoluciones de las que nos habla Harari: La revolución cognitiva o desarrollo del pensamiento, de la autoconciencia y del lenguaje. Aumenta el número de utensilios empleados: arcos, flechas, agujas, anzuelos, lámparas de aceite… Florece el arte: pintura, escultura, joyería, música… Surgen las primeras formas de religiosidad: animismo, divinización de las fuerzas de la naturaleza, dioses locales, mitos sobre un mundo imaginario, entierros con sentido de trascendencia…

 Hace tan sólo unos 12.000 años asistimos al progresivo cambio de una vida nómada, como cazadores-recolectores, a una vida sedentaria mediante el desarrollo de la agricultura, la ganadería; la creación de aldeas y pequeñas poblaciones; la diferenciación de funciones: agricultores, pastores, artesanos, soldados, gobernantes, sacerdotes. Es la revolución agrícola y ganadera. Aparece la escritura y el empleo del dinero. Se confirman las palabras, antes citadas, de Tomás Halík y asistimos a la evolución e institucionalización del hecho religioso: paganismo, politeísmo y posterior monoteísmo. Los dioses son entendidos como seres sobrenaturales, resultado de proyecciones antropomórficas, que habitaban en un cielo metafísico acorde con sus creencias cosmológicas. Se elaboran mitos, rituales y sacrificios para conseguir sus favores.

 Las transiciones son lentas y no se producen simultáneamente en todo el orbe. Un ejemplo son los restos del templo Göbekli Tepe en Turquía. Es el templo más antiguo conocido actualmente. Data de unos 9.500 a.C. Según todos los indicios fue construido por cazadores-recolectores cuando la vida sedentaria ya se había establecido en otros hábitats geográficos.

Y ahí, a la vuelta de la esquina, a mitad del siglo XVIII: las ideas de la Ilustración, el Empirismo, la aparición de la ciencia y la técnica, la industrialización… Es la revolución científica. En paralelo, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la extensión del pensamiento racional, la globalización. Las antiguas respuestas míticas sobre el mundo dan lugar a la objetividad científica y los rituales mágicos son sustituidos por la técnica.

Y de nuevo, la aseveración de Halík en el sentido de que a los cambios significativos en la historia se suceden nuevas formas de interpretar la realidad y de expresar la espiritualidad. Pero nuestra proximidad temporal a esta última revolución (en la que nos hallamos plenamente insertos) comporta un estado de transición en el que las creencias religiosas tradicionales, algunas de las cuales no se sostienen a la luz de los conocimientos actuales, coexistan, en el mejor de los supuestos, con los paradigmas emergentes a los que les cuesta ocupar el lugar de los precedentes.

Hemos leído y entendido, entre otros, a John Arthur Thomas Robinson, a Paul Tillich, a Dietrich Bonhoerffer, a Rudolf Karl Bultmann…; pero nos cuesta incorporar al lenguaje y a la praxis religiosa sus aportaciones. Participamos de la revolución científica para determinados aspectos (nos desplazamos en automóvil o en avión; los electrodomésticos nos hacen la vida más fácil; frente a una pandemia ya no recurrimos a la plegaria, sino a las vacunas…); pero la comprensión de lo divino continúa siendo, para muchos, la misma del paradigma anterior. No es fácil deconstruir la imagen de Dios como ente sobrenatural, fruto de nuestras proyecciones, y reducirlo al Misterio de vida i creatividad inefable que habita y mueve el cosmos, suscitándonos asombro.

Salvo honrosas excepciones, los símbolos que empleamos para hablar de Dios: textos, narraciones, himnos, oraciones… reflejan, con frecuencia, teologías superadas. Escribe el teólogo vasco José Arregi: «La palabra Dios no podrá tener sentido sino en la medida en que sea compatible y comprensible con el paradigma o modelo interpretativo de la realidad.» Esta es la contradicción en la que nos hallamos instalados: Modernos en la dimensión instrumental de la existencia, premodernos en la dimensión espiritual.

Pero se hace camino al andar y vamos avanzando en una necesaria transición teológica de la que empezamos a escuchar importantes aportaciones y a usar reinterpretaciones de las metáforas y símbolos tradicionales en la predicación y en la liturgia. Son las islas de esperanza, en este mar de inmovilismo y regresión que nos circunda, en las que algunas comunidades se han convertido.

 

Jaume Triginé

Jaume Triginé

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