En su último libro “Història del protestantisme als Països Catalans1”, el exvicepresidente de la Generalitat Josep-Lluís Carod-Rovira, afirma que desde mediados del siglo XIX hasta finales del siglo XX la identidad evangélica se forjó a menudo en contraposición al catolicismo. Durante más de un siglo el anticatolicismo se convirtió en un factor de cohesión dentro del mundo protestante. Algo bastante comprensible si se tiene en cuenta la discriminación, e incluso la violencia, a la que fueron sometidos los protestantes por parte de la Iglesia Católica en este periodo, tanto en Cataluña como en el resto del Estado Español. Desde mi punto de vista, este anticatolicismo, si bien no ha desaparecido del todo, sí que ha dejado de tener esa capacidad de unir a las diferentes familias y comunidades evangélicas. Como consecuencia, el anticatolicismo ya no es un elemento que configura la identidad protestante.
Hace unas semanas, en una entrevista realizada a un conocido dirigente evangélico catalán, éste identificaba a la ideología de género y al colectivo LGTBI, como el problema más grave al que se tienen que enfrentar las iglesias evangélicas en la actualidad, pero también el más peligroso al que se han enfrentado en los últimos ciento cincuenta años. Es imposible que dicho comentarista apocalíptico, que forma parte de una familia de tradición evangélica, desconozca la historia protestante en este país. ¿Está proyectando algún problema personal? ¿No será la homofobia interiorizada el problema más grave al que él se ha tenido que enfrentar? Sea cual sea la respuesta, nuestro (¿armarizado?) conferenciante nos está dando una pista muy importante para entender el fenómeno que está teniendo lugar dentro del movimiento evangélico actual: la homofobia está ocupando el lugar que el anticatolicismo tenía hace unas décadas. Ella es la nueva masa con la que se pretende unir a un evangelicalismo profundamente dividido que anhela llegar a poseer la influencia que el catolicismo tiene en la sociedad.
Como cristianos y cristianas LGTBI al final no somos seres tan excepcionales, o al menos no más que el resto, me preguntaba si hay algún “cemento” con el que pretendemos reforzar también nuestras pequeñas y escasas comunidades, o simplemente con el que mantener en pie la casa, a menudo rudimentaria, de nuestra fe. Dice la tercera ley de Newton que “cuando un objeto ejerce una fuerza sobre un segundo objeto, éste ejerce una fuerza de igual magnitud y dirección pero en sentido opuesto sobre el primero”. Algo que en nuestro caso se podría traducir como: “Si la homofobia es la fuerza que da identidad a las iglesias, la resistencia contra la homofobia es la que se la otorga a los creyentes LGTBI”. Y si llegamos a la conclusión de que es así, y de que al final nuestra experiencia de fe está afectada tan profundamente por la homofobia que recibimos, podríamos preguntarnos si debería ser así, o si hay algún otro elemento que nos puede ayudar a liberarnos del juicio que el heterocentrismo ejerce sobre nosotras y nosotros. ¿Puede ser nuestro cristianismo algo más que una reacción contra la homofobia? ¿Puede nuestra experiencia de fe asentarse sobre una roca distinta? ¿Cuál debería ser el pegamento con el que unir y dar sentido a nuestras comunidades, nuestro seguimiento, nuestra vida cristiana?
“Soli Deo gloria” es para las iglesias surgidas de la Reforma uno de los cinco principios sobre los que debe estar fundamentada la vida cristiana. Y lo que vendría a decir es que todo lo que hacemos cristianos y cristianas no debería buscar nuestra glorificación, ni hacer más grande nuestro orgullo, sino como dice el Apóstol Pablo:“Haced todo para la gloria de Dios2”. Dicho así, parece todo muy bonito y espiritual, y los creyentes LGTBI podríamos comprar el eslogan para convertirlo en el motor que nos ayude a conducir nuestra vida cristiana, dejando la reacción contra la homofobia en un segundo plano. Pero a la hora de la verdad los que hemos despertado del sueño de la ingenuidad sabemos que muchos egoísmos, ignorancias, cobardías, e incluso alguna que otra torpeza, se justifican poniendo cara de buen cristiano y diciendo que todo se hace para la gloria de Dios. ¿Qué nos van a decir a las personas LGTBI sobre ésto? Incluso quienes en el nombre de Dios nos han deseado lo peor, quienes nos han insultado, quienes han querido alejar a nuestra familia de nosotras, o incluso quienes nos han deseado la muerte, lo han hecho para la gloria de Dios. Pero no sólo ellos, si somos sinceros con nosotros mismos, es posible que tras nuestro trabajo por la justicia, se esconda una voluntad de recibir al menos un pedacito de esa gloria que deberíamos dar solo a Dios.
De todas formas, y a pesar de reconocer que nunca es fácil saber la motivación que nos lleva a actuar de una manera u otra, es posible que podamos buscar algún elemento que nos permita evaluar si de verdad lo que buscamos es dar la gloria a Dios o si seguimos mirándonos el ombligo. Si fuera posible, podríamos hacer de este principio de la Reforma, un factor que de verdad defina nuestra identidad cristiana y que nos ayude tanto a nivel personal como a la hora de relacionarnos con otras personas. Y quizás lo más fácil es preguntarnos de qué manera podemos dar la gloria a Dios, y si en nuestra tradición judeocristiana hay pistas que nos pueden ayudar a descubrirlo. La verdad es que no hay que rebuscar demasiado en la Biblia para llegar a textos que nos señalan el camino: “¿Para qué me sirve, dice el Señor, la multitud de vuestros sacrificios?… No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación… Dejad de hacer lo malo, aprended a hacer el bien, buscar el derecho, socorred al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda… Venid luego, dice el Señor, y estemos a cuenta3”. Textos en los que se nos dice con claridad que dar la gloria a Dios tiene que ver con la actitud que tenemos hacia los demás, sobre todo con las personas más desfavorecidas y con las que sufren. Se resume en hacerles el bien y tratarles justamente, o en palabras de Jesús: “amarles como a nosotros mismos”. Ponerse a su nivel, o más bien en su piel, y actuar como nos gustaría que actuaran con nosotras. Así que a la hora de decidir cómo deberíamos actuar para hacerlo de manera “cristiana”, o mejor dicho “humana”, con la intención de “dar solo la gloria a Dios”, el criterio más importante que nos puede ayudar, no es tanto que dice un determinado texto de la Biblia, sino si hemos entendido el clamor de los oprimidos y hemos decidido colaborar con ellas y ellos para buscar la liberación.
La lucha por los derechos de las personas LGTBI también es una lucha por la liberación de millones de personas, así que evidentemente es una lucha que pretende dar solo la gloria a Dios, y eso lo sabemos muy bien quienes hemos padecido las consecuencias de la homofobia. Pero únicamente ella misma no puede dar consistencia a nuestra fe, o a nuestras comunidades inclusivas, ya que correríamos el peligro de ser simples activistas en un entorno cristiano. Una reacción comprensible a la presión que la homofobia ejerce sobre nosotros, pero no una razón que nace del evangelio. Y pienso que es sobre el evangelio, y no sobre lo que dice de nosotras y nosotros la homofobia cristiana, sobre lo que cristianos y cristianas LGTBI deberíamos fundamentar nuestra experiencia de fe. No buscamos acabar con la homofobia, que también, sino que nuestra voluntad es dar toda la gloria a Dios, en ella deberíamos concentrar nuestra labor. Y para no perdernos en simple palabrería, esa que siempre acaba diciendo lo que queremos escuchar, podemos hacer pasar todas nuestras obras por el fuego del prójimo, que nos permitirá quedarnos solo con aquellas con las que de verdad hemos dado la gloria a Dios, y no a nosotros mismos.
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