Ningún texto del Nuevo Testamento capta la maravilla de la Navidad mejor que el prólogo del cuarto evangelio: “El Logos (la Palabra) era Dios… y aquel Logos fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Jn 1:1,14). ¿Puede haber una expresión más hermosa, y a la vez más profunda, del significado del nacimiento del Hijo de Dios como hijo de María e “hijo de hombre”? Extraña mucho la identificación de Cristo como “el Logos” en el prólogo de un libro en cuyas páginas nunca se vuelve a llamar por ese título,
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