Concuerdo con Walter Brueggemann cuando dice: «El análisis de las Escrituras es, entre otras cosas, como un banquete».[1] ¡Oh bendito y delicioso banquete! ¡Cuánta razón tienes señor Brueggemann! ¡Cuántos variados y exquisitos manjares nos aguardan en sus páginas! Por su parte, J. C. Ryle decía: «Deberíamos leer nuestras biblias como hombres (yo diría aquí “como personas”) cavando en busca de un tesoro».[2] Y no es que necesariamente tengamos que cavar muy profundamente en el ropaje o envoltorio cultural, lingüístico o social de los textos bíblicos para hallar dicho tesoro, sino
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