“Esta decisión no obedece a exigencia de nadie. Es una decisión propia, expuesta ante mi familia, Dios y ratificada por mi conciencia (1 Co 4,1-4). Lo único que busca es la paz y mi tranquilidad emocional. No quiero vivir gobernado por el miedo o temor al pensar cómo unos asuman o interpreten lo que digo o escribo cuando actúo con limpia consciencia. Si esto ayuda a no afectar la imagen de mi querida iglesia, lo asumo”[1]. Con parte de este texto concluía mi relación con la organización religiosa a la
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