No conocía al artista Gregory Eanes que plasmó en el lienzo tamaña pintura, pero al ver su obra entré en comunión con él y, a través de su obra, con el Crucificado. Doble corona de espinas. Crispación en unas manos taladradas por clavos que buscan refugio, a través de la carne, en una madera convertida en patíbulo. Rostro cabizbajo, descompuesto y dolorido. Cuerpo derretido cual cera al calor de un candil nada inocente. En resumen, nos enfrentamos a la historia humana, nuestra historia. Una historia regida por “los príncipes de este mundo” (1
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