Posted On abril 21, 2012By Abel GarciaIn Opinión
Un día llegué un punto en que no pude más. Luego de un tiempo en que, en la práctica, faltaba más domingos de los que asistía, dejé de jugar al visitante ocasional cortando completamente los lazos. Estaba fuera. Sin intenciones de volver. Auto-expulsado. Sin embargo, aún me interesaban los temas teológicos, aún me interesaba Dios, como cuando era niño y pedí con toda la inocencia de mis diez años por un imposible que al día siguiente por la tarde me fue increíblemente concedido.
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