Cuando experimentamos el encuentro personal con el Dios de Jesús de Nazaret, pareciera que entramos en una especie de “estado de inocencia”. Nos da la impresión de que volvemos a la niñez –“nacer de nuevo”, según el Evangelio de Juan-, es decir atravesamos un umbral hacia una nueva forma de entender la existencia, pues todo se torna en un espacio lleno de luz y de nuevas posibilidades. Sé bien que todo encuentro y toda experiencia religiosa es subjetiva –no puramente subjetiva-, pero no por eso deja de ser real para
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