“Dios es el silencio del universo, y el ser humano el grito que da sentido a ese silencio”. Esta definición que daba Saramago de Dios es la más bella que nunca haya leído o escuchado. La leí en sus libros y la escuché en varias ocasiones de sus labios. Merecería aparecer entre las veinticuatro definiciones -con ella, veinticinco- de otros tantos sabios reunidos en un Simposio que recoge el “Libro de los 24” (Siruela, Madrid, 2000), cuyo contenido fue objeto de un amplio debate entre filósofos y teólogos durante la
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