¡Síganme los buenos! decía el archifamoso superhéroe el Chapulín Colorado, en una lúcida parodia al enfermizo énfasis que pone nuestra sociedad en la búsqueda de héroes salvadores de la humanidad. Curiosamente todos esos héroes a los que parodiaba el Chapulín carecían precisamente de verdaderos seguidores, pero ostentaban abundancia de admiradores. Y, por supuesto, no es lo mismo seguidor que admirador. ¡Síganme los buenos! Lanzaba esta frase con un halo de inocencia, pero profundamente crítica. ¿Los buenos? ¿quiénes son los buenos? ¿Sólo los buenos pueden y deben seguir a los héroes? ¿Salvan los héroes solo
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