Cierta vez, mientras hacía ese largo y extenuante viaje desde Santiago de Chile a Toronto, leía asiduamente, una vez más, el “Progreso del peregrino” de John Bunyan. En parte, acometía por vez enésima esa lectura para hacer menos monótona esta de suyo más monótona todavía travesía aérea, pero también por el enorme regocijo que trae siempre al alma del creyente la lectura de este clásico de la literatura evangélica, cuánto más, nuestras almas atraviesan por temporadas de soledad, sequedad, apremio. Llegaba en algún momento de mi lectura, durante el vuelo,
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