¡Oh, Dios!, cuánto duele la soledad de estas noches navideñas para muchos. Noches tan sin luna que les alumbre y tan sin estrellas que les acompañen. En sus hogares, la lluvia de buenos y antiguos recuerdos se precipitará con furor empañando sus mentes. Formarán arroyos que correrán, como las penas, garganta abajo y se harán visibles en sus ojos porque golpearán con furia el ser interior. Son corazones desnudos y anónimos para el mundo, pero tú los conoces. ¡Mira cómo sangran, Señor, esperando tu presencia! ¡Mira cómo te aguardan y
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