Vivimos, dicen, en la era de la post-verdad. De la verdad líquida, ya hasta gaseosa, diría yo. Nuestra cultura occidental contemporánea, seguramente por cansancio y desencanto y como reacción ante la autocomplacencia arrogante de la Modernidad ha perdido todo sentido de seguridad y afirma que no existen cosas tales como “verdades evidentes”, o una verdad objetiva, universal o absoluta. Toda nuestra comprensión de la realidad se supone que está tan cultural e incluso personalmente condicionada, que es, no ya relativa sino muy relativa y aún así, es lo que hay,
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