Posted On junio 4, 2014By Isabel PavónIn Opinión
Era abril lluvioso cuando empezaron a caer los primeros trozos del techo de la última chavola del poblado. Se trataba del hogar de Petronio. En cuanto se enteraron de la fatal noticia, los amigos de la iglesia comenzaron a alzar sus plegarias al cielo. Preciosas oraciones retumbaban en el ambiente. Palabras, grandilocuentemente sentidas, se respiraban por doquier. Subían como globos de helio hasta dar en el techo. Se desviaban para chocar contra las paredes y enseguida, perdida la fuerza, bajaban despacio hasta depositarse sobre el suelo. Al mismo tiempo, las manos
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