Leí a Kafka en mi juventud, en esa época en la que la curiosidad es capaz de superar barreras que, más adelante, tal vez no encuentre uno el ánimo de afrontar. Cualquiera de sus obras resulta sorprendente: Carta al padre, El Proceso o Metamorfosis, por mencionar tan solo las más conocidas; todas ellas te transportan a un mundo agresivo, desconcertante, absurdo en grado sumo, del que cuesta un gran esfuerzo mental el desprenderse. Hasta tal punto los relatos de Kafka agreden nuestro sentido del equilibrio mental y emocional que el
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