Se movía con rapidez de un lado a otro. Pequeños frascos de peticiones de oración llenaban sus manos. Repartía entre los que se hallaban presentes las necesidades que había metido dentro. Más que una persona parecía un cohete dislocado con la mecha prendida. Ya que en el punto medio está la virtud —eso afirman—, para compensar la balanza ante las pesas de Dios y la de los humanos, procuraba que los ruegos estuviesen repartidos entre carnales y espirituales al 50%. Cada vez que alguien se acercaba a saludarle, como contrapartida
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