La primera vez que vi a mi abuelo llorar fue la Noche Vieja de 1972 cuando murió Roberto Clemente. Yo había visto a Clemente en una clínica de béisbol en el Parque Ildefonso Solá Morales –hogar de los Criollos de Caguas, el equipo de béisbol invernal de mi pueblo– como un mes antes. Fui a la clínica como participante de las pequeñas ligas organizadas por don José Manuel Cora, el padre de Alex, el dirigente de las Medias Rojas de Boston de MLB. El béisbol, como buen boricua, fue parte
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