Miguel Sánchez Rodríguez

Posted On 20/11/2011 By In Opinión With 1610 Views

Tecnología y ser humano

Crear herramientas y utilizarlas forma parte de lo que el ser humano es en cuanto ser humano. La tecnología, en sus diferentes estadios de avance, ha estado presente como compañera inseparable a lo largo de la evolución de la humanidad. Y eso no ha cambiado en nuestros días, antes bien, esa cercanía e imbricación entre tecnología y ser humano se ha ido acentuado durante las últimas dos décadas.

Miguel Sánchez RodríguezLa tecnología, en general, y la tecnología de la información, en particular, forma parte indisoluble de nuestras vidas. Ordenadores, tabletas y teléfonos móviles son ya parte indispensable de nuestra indumentaria cotidiana. Forman parte de nuestro paisaje cotidiano, son herramientas que manejamos con la misma familiaridad con que manejamos los cubiertos o cualquier objeto de nuestra vida diaria. Es cierto que todavía quedan espacios que, como la aldea gala, permanecen irreductibles al invasor y no rinden culto al último modelo de iPhone o de tableta; que no saben que es Android, Mac OS, Windows 7 o Linux, para los cuales navegar significa realizar un viaje en barco o en globo, y el nombre de Bill Gates les recuerda sólo uno de esos millonarios que todos los años aparecen en la portada de la revista Forbes.

Este grupo es, cada vez, menos numeroso y es tan sólo una cuestión de tiempo (y hablo aquí literalmente) que no queden en los países avanzados analfabetos digitales. Es indudable que la tecnología nos ha traído una cantidad importante de cosas buenas, y que nos ha transmitido la mejor imagen de la aldea global en que se ha convertido nuestro planeta. Podemos seguir en tiempo real desde la comodidad de nuestra sala de estar, desde nuestra oficina o acomodados en la barra de un bar mientras nos tomamos un café con los amigos, las protestas de indignados en Nueva York o una manifestación del 15M en cualquier ciudad de España, el devenir de las bolsas o podemos ver el último videoclip de nuestra banda predilecta. No necesito estar en mi oficina o en mi casa para tener acceso a mis documentos importantes o a mis facturas. Puedo descargarme lo que necesite desde la nube a mi teléfono inteligente y compartirlo con mis amigos, colegas de trabajo o clientes allí donde esté.

Esto que a primera vista supone un avance de dimensiones casi cósmicas en cuanto a la concepción del trabajo y del ocio es, a la vez, una amenaza directa al ser humano. Ya no se diferencian espacios, trabajo/ocio; oficina/hogar. Cualquier lugar puede ser tu oficina o tu hogar, cualquier momento puede suponer trabajo u ocio. Corremos el riesgo de que algo que fue creado para facilitarnos la vida en sus diferentes ámbitos nos acabe absorbiendo y acabe diluyendo las fronteras entre esos ámbitos. Nos podemos encontrar con que la herramienta pensada y creada para servirnos se acabe convirtiendo en señor y no en siervo. Y no hablo sólo de las personas que se enganchan a los videojuegos o a sus teléfonos y están siempre pendientes de lo que ocurre en Twitter y compartiendo con todos en Foursquare el maravilloso tugurio donde están tomándose un combinado con un cliente o un conocido. Sino de aquellos que han perdido la capacidad para separar el ámbito familiar del laboral, el trabajo del ocio y que, en medio de una reunión familiar, utilizan su tableta para enviar un formulario a tal o cual cliente o compañero (seguro que a más de uno le resulta familiar la escena).

Tanto los desarrollos tecnológicos como el uso que hacemos de ellos deben estar centrados en el ser humano, en su desarrollo y en sus necesidades. El objetivo debe ser facilitar su vida, sus tareas, hacer más ágil y eficaz todo lo relacionado con su supervivencia y bienestar, pero sin privarle de su libertad y de su capacidad y tiempo para la trascendencia. ¿Cuál es el horizonte sobre el que se dibujan los avances tecnológicos? ¿Sólo el derivado del beneficio económico que esos desarrollos pueden generar o es el ser humano en sí?

Ciertamente las máquinas son máquinas y los programas informáticos son lo que son, una sucesión de líneas de código, en ambos casos hablamos de entidades que no son capaces de humanidad en sí. Pero es obvio que sus usuarios y desarrolladores sí lo son. De ahí la importancia de que tanto unos como otros tengan en cuenta y recuerden que el objeto de su trabajo es el ser humano, que la tecnología es una creación al servicio de la humanidad y no al revés. Es el propio ser humano quien debe fijar los criterios que deben guíar el desarrollo y la utilización de la tecnología.

Por tanto el ser humano debe orientar la tecnología hacia un fin (telos) ético. Sin duda alguna se puede discutir mucho sobre el fin de los desarrollos tecnológicos y en qué ha de consistir ese fin ético. Yo me he propuesto simplemente señalar esa necesidad y apuntar algunas cuestiones prácticas que considero oportunas:

  • La tecnología no puede ser un fin en si mismo. Debe ser capaz de facilitar la vida al ser humano.
  • La tecnología no puede inducir al consumo inmoderado. Y sin duda este punto está vinculado de manera muy evidente con el primero.
  • Los productos tecnológicos deben desarrollarse con visión de largo plazo, han de ser duraderos en el tiempo. No pueden estar sometidos al vaivén de las modas.
  • La tecnología debe estar concebida para facilitar la integración de los colectivos con dificultades físicas, sean éstas del tipo que sean.
  • La tecnología debe estar al alcance de todos, se debe trabajar para reducir la brecha digital y evitar la exclusión por motivos económicos o sociales.
  • La tecnología no puede depender los intereses de multinacionales.
  • Y en todo caso no puede contribuir a la deshumanización del ser humano ni al sometimiento de unos seres humanos por parte de otros.

Esa lista, trazada a vuelapluma, sin duda es incompleta y alguien con más capacidad, conocimientos y tiempo que yo, la habrá hecho o la hará más detalladamente y con más enjundia. El único interés de este post era ayudarme a pensar en la relación entre tecnología y ser humano; y tal vez, promover esa reflexión en otros.

Miguel Sánchez Rodríguez
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