INTERRELIGIOUS FORUM:
PROMOTING HUMAN DIGNITY IN THE AMERICAS
in the framework of the 53rd General Assembly of
the Organization of American States (OAS)
Washington, June 20, 2023
¿Cuán libres somos? Inmensamente libres.
¿Cuáles son los límites de nuestra libertad? El otro, la otra.
¿Cuánta conciencia tenemos de nuestros condicionamientos para vivir en esa libertad? Unos/as más, otros/as menos.
Hoy, muchas personas a nuestro alrededor no cultivan la reflexión propia, ni la búsqueda de respuestas más allá de sus celulares. Se mueven influenciadas por los promotores de discursos -más falsos que verdaderos- que les dicen cómo es el mundo y qué está pasando con nuestras libertades, las cuales algunos creen amenazadas, sin darse cuenta que en realidad ya hace tiempo que la han perdido. No en manos de personas enemigas, internas o externas, sino en manos de las Corporaciones y sus medios masivos de desinformación, mantenedores del status quo y generadores de discursos que en muchos casos son discursos de odio.
En un contexto donde abundan estos discursos que atentan contra la vida del otro y la otra, vemos la necesidad de afirmar la vigencia de un pensamiento libre que fomente libertad, tolerancia y una conciencia amplia que eleve su voz para proclamar discursos de protección de la vida de todas las personas, particularmente las más vulneradas y así mismo de toda la creación.
«Para ser libres se requiere la osadía de romper con todo aquello que desvía de ese objetivo» (Eduardo López Azpitarte). Por esto desde nuestra convicción de fe afirmamos, con el articulo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que tenemos libertad de pensamiento, de conciencia y de creencia, que debemos promoverla y auspiciarla, que podemos hablar de nuestras convicciones de fe. PERO, un pero bien grande.
Pero siempre al amparo y la salvaguarda de la vida y los derechos del otro y la otra. Reconocemos que no hay libertad, ni religión, ni consciencia, que sea superior a la que pone a la persona humana, específicamente el otro y la otra, como receptores/as del amor de Dios y sujetos de Derecho.
En términos jurídicos, los postulados de la Declaración Universal de los Derechos Humanos debe instrumentalizarse en cada país y ser parte del Estado de Derecho nacional, sino solo queda como un enunciado que no protege derechos, ni condena excesos y violaciones.
En términos teológicos, en cualquier caso, nosotros y nosotras nos reconocemos responsable ante la Divinidad por la vida del otro, de la otra y de la humanidad. En la Biblia Hebrea tenemos esa convicción desde el derramamiento de la sangre de Abel, asesinado por su hermano, y cuya sangre clama a Dios por justicia, desde la tierra (Génesis 4:10). La salvaguarda de la vida está presente en las escrituras bíblicas.
En el pensamiento cristiano Jesús define que el ser humano es primero que la ley, siempre (Marcos 2:27). Y define además que toda la Ley y los Profetas, se resumen en el amor a la Divinidad (a lo superior), partiendo del amor al otro ser humano y a una/uno mismo. Ama a Dios y ama al prójimo como a ti mismo, como a ti misma (Mateo 22: 37-40).
Ese es el resumen de todas las palabras de Dios y de Jesús. Porque no hay manera de amarnos, si no miramos afuera de nosotras y nosotros mismos. Ese es el alcance y el límite de nuestra libertad de conciencia y de expresión de lo que creemos. El límite, la frontera, es el otro, la otra.
Y así mismo, en todo el Antiguo Testamento, la voz profética se interpreta como voz de Dios. Voz que anuncia lo nuevo, mientras denuncia lo que va contra la justicia y el derecho.
Es precisamente en el Antiguo Testamento dónde los textos sagrados hebreos inician celebrando que la vida nace, precisamente, de la Palabra pronunciada para gestar lo bueno y lo nuevo. El libro de los comienzos, el Génesis, ya en su primer capítulo, comienza describiendo el poder creador de la Divinidad desde la palabra, todo se hizo por ella. Dios dijo y fue hecho.
Y en el Apocalipsis de Juan, el último libro del Canon cristiano, la voz de Dios, es la voz del propio Jesús que se dirige al visionario de Patmos estando él «en el Espíritu» (Apocalipsis 1:10). Juan se torna receptor y responsable de escribir y transmitir un mensaje -una palabra de Dios- a las Siete Iglesias de Asia, para alentarlas a la esperanza y a la resistencia, en un tiempo de odios, persecuciones y muertes violentas.
Junto a esto, en el Evangelio de Juan, Jesús es el logos (la palabra preexistente a todo del Génesis) que sana, crea comunidad y moviliza la esperanza. La palabra de Jesús consuela, devuelve la dignidad, protege a las personas débiles. Su palabra libera, edifica. Ese uso de la palabra para defender y construir, es radicalmente diferente a la palabra utilizada como instrumento de destrucción y odio.
A la vez en la Primera Carta de Juan se afirma que hablar mal y aborrecer al hermano/a es «homicidio» (1a Juan 3:15). Bien describe la Carta de Santiago el peligro del mal uso de la palabra, cuando llama a controlar la lengua -a domarla dice- para que no sea instrumento de destrucción. Ya que « la lengua es una llama de fuego. Es un mundo entero de maldad que corrompe todo el cuerpo. Puede incendiar toda la vida, porque el infierno mismo la enciende» (Santiago 6:3).
Debemos entonces hacer buen uso de la palabra y de la libertad para promover discursos que construyan paz, que celebren la diversidad, que enaltezcan la dignidad de todas las personas.
Debemos promover discursos que generen consensos, unidad de propósitos y prácticas de justicia.
La libertad debe proponer discursos que -incluso- pueden poner en paréntesis los dogmas propios, por un bien mayor que es el de la humanidad reunida y hermanada.
La libertad de pensamiento conciencia y religión, que ejercemos, debe promover el diálogo y los acuerdos en favor de la comunidad y no los discursos sectarios e intolerantes que generan violencias.
Libertad entonces no es: discursos de odio, prácticas de discriminación, actividades basadas en injusticia. No es monólogo ni cerrazón.
Reconocemos el desafío profundo de discursos que se han tornado fundamentalistas, rígidos, y excluyentes, en especial en las esferas de las organizaciones de base de fe.
Pero Dios usó la palabra para crear y Jesús usó la palabra para sanar y enseñar. Entonces usemos nosotros/as las palabras para encontrarnos y crecer juntos, juntas, sin intolerancias, ni exclusiones.
Fomentemos espacios de diálogo, de conocimiento mutuo. Participemos de iniciativas que protejan los derechos humanos en nuestras comunidades.
« Pues el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2 Corintios 3:17).
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