Posted On 23/12/2013 By In Biblia, Opinión, Teología With 6317 Views

¿Tenía Jesús ombligo?

Soy enemigo de las cuestiones especulativas, y jamás hubiera planteado la pregunta que encabeza estas líneas. Pero un amigo sudamericano me la hizo y me resultó interesante.

Según dicho amigo, un hermano le comentó que había tres personas que nacieron sin pecado: Adán, Eva y Jesús. Dos de ellos no tenían ombligo, y era lógico, por tanto, que Jesús tampoco. Adán y Eva nunca nacieron, y Jesús nació de forma sobrenatural. Además, Jesús no podría haber recibido sangre de María, porque esa era sangre impura, contaminada por el pecado original. Lo que quiere decir que Jesús no hubiera podido limpiar nuestros pecados con su sangre pura. Por eso el Jesús pre-natal no podría haberse alimentado de Maria mediante un cordón umbilical. Más bien, Jesús nació con la naturaleza perfecta de Adán y Eva antes de pecar, no con la naturaleza caída de su madre.

Este argumento refleja la gran dificultad que tenemos para comprender la humanidad de Cristo y aceptarla plenamente. El mismo día me llegó un hermoso poema navideño con una perspectiva muy diferente:

Desnudito, desnudito,

sin defensa, ni abrigo.

entregado, entregadito

tendrás que padecer.

Lo descubrieron desnudito,

y descubierto nació…

El niño en su llanto

nos dice — ¡aquí estoy!

Ese bello poema, de Julio C. López, me hizo recordar una experiencia de los años 80. Estábamos en Nicaragua, en una entrevista con un destacado líder de la oposición. Después de una larga serie de denuncias contra los sandinistas, pidió a su secretaria traerle «aquellas pinturas». Eran dos cuadros de la crucifixión, pintado por gente de Solentiname, en los que ellos, según su fiel entendimiento de los evangelios, pintaron a Cristo desnudo en la cruz. Entonces, como la peor de sus denuncias, exclamó, «Esos sandinistas quieren humanizar a Jesús».

Hace unos años un estudiante de la Universidad Nacional, que era profesor del Liceo de Costa Rica, diseñó una encuesta para ver si los estudiantes realmente creían en la humanidad de Jesús. Hizo muchas preguntas tradicionales: ¿Crees tú que Jesucristo es Dios, que era hombre, que nació de la virgen, que hizo milagros y murió en la Cruz? A todas esas preguntas los estudiantes respondieron que sí. Pero entre pregunta y pregunta, insertaba otras distintas: ¿En la mañana, Jesús tenía que cepillarse los dientes para quitarse el mal sabor de la boca? ¿En un día de mucho calor, sudaba Jesús excesivamente y necesitaba desodorante? ¿Jesús se cansaba? ¿Se enojaba? ¿Le podría dar un dolor de cabeza o un resfriado? A todas esas preguntas respondieron que no, ¡jamás de los jamases! Era evidente que realmente no creían en la humanidad de Cristo.

El mismo San Lucas, que afirma la concepción virginal del Salvador, alude también a los nueve meses del embarazo de María (1:56; 2:6), en que el Hijo de Dios era un feto prenatal. Lucas narra también que el niño Jesús fue circuncidado al octavo día (Lc 2:21), igual que cualquier otro niño judío y de la misma forma: una intervención quirúrgica en su órgano masculino. Si Jesús pudo ser circuncidado, ¿por qué no pudo tener ombligo? Además, a los cuarenta días José y María cumplieron el tradicional rito «de la purificación de ellos», es decir, de la madre y del niño (2:22). Más adelante, Jesús se sometió al bautismo para arrepentimiento, para identificarse con nosotros sin que él tuviera ningún pecado del que arrepentirse. Los evangelios nos cuentan también que Jesús se cansaba (Jn 4:6; Mt 8:24, ¡Jesús dormía en plena tempestad!, se enojaba (Mr 3:5; 10:14), lloraba (Jn 11:35; Lc 19:41) y se angustiaba (Mt 26:37). Según Heb 4:15, «él fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Heb 4:15).

La Biblia nunca dice que Cristo naciera sin «naturaleza pecaminosa», sino que vivió sin cometer pecado.  Existiendo en las mismas condiciones nuestras, de nuestra condición «caída», hizo la voluntad de su Padre y lo obedeció en todo momento. Es un error imaginar que Jesús naciera con la naturaleza de Adán y Eva antes de su pecado. En los términos de Heidegger y Sartre, Jesús también vivía «el ser para la muerte». Si no lo hubieran crucificado, hubiese muerto de alguna otra manera. En eso también se identificó con nosotros y asumió plenamente nuestra condición humana.

Nos preocupa, y con razón, cuando alguien niega la deidad de Cristo, pero muchas veces nosotros mismos estamos negando implícitamente su humanidad. Llama mucho la atención que la primera herejía cristológica no era negar que Jesús era Dios sino precisamente negar que era humano. Es más, y muchísimo más sorprendente, la Biblia dice muy enfáticamente que negar la humanidad de Cristo es el espíritu del anticristo: «todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo» (1 Jn 4:2-3; 2 Jn 7; cf 1 Jn 2:18,22).

La gente hoy dice muchísimas cosas sobre el anticristo, pero la Biblia dice una sola cosa: que el anticristo niega la humanidad de Jesús. En ninguna parte dice que el anticristo es blasfemo ni tirano ni perseguidor ni nada por el estilo. En toda la Biblia, la palabra «anticristo» aparece sólo en estos pasajes de las epístolas juaninas. De hecho, no se han encontrado otras referencias anteriores al anticristo, ni otras en la Biblia ni en los primeros padres de la iglesia excepto como citas de este único texto. Si queremos tomar en serio la enseñanza bíblica sobre el anticristo, debemos tomar en serio la plena y auténtica humanidad de Jesús, porque de eso se trata y nada más.

Contra ese espíritu del anticristo, afirmemos con toda convicción que Jesús es tan Dios como el Padre y tan humano como cualquier de nosotros, ¡con todo y ombligo! O mejor dicho, Jesús es más humano, porque en él no hay nada del pecado que nos deshumaniza a nosotros.

Juan Stam

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