La historia de las ideas pasa por nuestro lado a una velocidad de vértigo, mientras algunos cristianos se empeñan en vivir instalados en la Edad Media. Apunta el teólogo Juan José Tamayo que la teología cristiana vivió un largo e interminable sueño dogmático del que se supone que salió a lo largo de los siglos XIX y XX con el recurso a los, métodos histórico-críticos, para acudir posteriormente a los métodos sociológicos y de la antropología cultural para el estudio de los textos fundamentales de la fe y pasar finalmente a la hermenéutico bíblica y teológica[1].
Es indudable que las palabras del teólogo Tamayo responden a un riguroso análisis del itinerario seguido por la reflexión teológica en los últimos siglos, aunque con dicha reflexión tengan poco que ver los colectivos evangélicos subsidiarios del evanelicalismo fundamentalista importado desde los Estados Unidos pasando por las crecientes colectividades latinoamericanas, imbuidas por la perniciosa, falaz y herética doctrina que proclama la inerrancia de la Biblia, que convierte a Dios en un ser sometido a los caprichos especulativos de sus impulsores. Una teología que potencia el liderazgo y condena al resto de fieles a no pensar.
La teología evangelicalista, en lugar de pasar del estadio del sueño dogmático a los métodos histórico-críticos para seguir avanzando hacia la teología social y la antropología cultural, por medio de una hermenéutica bíblica y teológica capaz de ayudar a desentrañar el mensaje bíblico y, sobre todo, a descubrir al Dios no conocido, ha regresado desde la inocencia evangélica inicial, al más profundo oscurantismo dogmático, reduciendo la reflexión teológica a la formulación de eslóganes y consignas. Y el problema, lamentablemente, no siempre es (aunque sí lo sea en ocasiones) a causa de la falta de conocimiento, sino al miedo a contravenir las normas impuestas por algún gurú; un miedo cerval a la investigación, que impide avanzar en el empeño de desentrañar los misterios de la naturaleza y avanzar en el conocimiento de la revelación.
La primera y más eficaz herramienta contra el fundamentalismo es, efectivamente, el uso de una adecuada hermenéutica. Ante una hermenéutica científica no hay fundamentalismo que se resista. Aceptamos por fe la inerrancia de Dios, pero salta por los aires cualquier pretensión de hacer de la Biblia un tótem caído directamente del cielo como si de un meteorito se tratara. Tal actitud es reducir a Dios a la dimensión humana como han hecho todas las religiones politeístas del mundo. Existen muchas razones para no leer la Biblia en su literalidad, pero si tuviéramos que señalar una sola, tendríamos que hacer referencia a su dimensión ética a fin de poder armonizar la idea de un Dios de amor y misericordia tal y como lo muestra Jesús el Cristo, con la imagen de un Dios justiciero y vengativo, conforme era percibido por el judaísmo pre y post Esdras-Nehemías.
Una teología libre de prejuicios y de corsés fundamentalistas que nos permita entender los símbolos y analogías de la Biblia y nos ayude a percibir el espacio divino más allá de las estrechas lindes del nacionalismo judío, hará posible el acceso a un Dios universal, que no hace distinción de personas, sea por su raza, por su género, por su religión, por su condición sexual o por cualquier otro tipo de circunstancia discriminatoria; una teología que aproxima Oriente y Occidente, el Norte y el Sir, lo urbano con lo rural; una teología que no declara como enemiga a la ciencia, antes bien, se sirve y apoya en ella como aliada para investigar el sentido de la Creación y el alcance de la revelación. Consecuentemente, una teología que no se define como saber absoluto, sino como saber parcial que une sus esfuerzos a otros saberes para intentar aproximarse a la Verdad. Y, además, una teología que, al igual que la ciencia, juntamente con ella, admite la provisionalidad de sus descubrimientos y, por ello, está siempre abierta a otras aportaciones. Una teología, pues, enemiga del dogma.
Siendo, como es, el objeto último de la teología el conocimiento de Dios, es preciso admitir que ese conocimiento siempre va a ser parcial; puede y debe ser progresivo, pero parcial, limitado, en todo caso, no porque Dios se oculte, sino por las limitaciones humanas. De cualquier forma, hay que entender que se trata de un conocimiento intelectual y, sobre todo, un conocimiento experiencial que se produce en el ámbito de la espiritualidad, por lo que siempre va a tener una gran dosis de subjetividad, lo cual nos conduce necesariamente a admitir la relatividad y limitaciones de las religiones que pretenden gestionar la voluntad divina.
En este necesario proceso de intentar aproximarnos a un mejor conocimiento de Dios, tenemos que alejar nuestra mirada de las instituciones y organismo religiosos, cualquiera sea su apellido, para ponerla con mayor detenimiento en Jesús de Nazaret. Y de Jesús, que es la Palabra de Dios encarnada, aprendemos tres cosas fundamentales;
- Jesús fue inclusivo, aceptando a radicales como los fariseos, a pendencieros como los fanáticos y violentos zelotes, a místicos como los esenios, a herejes como los samaritanos, a funcionarios corruptos como Zaqueo, a personas de dudosa reputación social, a miembros del ejército invasor romano, a nacionales y extranjeros.
- Jesús fue tolerante. Anunció a sus discípulos, que eran muy selectivos y excluyentes, que quienes no se manifestaran abiertamente contra él, los consideraba afines.
- Jesús no condenó las ideas, ni las creencias, ni las emociones de sus oyentes y seguidores. No hizo un relato de pecados morales. Su énfasis fue la prevalencia del amor. Con su “ve y no peques más”, valora la conciencia de cada uno para interiorizar su concepto de pecado, fuera de los farisaicos catálogos de moral al uso.
Mientras que la ética es un valor permanente (respeto a la vida, defensa de la dignidad humana, la honradez, la verdad), la moral (lat. mos, moris, costumbre), es cambiante (formas de vestir, actitud ante el divorcio, postura ante la homosexualidad), Pongamos tres ejemplos:
- Hace décadas resultaba condenable moramente que las mujeres asistieran a los oficios religiosos sin cubrirse la cabeza, usar pantalones, minifalda y otro tipo de atuendos condenables en esos casos. Los moralistas de entonces ponían el grito en el cielo cuando tales cosas se daban. Hoy, los hijos y nietos de esa generación piensan que se trata de una broma. ¡Afortunadamente ha cambiado la mentalidad!
- El día 22 de junio de 1981 se aprobó en España la Ley del divorcio. Todavía resuenan en nuestros oídos las condenas lanzadas desde los púlpitps evangélicos antes y después de proclamada la Ley. Por supuesto se trataba de uno de los pecados más lacerantes que merecían todo tipo de condena. Los divorciados eran marginados en las iglesias evangélicas, señalados y condenados a no administrarles un nuevo matrimonio. Pasadas unas décadas, no ya solo los muchos miembros de iglesias evangélicas, sino no pocos de sus pastores, están divorciados, vueltos a casar y pastoreando iglesias. Y nadie se rasga las vestiduras. ¡Afortunadamente!
- El caballo de batalla en los días que corren es el colectivo LGTBI. Ya no se trata sólo (que ya sería bastante) de condenar a quienes se definen dentro de ese grupo de personas, señalándoles condenatoriamente tanto por su condición como por su estética. Molesta especialmente su estética. La condena resuena en una buena parte del mundo evangélico y se anuncia que tendrá su culmen en fechas próximas, cuando se debata, en Asamblea general, la propuesta que figura en el Orden del Día, de que las iglesias integradas en la IEE sean expulsadas de la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España (FEREDE), por haber caído en el “pecado” de declararse inclusivas con respecto a personas pertenecientes a ese colectivo. Como precedente, actitud semejante ya fue adoptada en el Consejo Evangélico de Madrid (CEM). ¿Algo parecido a lo que se supone haría Jesús de Nazaret de haberse visto envuelto en semejante situación?
Ante semejante actitud, recomendamos cordura y sensatez, aparte de caridad cristiana, a quienes tienen que intervenir en la decisión que deba adoptarse, a la vez que nos atrevemos a profetizar que dentro de unos años las iglesias evangélicas en España adoptarán con respecto a este asunto postura semejante a la que se adoptó en su momento con los dos casos mencionados anteriormente. Cordura para no caer en semejante atrocidad en una sociedad democrática; sensatez para valorar debidamente el papel de la enseñanza bíblica y de los derechos humanos; caridad para tomar en consideración el amor hacia los hermanos.
Febrero de 2018.
[1] Juan José Tamayo, Teologías del Sur. El giro descolonizador, p. 58.
Ilustración: Photo by Alejandro Garrido Navarro on Unsplash