Posted On 20/04/2013 By In Entrevistas, Opinión With 1410 Views

Teresa Forcades: «En la Iglesia [católica] se palpan el clericalismo institucionalizado y la misoginia estructural»

(Religión Digital – Jesús Bastante – Publicado en Lupa Protestante con los debidos permisos).- Teresa Forcades no deja a nadie indiferente. La monja benedictina, que esta semana ha visitado Madrid para presentar Conversaciones con Teresa Forcades (DAU), escrito por Eulàlia Tort. Un libro en el que quedan plasmados sus diferentes puntos de vista y algunas de sus críticas a la Iglesia, de la que denuncia, en primer lugar, «el clericalismo institucionalizado y la misoginia estructural«.

En cuanto al debate sobre el aborto, la religiosa afirma que «nadie debería ser aceptado en una manifestación que llama asesinas a las mujeres que abortan sin antes enseñar un certificado que diga que ha dado un riñón por salvar una vida inocente».

Conocida por su defensa del venezolano Hugo Chávez, ahora que está recientemente fallecido lo califica como «el líder que ha pasado por más validaciones democráticas«, y confiesa que reza «para que no se tiren para atrás los logros de la revolución bolivariana».

Este domingo presentaste la versión en castellano del libro «Conversaciones con Teresa Forcades», que fue un gran éxito en su versión en catalán.

Sí, lo presenté en la parroquia de Entrevías, con Javier Baeza. Fue una especie de conferencia hablando de los puntos que me parezca importante destacar, seguida de un diálogo. Eso es lo que en general me resulta más interesante cuando tengo apariciones públicas: dar a conocer ideas que me interesa que se difundan, pero además ayudarme del diálogo para darme cuenta de cuáles son las preocupaciones de las personas.
¿Cómo siendo tan joven se os ocurrió escribir una especie de biografía?
Bueno, fue una iniciativa del editor, y además fue un error por mi parte, porque en el mismo día recibí dos correos con dos propuestas editoriales. Una era hacer una cartas cruzadas (un diálogo) con un filósofo, sobre temas de interés general: el sentido de la vida, la muerte, el amor, la libertad… Me pareció interesante, un reto, poder establecer ese tipo de diálogo con alguien que piensa distinto. Así que pensé decir que sí. Y ese mismo día recibí otra petición para hacer un libro de entrevistas tipo biográfico, y en principio me pareció, como tú has dicho, que soy demasiado joven para tener una biografía, además de que en general me parecía que no tenía que favorecer iniciativas en las que yo fuera la protagonista. Que el tema no fuera yo misma. Por lo tanto, mi intención era decir que no a ésta y sí a la otra, pero me equivoqué con los correos. Entonces, dos semanas más tarde llegó al monasterio el editor del libro, y yo le hablaba como si fuera el libro de conversaciones filosóficas, hasta que me di cuenta de que me equivoqué. Pero como ya estaba ahí me enseñó un guión. Ya me habían pedido anteriormente otras grandes editoriales un libro de entrevistas, y yo siempre me había negado porque lo único que veía detrás era el interés de vender a la «monja popular». Pero este editor no era así. Su intención era, precisamente, que el público que me sigue a raíz de las denuncias médicas y farmacéuticas (de la gripe A y demás) pudiera también acceder a mi parte más teológica. Y viceversa: que el público que me sigue por la parte más teológica pudiera también acceder a mi parte más feminista. Él veía que yo tenía públicos que a veces no se encontraban, y entonces le pareció interesante esa pluralidad. Lo expresó de una manera que me gustó: «Yo creo que no habrá nadie que esté de acuerdo con todo lo que dices», me dijo, pensando en los estereotipos. Y me dijo que él encontraba positivo que haya gente que no esté de acuerdo con una parte de mi pensamiento, pero que sin embargo se encuentre a gusto con otra parte.
Se te conoce sobre todo por tus posicionamientos políticos y por tus denuncias, pero en el libro también se encuentra una teología intensa e interesante. ¿Por qué hablas en especial del tema de la Trinidad?
Porque es mi tema, mi tesis doctoral. Y eso quiere decir que me ha llevado 10 años de investigación, porque también es mi tema de tesina. Tengo un libro publicado que se llama «La Trinidad hoy», que es la tesina de licenciatura. Eso ya fueron 3 años de investigación. Es decir, que en total he dedicado 10 años a lo que en teología llamamos el misterio de la Trinidad, pero no solamente como una entelequia teórica para abstraerse, sino porque en el capítulo 17 de Juan (que es posiblemente el más breve), al inicio de la Pasión, Jesús dice 4 veces: «Padre, que ellos sean uno como nosotros somos uno». Y esto es fascinante. Para cualquier persona que entre en la teología trinitaria, este misterio que parece tan inaccesible o completamente ajeno a nuestra vida de cada día, resulta que este texto de revelación nos dice por boca de Jesús que tenemos que ser uno. Pero el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son uno de una forma que no podemos entender. Es una unidad peculiar, única y extraordinaria de la divinidad, y por eso nos cuesta ponerlo en palabras. Por eso cabe preguntarse cómo va a ser la comunidad católica cristiana una unidad de la misma intensidad y calidad que la unidad de ellos. ¿Qué no está pidiendo Jesús cuando nos dice que seamos «uno»? No lo dice una vez, sino cuatro, y es casi como su testamento último. Eso fue lo que más me interesó cuando estudié la Trinidad y escribí el libro más extenso que he escrito, que es la publicación de mi tesis doctoral.
Ahora estoy dando unos cursos en el monasterio sobre este tema, que se llaman «La Trinidad como fundamento e interlocutora de la libertad personal». La libertad que nos define como seres que no están sujetos a la cadena causal (porque no actuamos sólo porque tenemos hormonas y neurotransmisores, hay algo que se llama espíritu). Mis conocimientos de medicina me ayudan a entender hasta qué punto estamos sujetos a los condicionantes biológicos, pero nunca lo estamos desde un punto de vista absoluto, total o determinista. Siempre existe una posibilidad de salirse de esa cadena causal, y a eso lo llamamos espíritu. Y es esencial.
¿Esa unidad en lo esencial no se hace difícil desde el punto de vista eclesiástico-terrenal?
Difícil sí, pero no imposible. Difícil lo es hasta en el Evangelio. Si algo me atrae del Evangelio, es su realismo. Los cristianos no tenemos una narrativa irreal, en el sentido de que no esté enraizada en la realidad, porque vemos, por ejemplo, que Jesús no sólo tuvo dificultades con sus enemigos, las tuvo también con los suyos. Nosotros somos sus seguidores, así que no tenemos que desanimarnos como si las dificultades fueran anomalías no previstas en el plan de Dios. Creo que las dificultades en el mismo seno de la Iglesia las tenemos que afrontar con cierto sentido deportivo, cada uno analizando qué creemos que nos pide Dios, siendo fieles hasta el final y dejándonos de lamentar.
¿El reinado de la propia conciencia?
Eso es. Sin esperar nunca que desde afuera y desde arriba (desde las estructuras) vengan las soluciones. Si vienen, estupendo, porque a mí las estructuras me parecen algo consistente. No estoy de acuerdo con la gente que dice que sí a la espiritualidad pero no a la religión o a la institución, porque me parece que la espiritualidad no se puede vivir en solitario, pienso que ha de compartirse. Vivir la espiritualidad en solitario es una contradicción para mí. Y si la vives sólo con tus amigos, también es una espiritualidad demasiado cerrada. Y si quieres que te abra a los demás, algún acuerdo tendrás que establecer para ver dónde nos encontramos y a qué hora. Ahí ya tienes una institución, aunque sea mínima, pero una institución. Por eso creo que el debate sobre las instituciones se desvía muy fácilmente, así que ahí no entro. Lo que me parece esencial es decidir qué institución, quién la gobierna, cómo se elige a los que la gobiernan y de qué manera se les cambia cuando no hacen lo que deberían hacer, bajo qué normativas y bajo que criterios funciona esta institución, etc.
¿Es decir, que la cuestión no es que sobren las Conferencias Episcopales, sino cómo se organizan?
Exacto. Deberíamos tener la libertad de evaluarlo. Yo creo que en nuestra Iglesia hoy en día hay una parte estructural que está pasada de moda, como dijo el cardenal Martini antes de morir: «el anacronismo estructural de la Iglesia». Ese clericalismo institucionalizado yo lo veo y lo palpo. También la misoginia institucionalizada.
¿Cómo has vivido la elección del nuevo Papa?
Antes de la elección mi interés era explicar la necesidad de dejar de mirar para arriba. Porque si Tarancón decía y que íbamos a coger tortícolis de mirar a Roma, también nos va a doler la nuca de mirar arriba, esperando a ver si nos llega un Papa Mesías. Juan XXIII fue el adalid de los cambios necesarios para la Iglesia de entonces, pero yo creo que Juan XXIII no hubiera sido capaz de realizar eso sin el soporte de las comunidades de base que llevaban ya medio siglo trabajando por un cambio en la liturgia y en la teología.
¿Crees que un movimiento similar está ocurriendo hoy?
Sí. Desde que, después del Vaticano II, empezó esta involución, este frenazo que nos tiraba 20 o 30 años para atrás, han aparecido movimientos que reivindican y ejercen otro estilo de Iglesia. Los grupos de mujeres o feministas son un ejemplo, pero hay muchos más que lo que piden es democracia dentro de la Iglesia. La Teología de la Liberación, que apareció toda ella después del Vaticano II, evidentemente es otro ejemplo. Algunos la han declarado difunta, pero yo creo que, lejos de eso, lo que ha hecho es morir parcialmente de éxito, puesto que ha inspirado unos cambios sociales y políticos en el continente latinoamericano que ahora están dando esperanza a muchos otros países.
¿Los mensajes de Francisco sobre una Iglesia pobre y para los pobres, que se manche de barro y que huela a oveja, no se parecen al mensaje de fondo de la Teología de la Liberación, o crees que nunca podría ser la teología preponderante?
La opción preferencial por los pobres fue una expresión conciliar que acogió la Teología de la Liberación en Puebla y Medellín. Allí fue donde se enraizó de forma más clara. Y es posible que ahora, con este papado, esta tradición eclesial retome el lugar que le corresponde.
¿Qué le pedirías a Francisco, en caso de encontrarte con él?
Le pediría que ese compromiso con la pobreza lo lleve adelante, no sólo con gestos simbólicos como los que está haciendo hasta ahora, sino también con cambios estructurales. Y que se atreva a aliviar ese clericalismo y esa misoginia estructural de los que he hablado como los problemas principales.
A la hora de hablar de igualdad efectiva, ¿es fundamental que las mujeres puedan ser sacerdotes?
Claro. Cuando en la Iglesia Episcopaliana (que son los anglicanos de EEUU) empezaron las primeras ordenaciones de mujeres, después del Concilio Vaticano II, fue cuando Pablo VI vio venir que, si los anglicanos de Norteamérica (con los cuales doctrinalmente no tenemos ninguna separación teológica de importancia) habían tomado esa decisión, la misma reivindicación habría de llegar al ámbito católico. Entonces pidió a la Comisión Bíblica Pontificia que estudiara este tema en las Escrituras, a ver si había o no algo contrario a esa ordenación. Esta comisión hizo su estudio y presentó sus conclusiones, que decían que no había nada contrario a eso en la revelación. Pero el Papa pensó, motu proprio, que esto no era adecuado, y por tanto se prohibió en el contexto católico. Se cerró esa puerta. Después hemos sabido que hubo declaraciones posteriores que indican que aquello no se cerró de forma tranquila, y de hecho ningún Papa hasta ahora ha hecho dogma de aquello. El día que se haga esa categoría de autoridad magisterial máxima, los que creemos que esto tiene que ocurrir en la Iglesia, tendremos un problema. Hasta ahora no lo tenemos.
La realidad de la Iglesia estructural es misógina, claramente. En la Comisión Teológica Internacional, que es la que asesora a la Congregación para la Doctrina de la Fe, hay dos o cuatro mujeres, de 40 miembros. No hay paridad, pero existen mujeres a las cuales la Iglesia Católica en este momento ha reconocido con la autoridad, al menos, para aconsejar a quienes ejercen directamente el magisterio. También ha habido mujeres al frente de organismos internacionales eclesiales importantes.
La única reflexión teológica posible para considerar inadecuada la posibilidad de que las mujeres accedan al sacerdocio es el tema de la persona de Cristo, el poder actuar como persona de Cristo ante la congregación, cuando Cristo se encarnó concretamente en un varón. Según esto, una mujer no podría representar con la misma plenitud esa encarnación de Cristo, y presentarse en su nombre ante la congregación. Pero ya la regla de San Benito hablaba del abad y la abadesa en el monasterio, es decir, que esto no es una innovación del siglo XXI. Desde el siglo VI está claro que en una comunidad monástica, al menos de tradición benedictina, la abadesa no es la «superiora administrativa». La consideración de una abadesa tiene esa densidad teológica de la persona que se coloca al frente de su comunidad representando a Cristo. Así lo dice la regla de San Benito. Por tanto, no es una novedad pensar que una mujer pueda representar a Cristo delante de una comunidad. Formaba ya parte de la tradición benedictina.
¿Cómo te sientes dentro de la Iglesia? ¿Piensas que mucha gente cree que lo mejor que podrías hacer es salirte de esto y llevar una vida civil?
El primer nivel es mi integración en mi comunidad. Esto es lo primero porque es mi día a día. Mi experiencia diaria y cotidiana de lo que significa estar o no integrada en la Iglesia es eso, mi comunidad en la montaña de Montserrat. Por suerte mi comunidad es una comunidad plural, y por tanto no todas me aplauden por lo que yo pienso o por lo que yo hago, pero fue muy significativo que, cuando ocurrió la controversia sobre el aborto y yo hice unas declaraciones, la comunidad se reunió para estudiar el documento que yo pensaba publicar en mi nombre, sin responsabilizar a nadie más; y la abadesa me dijo que más o menos la mitad de la comunidad no estaba de acuerdo con lo que yo exponía en ese documento, y que la otra mitad no lo había entendido, pero que tanto las unas como las otras estaban de acuerdo en que querían una Iglesia en la que cada una pueda decir lo que piensa. Es decir, que todas, hubieran entendido o no el argumento y el por qué de que yo me hubiera manifestado públicamente sobre ese tema, estuvieron de acuerdo en que querían una Iglesia donde las personas se pudieran expresar con la confianza de una familia. Es decir, con el respeto debido pero con la libertad de espíritu de la que los cristianos y cristianas deberíamos ser una antorcha. Se debería ver que nuestra libertad no es sólo teórica o anhelada, sino también ejercida. Que la gente en sus comunidades puede decir lo que piensa, cosa que no se da en muchas universidades o empresas, y no hablemos de partidos políticos. Eso es esencial.
¿Te han acusado por tu presencia pública, al igual que le sucede a sor Lucía Caram, por ser monja contemplativa? ¿En algún momento a lo largo de todos estos años en los que no has estado exenta de crítica, te has planteado abandonar la Iglesia, o tener una relación distinta con ella?
Por críticas no voy a abandonar nunca. Mi entrada al monasterio no fue fruto de una reflexión mía, sino de una experiencia interior de vocación, es decir, que me sentí llamada. Si esa llamada fue objetivamente real o no, es algo que hasta el juicio final creo que no sabré. A lo mejor entonces llega Jesús y me dice «oye, que no era yo quien te llamaba». Pero entonces yo le diría «pues yo creí que eras tú, y para mí fue suficiente para ser fiel a eso». Por tanto, no me he planteado irme del monasterio, y menos por ese tipo de críticas externas. En cuanto a lo otro, creo que es verdad que la vocación de una monja contemplativa se realiza principalmente en el silencio de la celda monástica, donde la persona confía en que su oración y su vida interior entregada a Dios son fecundas para el mundo. Yo eso lo he visto con el trabajo teológico, que cuando lo he hecho me ha provocado más placer que hacer entrevistas, porque es un reto mucho más interesante y revelador ponerte delante de los textos de los grandes maestros y maestras de la tradición, intentando dialogar con ellos desde el interior, y dejando que tus problemas actuales, del siglo XXI, resuenen en otra época. Y orar para que ese dé fruto. Digamos que haciendo seis horas de oración diarias en ese contexto no me encontraría bien, pero la regla de Benito, como sabe todo el mundo, es la de ora et labora. Es decir, que el desiderátum de la benedictina es la oración continua, en el sentido de que no hace falta dejar de trabajar. Yo ahora mismo estoy dando una entrevista, pero debería estar al mismo tiempo consciente de la presencia de Dios y de su amor concreto, que son siempre mis referentes últimos. Esa conciencia de la presencia de Dios es lo que se le pide a la monja, como se le pide a cualquier cristiano. La tradición benedictina, como decía, no valora el trabajo solamente como una necesidad para sobrevivir, sino que lo incluye como parte del usufructo de la creación. Porque la obra de Dios nos invita a ser co-creadores. Por tanto, el trabajo es también obra de Dios.
Esta semana has sacado un manifiesto junto a Arcadi Oliveres de posicionamiento político hablando del proceso de independencia de Cataluña, de la crisis, del poder político… ¿Cómo surgió el manifiesto, y cuáles son sus objetivos?
En los últimos meses la situación de crisis ha ido en aumento, y hay muchas personas que muestran inquietud y que piensan que es un momento excepcional, que esto no es una situación normal, y hay mucha gente preocupada por ver hasta dónde llegará. Según el INSOCAT (Instituto de Estudios Sociales de Cataluña), en enero de 2013 existía ya en Cataluña un 12% de miseria y un 18% de pobreza (que no incluye el porcentaje de miseria). Es decir, un 12% de personas que si no hacen cola en algún lugar ese día no comen, y un 18% de personas con dificultades importantes para llegar a fin de mes. Eso suma un 30%, una cifra totalmente contraria a la percepción que tenemos de sociedad del bienestar. Más bien se parece a lo que la señora Margaret Thatcher, que acaba de morir hace poco, llamó en su época «la sociedad de los dos tercios». Según ella, para gobernar una sociedad de forma eficaz, tenías que dirigir tus políticas sólo a dos tercios de la población, que te darían la mayoría. Ella creía que si se pretendía incluir también al otro tercio se entraba en una vía sin salida, porque siempre iba a haber gente pobre y personas «irrecuperables» para la sociedad. Yo estoy de acuerdo en no creer en una sociedad utópica y sin problemas, pero de ahí a aceptar que siempre vamos a tener pobres y que siempre va a haber un 30% que se quede fuera, eso es distinto.
Una persona cristiana debe vigilarse siempre a sí misma, hacer cada día su examen de conciencia, y no relajarse pensando que las cosas no se pueden cambiar y que no vale la pena trabajar por ello. Eso es lo que Margaret Thatcher estaba animando a hacer: a olvidar al otro tercio.
A partir de esta situación, tanto a Arcadi Oliveres como a mí nos habían venido a ver partidos políticos para tratar de incluirnos, al menos simbólicamente, para dar soporte a una candidatura. Ni él ni yo hemos hecho eso nunca, ni pensamos hacerlo. De lo que yo sí he hablado públicamente es de la huelga general indefinida, porque me parece que es el derecho de una sociedad democrática a ejercer su soberanía. La democracia dice que el sujeto político es el pueblo, y que en sus representantes delega ese poder. Por tanto, si es el pueblo el que detenta el poder, tiene la capacidad de tomarlo de forma pacífica en un momento de crisis como el que tenemos, en el que el gobierno está deslegitimado (no sólo el central, también los autonómicos). No es un problema de partido, es un problema de representatividad democrática, desde que se inició la crisis hasta ahora. Se han tomado decisiones, una detrás de otra, que van en contra de los intereses generales y que se han tomado en contra de los programas electorales. Eso para mí es suficiente para invocar no sólo el derecho, sino el deber a la huelga general indefinida. No somos una democracia de menores de edad, no es que podamos hacer algo, sino que debemos hacerlo. Tenemos la responsabilidad con las generaciones que van a venir, como nuestros predecesores defendieron las libertades que tendrían sus hijos. Entonces, en conversaciones con Arcadi y con otras personas, tomamos en consideración la posibilidad de organizar una huelga general indefinida, de ámbito catalán o estatal, uniéndonos con otras plataformas. Pero resulta que en democracia hay otra alternativa, que parece más acorde a sus propios procedimientos: ayudar a impulsar la candidatura de un partido político que concurra a las elecciones con el objetivo político único de declarar el período constituyente. Porque una huelga general indefinida no es en sí misma un objetivo, es un instrumento político para conseguir la deslegitimación del pacto social en el que nos encontramos, y que ha permitido que todo esto suceda. De esa forma la ciudadanía, de forma libre y pacífica, decidiría cambiar las reglas del juego. Y cambiar las reglas del juego significa cambiar la Constitución.
La Consitución ya se cambió de manera exprés para poner el beneficio de las entidades financieras privadas por delante del bienestar de la población española, y el cambio fue aprobado por el PP, el PSOE y CiU. Es decir, que la Constitución ya se ha modificado, con un patrón neoliberal, por lo tanto, no tenemos que pedir retoques. Tenemos que cambiar el marco en el que nos movemos. Y ese cambio en la Constitución debe hacer a través de un proceso constituyente, creando asambleas. No desde arriba. Y que el pueblo vote y refrende esa nueva Constitución.
Eso se tiene que hacer desde el poder legítimo. Por eso la huelga general indefinida es una vía que yo no rechazo, pero creo que concuerda menos con el espíritu de la democracia, lo primero porque hay una serie de personas vulnerables que van a padecer (porque hay gente que come con el sueldo del día, y si hace una huelga no come). ¿Cómo se arregla esto sin ir dejando víctimas por el camino? ¿Cuál sería la representatividad de esa huelga general? Si el Gobierno cae, ¿a quién le pasa la legitimidad? Eso no queda claro. Y luego está el tema de la violencia. En Cataluña ya hay una mujer, Esther Quintana, que ha perdido un ojo en la última manifestación. Esto hay que evitarlo absolutamente. Por ello pienso que la alternativa es una candidatura que se presente a las elecciones. Si la gente no la vota, aquí no ha pasado nada, porque sin voluntad popular ese cambio no será posible (ni deseable). Pero se debe demostrar en las urnas, que es lo que toca en democracia. Así estaría legitimada para cambiar el marco.
En el caso de Cataluña el problema viene porque no es un estado soberano. Por tanto, esto no lo podemos hacer si no nos declaramos independientes unilateralmente. Eso dice el manifiesto, que explica las causas (la pobreza, el desamparo social, el recorte de las libertades y los presupuestos sociales…) que nos hacen creer que corresponde cambiar el marco y el pacto social. Por ellos proponemos a la sociedad catalana que articule estas asambleas de base, para animar la ciudadanía de Cataluña a que empiece este proceso. Cuando empiece este proceso Arcadi y yo estaremos presentes, y si hay algo que nos parece que no tenemos que avalar lo manifestaremos públicamente. Si esto se realizase por los cauces que esperamos, entonces sí que en su momento culminaría en una lista que tuviera como objetivo abrir un período constituyente. Y para poderlo hacer de forma pacífica, democrática, buscando los apoyos necesarios, siempre con la idea de ser un estado soberano y solidario (para mí no vale un nacionalismo excluyente, ni racial, ni de supremacía de ningún tipo). Los catalanes simplemente somos un grupo humano que ahora tiene la oportunidad de romper el círculo vicioso de aumento del neoliberalismo y de las precariedades sociales, además haciendo efectiva una reivindicación histórica. A mí me parecería estupendo conseguir todas estas reivindicaciones sociales a nivel de todo el Estado español, colaboraría con ello, pero para mí seguiría teniendo importancia la independencia. El motivo se parece a lo de la Trinidad que hablábamos antes: la Trinidad es un reto a nivel cultural, intelectual y filosófico porque nos dice que la diversidad no está reñida con la unidad, sino que es su condición de posibilidad. Esto, en el mundo filosófico antiguo y contemporáneo, es algo inédito. En el mundo clásico la unidad de concebía como uniformidad. La filosofía hindú, en cambio, nos habla de la unidad de todo, que es real, mientras que la pluralidad es una apariencia. También los presocráticos buscaban en los elementos qué era lo real más allá de la apariencia de diversidad entre el fuego, el agua, el aire… Hoy en día es problemático hablar de unidad en la diversidad, pero por el motivo contrario: las filosofías contemporáneas dudan de que la unidad sea real. Porque se piensa que vivimos en un mundo fragmentado, y eso es lo que hay.
¿Y no sería más lógico, entonces, trabajar todos juntos dentro de este Estado plural, haciendo gala de la unidad en la diversidad de la que tú hablas? ¿No conllevaría la separación de Cataluña problemas económicos graves, al menos en el corto plazo? ¿No dependemos todos, actualmente, de instancias supranacionales como la Unión Europea?
Bueno, el manifiesto distingue Europa de la Unión Europea. Es un llamamiento que no va a cuajar si la gente no lo toma como propio. Lo que no vamos a hacer es animar a la gente diciendo que se puede reducir el índice Gini si no es posible. Tenemos que ir a las causas de ese «no se puede». Y la Unión Europea actualmente, con su troika y sus imposiciones arbitrarias (porque obedecen al criterio de que el Banco Central Europeo, en vez de prestar directamente el dinero a España para el famoso rescate, se lo tenga que prestar a bancos intermediarios, con un interés del 1%). Es decir, criterios inaceptables en un caso de crisis como el que tenemos. Por tanto, tenemos que estar dispuestos, en el proceso constituyente, a decir no a la Unión Europea (que no es lo mismo que decir no a Europa). Hay muchos países de Europa que no son de la Unión Europea. Y la Unión Europea tiene que hacer cambios desde dentro.
La articulación positiva de este proyecto con el resto de pueblos de España es perfectamente plausible, simplemente es cuestión de con qué estrategia sería más viable.
¿Ves posible un Estado federal, al estilo de Alemania, por ejemplo?
Es posible que haya una cascada de realidades que reivindiquen algo parecido, y entonces tendríamos que ver si tiene cabida dentro del proceso político puesto en marcha. Una especie de «Confederación de Repúblicas Ibéricas«. ¿Por qué no? Hay muchas posibilidades. A mí me parece importante (lo digo con transparencia) lo del estado propio catalán, por la historia que hay detrás. Si la voluntad que hay es de solidaridad y de unión, y no ese nacionalismo racista o supremacista (para mí es ridículo eso de que los catalanes genéticamente somos distintos, no tiene ninguna base), eso debe demostrarse en la práctica. En el sentido profundo, da igual si esto se hace desde un estado propio, desde una república confederada, desde un estado federal o desde otro modelo de Unión Europea y de Europa. Lo importante es que los distintos pueblos tengan la capacidad de tomar la decisión y la autoridad política a nivel popular.
¿República o monarquía?
República, sin ninguna duda. Cuando tenía 15 años, antes de mi primera experiencia con los Evangelios, me habían enseñado que la Iglesia Católica era una institución caduca, como la monarquía, que aún existe pero que no tiene razón de ser. Mi experiencia con la Iglesia, posteriormente, me llevó a pensar que no es una institución caduca, sino viva y real, pero mi experiencia con la monarquía me ha llevado a comprobarlo que sí es una institución caduca.
¿Hay límites u opciones para el aborto? ¿Qué opinas del posicionamiento de la Iglesia respecto a eso?
No me parece ni que el aborto sea un derecho (porque no lo tiene que ser, y no tiene entidad para serlo), ni que sea tampoco algo deseable, ni mucho menos baladí. Pero lo que planteo, que es lo que plantean también algunos importantes profesores de bioética, es que el caso del aborto es un contraste entre el principio de la vida (fundamental tanto en la doctrina católica como en los derechos humanos) y el derecho a la libertad o autodeterminación personal (igual de fundamental en la doctrina católica y en los derechos humanos). Eso entra en choque cuando una mujer es violada, por ejemplo, y tiene un embarazo no deseado. Entonces, la dirección o la jurisdicción desde el magisterio católico tiene que tener en cuenta esos dos valores fundamentales. Mi aportación a la reflexión ha sido pensar, sabiendo que estos principios confrontan, si hay algún caso en el que el magisterio católico no tuviera por qué dar siempre prioridad al principio de la vida, sino que pudiera también respetar el de la autodeterminación. Hay un caso: un padre que tuviera un hijo que necesitara un transplante de riñón, y pudiera donárselo él mismo. Hoy en día donar un riñón reduce mucho la esperanza de vida, es decir, que el padre estaría perdiendo en parte su derecho a la vida por ejercer su derecho de disponer de su propio cuerpo (en el caso de que no le donase el riñón a su hijo). Pero estaría también, entonces, vulnerando el derecho a vivir de su hijo. ¿Acaso la Iglesia le excomulgaría por no hacer todo lo posible por que su hijo viva? No. Eso no ocurre. Hay casos en órdenes religiosas en los que alguien ha necesitado un riñón y sus compañeros no se lo han donado. Esto pone sobre la mesa lo que decía Jesús: que es muy fácil cargar los fardos sobre los demás. Por tanto, pienso que nadie debería ser aceptado en una manifestación que llama asesinas a las mujeres que abortan si antes no enseña un certificado que diga que ha dado un riñón por salvar una vida inocente. Hay muchos varones que me han escrito hablando sobre este tema del aborto, diciendo que, si pudieran con su cuerpo salvar una vida inocente, lo harían sin dudarlo. Pues bien, yo les animo a que lo hagan inmediatamente: hay entre 3 mil y 4 mil personas solamente en Estados Unidos (muchos de ellos niños), que cada año mueren porque no pueden obtener un riñón que necesitan.
¿Qué piensas sobre la posibilidad de que haya sacerdotes casados en la Iglesia Católica?
La compatibilidad del ejercicio sacerdotal y el matrimonio se ha visto con una mayor o menor amplitud en muchos momentos de la Iglesia Católica, y hay iglesias donde esto está permitido. El problema no sería tanto teológico como de tradición. Lo que habría que pensar es cómo se estructuraría entonces el tema de cómo ese matrimonio entraría a formar parte dentro de la vida de una parroquia. Yo he visto algunos casos en el ámbito protestante donde la mujer realiza un papel que no me gustaría que realizara en el ámbito católico. Hay un estudio muy interesante sobre esto, que se llama «La historia oculta de la ordenación de las mujeres», en el cual también se tratan aspectos de este tipo, como por ejemplo que el hijo del párroco acabe siendo el siguiente párroco, etc. El tema de la herencia se tendría que discutir. La Iglesia Católica tiene un perfil particular por haber optado, desde hace años, por el no matrimonio de los sacerdotes. Ahora se trataría, como todo, de abrir debate y ver en profundidad, más allá de dogmatismos y estereotipos, qué posibilidades hay y qué riqueza representaría para la Iglesia que hubiera sacerdotes (o sacerdotas) casados.
Te has posicionado, si no como defensora de Chávez, sí como una persona que ha dado un discurso diferente al del resto de Occidente respecto a la figura del presidente recientemente fallecido. ¿Qué esperas de la Venezuela post-Chávez?
Es un reto inmenso: estructurar una sociedad democrática que lo sea en realidad. Lo que valoro más del proceso que emprendió Hugo Chávez fue lo que encontré en Venezuela en 2007, la primera vez que viajé al país, y es que las personas de la calle me hablaban convencidas de que sus ideas políticas, sus deseos y sus voluntades eran significativas para el proceso político del país. Esa conciencia de sujeto político me parece urgente que la expandamos en nuestro país. Y eso no me lo encontré en Venezuela. Por eso me impresionó en positivo y pensé «esto es lo que necesitamos» (no solamente en España o en Cataluña, a nivel mundial): el despertar a las realidades políticas. Y esto ha sido lo que ha ocurrido en estos 15 años del proceso de cambio bolivariano que ahora tiene que mostrar su madurez. No puede depender de un líder (porque Hugo Chávez, aunque denostado por muchas personas, ha sido un líder carismático capaz de llegar a la gente y producir el cambio). Cuando desde aquí se la acusa de dictador, eso es completamente falso, es contrario a los hechos. Él es el líder que ha pasado por más validaciones democráticas (controladas y observadas por el instituto Carter). Es decir, que no hay ninguna duda de la calidad democrática de este proceso. De lo que puede haber duda es de la consolidación y la madurez del proceso, más allá del personalismo. Ahora tiene que dar la talla el pueblo venezolano. Yo desde aquí rezo para que esto se resuelva no sólo pacíficamente, sino también de forma que no se tiren para atrás los logros de la revolución.
¿Cuál es la Iglesia con la que sueña Teresa Forcades?
Una Iglesia unida en la diversidad
, como he dicho antes a nivel político. La eclesiología del Concilio Vaticano II, el libro del Apocalipsis y la Trinidad nos dicen que no somos trozos de una entidad mayor, sino que cada iglesia local es la Iglesia de Cristo, y por lo tanto tiene que tener esa dignidad y esa conciencia de responsabilidad. A mí me gustaría que realmente la comunidad cristiana se estructurara en unidades que estuvieran en comunión y en armonía con el resto, pero que fueran capaces de cumplir el principio de subsidiariedad (que, por cierto, es un concepto acuñado en la doctrina social católica, para evitar que el Estado dijera cómo se tenían que educar los niños). Es decir, que para defender el derecho de las familias a educar en colegios religiosos a sus hijos, se desarrolló el concepto de subsidiariedad, que viene a decir que, si lo pueden hacer las familias, que no lo haga el Estado.

Lupa Protestante

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