Gerson Amat

Posted On 11/11/2011 By In Biblia With 1721 Views

Testigos de la alegría

 

Evangelio según Lucas 24:36b-48

La alegría del encuentro con el resucitado

Pero como no acababan de creerlo, a causa de la alegría y el asombro que sentían, Jesús les preguntó: -¿Tenéis aquí algo que comer? […] Después de adorarlo, volvieron a Jerusalén muy contentos” (Lc 24:41.52).
Gerson Amat¿Alguna vez habéis visto vivo a alguien que estaba muerto y enterrado? ¿A alguien a quien queríais mucho? ¿A alguien de quien dependía toda vuestra vida y que os ha dejado colgados? ¿No, verdad? Yo tampoco. Aquellos primeros discípulos no podían creer que el que tenían delante fuera el mismo Jesús a quien habían sepultado un par de días antes. Era demasiado. Demasiada alegría para ser verdad.

Jesús les muestra las señales de la cruz, y come con ellos. Pero ni siquiera estas pruebas físicas consiguen vencer la resistencia y el asombro de sus discípulos. Les tiene que abrir la mente para que comprendan las Escrituras. Nuestro Antiguo Testamento, los libros sagrados del pueblo de Dios. Jesús y la Biblia están inseparablemente unidos: sólo podemos descubrir a Jesús resucitado por el testimonio de las Escrituras. Pero sólo podemos entender el significado profundo de las Escrituras tras haber visto a Jesús Resucitado.

La alegría por el triunfo de Dios

Cristo se muestra a sus amigos. No sólo es que esté vivo. Es que está cambiado. Está en otra realidad, en esa otra realidad de la que él hablaba. Está en Dios. O Dios está en él. Ahora tiene toda la vida de Dios. Ahora Jesús es “Señor” como Dios, es como su “primer ministro”. ¡Qué ridículos quedan ahora los que lo han matado! Porque Jesús, a quien ellos crucificaron, ha sido “glorificado” por Dios, es decir, comparte ahora la “gloria” de Dios, su amor majestuoso y desbordante hacia los hombres y mujeres. Jesús es ahora el que va a organizar la fiesta de Dios con los hombres de la que habló durante su ministerio. La fiesta del pastor que encuentra su oveja. La fiesta de la mujer que encuentra su moneda. La fiesta que el padre organiza a su hijo encontrado. La fiesta del Dios que realiza su justicia perdonando al pecador.

Jesús tenía razón y los que lo mataron no. Lo que enseñaba Jesús es verdad. Es verdad que Dios es Padre, y que se puede confiar en Él. Hasta la muerte y más allá de la muerte. Es verdad que nada ni nadie puede destruir la alegría de Dios que se comunica por medio de Jesús.

Jesús no ha fracasado. Jesús ha vencido. Porque ha confiado en Dios hasta el último momento. Porque Dios ha sido su Rey y su Padre, y porque Jesús ha confiado en Dios como un hijo, como el Hijo, hasta en la ausencia de Dios que es la muerte. Y de esta manera ha vencido a la muerte.

Dios ha triunfado. Se ha salido con la suya. Jesús, su Hijo, le ha sido fiel hasta la muerte. Y se ha convertido en el Salvador, el que realiza la alegría que Dios tiene preparada para los hombres y mujeres.

La alegría de la predicación cristiana

Jesús había predicado la Buena Noticia del Reinado de Dios. Ahora los discípulos y discípulas, que lo han visto resu-citado, han verificado la bondad de la noticia que habían recibido de Jesús. Ellos han visto llegar el Reino con poder en su propia generación. Y, como os podéis imaginar, la alegría no les cabe dentro. Necesitan comunicarla a otros. Y por eso vuelven a dejar sus casas, como al principio, y se van alegres a comunicar la alegría. Y comienza la predicación de los “cristianos” que, por donde van, van contagiando alegría. Como cuando Felipe predicó en Samaria: “Por esta causa hubo gran alegría en aquella ciudad” (Hch 8,8). Y experimentan la alegría de la predicación cristiana.

La alegría de la conversión

Los que habían escuchado a Jesús se llenaban de la alegría que transformaba sus vidas. Lo mismo sucede ahora con quienes escuchan la predicación de los discípulos del Resucitado:

Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor se llevó a Felipe y el funcionario no volvió a verle; pero, lleno de alegría, siguió su camino” (Hch 8,39); “Al llegar, Bernabé vio cómo Dios los había bendecido, y se alegró mucho. Animó a todos a que con corazón firme siguieran fieles al Señor” (Hch 11,23); “Al oír esto, los que no eran judíos se alegraron y comenzaron a decir que el mensaje del Señor era bueno… los creyentes se quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo” (Hch 13,48-52); “Él [el carcelero de Filipos] y su familia estaban muy contentos por haber creído en Dios” (Hch 16,34).

Esa es la alegría de la conversión:

Vosotros amáis a Jesucristo aunque no le habéis visto. Ahora, creyendo en él sin haberle visto, os alegráis al haber alcanzado la salvación, que es la meta de vuestra fe; y esa alegría vuestra es tan grande y gloriosa que no podéis expresarla con palabras” (1 Pe 1,8-9).

La alegría de la vida y la misión de la comunidad

Porque esta alegría que experimentan ahora quienes se convierten a la predicación de los cristianos no es un sentimiento individual. Jesús Resucitado es verdaderamente el Mesías de Dios, el que gobierna en su nombre. Pero ese gobierno de Jesús sigue siendo lo que era la vida con Jesús: compartir una mesa, ayudar al que lo necesita, mantener la esperanza afrontando valientemente el sufrimiento, alegrarse con las alegrías de los demás miembros de la comunidad, orar por todos los hermanos, mantener la unidad por encima de las diferencias. Y hacer todo esto con la alegría que da la fe, la confianza en Jesús el Mesías, en el Dios Padre de Jesús el Mesías.

Comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hch 2,46); “Llenadme de alegría viviendo todos en armonía, unidos por un mismo amor, por un mismo espíritu y por un mismo propósito” (Flp 2,2); “El que ayuda a los necesitados, hágalo con alegría” (Rom 12,8); “Vivid alegres por la esperanza que tenéis” (Rom 12,12); “Alegraos con los que están alegres y llorad con los que lloran” (Rom 12,15); “El Reino de Dios no consiste en comer o beber ciertas cosas, sino en vivir en justicia, paz y alegría por medio del Espíritu Santo” (Rom 14,17).

Toda la tarea de la misión, de la predicación, se vive con alegría. No es un “empleo”, ni un oficio, ni un cargo: es un “ministerio”, un servicio, algo que se hace de corazón. Y todas las vicisitudes de la tarea misionera se convierten en nuevos motivos para la alegría. Sobre todo el descubrir que en las nuevas comunidades se vive también la misma alegría contagiosa de los que han visto al Señor. Los nuevos creyentes han contemplado al Resucitado en la alegría de los misioneros, y ellos mismos se convierten en motivo de alegría renovada para los predicadores, como podemos ver en las cartas de Pablo a sus comunidades:

¿Cuál es nuestra esperanza, nuestra alegría y la razón de que nos sintamos orgullosos? […] Vosotros sois nuestra gloria y nuestra alegría” (1 Tes 2,19-20); “¿Cómo podremos dar gracias bastantes a nuestro Dios por vosotros y por el mucho gozo que a causa vuestra tenemos delante de él?” (1 Tes 3,9); “Estad siempre contentos” (1 Tes 5,16-18); “Ahora, hermanos míos, alegraos en el Señor” (Flp 3,1); “Amados míos, mi alegría y mi premio, seguid así, firmes en el Señor” (Flp 4,1).

Y también en las cartas de Juan:

Me he alegrado mucho de encontrar a algunos de los vuestros viviendo de acuerdo con la verdad, como el Padre nos ha mandado” (2 Jn 1,4); “Espero ir a veros y hablar con vosotros personalmente, para que así nuestra alegría sea completa” (2 Jn 1,12); “Me alegré mucho cuando algunos hermanos vinieron y me contaron que te mantienes fiel a la verdad. No hay para mí mayor alegría que saber que mis hijos viven de acuerdo con la verdad” (3 Jn 1,3-4).

La alegría de los cristianos es su distintivo, el reclamo que atrae a los no creyentes, lo que hace que su mensaje suene siempre a verdadero, lo que hace que sus palabras lleguen con fuerza a sus oyentes:

Parecemos tristes, pero siempre estamos contentos; parecemos pobres, pero hemos enriquecido a muchos; parece que no tenemos nada, pero lo tenemos todo” (2 Cor 6,10).

La alegría en medio de los conflictos

El colmo de la alegría es poder mantener esa alegría en medio de los conflictos. Los hombres y mujeres que forman la comunidad siguen siendo de carne y hueso, pero algo está cambiando en ellos: se van pareciendo a Jesús. En la comunidad puede haber conflictos, pero, si quieren, pueden resolverlos de otra manera. Con alegría. Porque saben que Dios los ama a todos y cada uno. Porque todos y cada uno pueden saberse amados y perdonados, y eso los capacita para perdonar y amar. Volvemos de nuevo a Pablo:

Si una parte del cuerpo sufre, todas las demás sufren también; y si una parte recibe atención especial, todas las demás comparten su alegría” (1 Cor 12,26); “Estaba seguro de que todos haríais vuestra mi alegría; pero cuando os escribí esa carta me sentía tan preocupado y afligido que hasta lloraba. Sin embargo, no la escribí para causaros tristeza, sino para haceros ver cuán grande es el amor que os profeso” (2 Cor 2,s-4).

Por su fidelidad a Dios, Jesús padeció la muerte y nosotros hemos recibido la alegría. Ahora nos toca a los discípulos afrontar los conflictos y padecer incluso la muerte por fidelidad al Mesías. Porque ahora sabemos que Jesús vive resucitado y que la muerte ya no es la última palabra. Y ahora podemos vivir la alegría incluso ante la misma muerte. Ahora podemos ser “mártires”, testigos con la propia vida del señor de la vida:

Los apóstoles salieron de la presencia de las autoridades muy contentos, porque Dios los había considerado dignos de sufrir injurias por causa del nombre de Jesús” (Hch 5:41); “Por vuestra parte, seguisteis nuestro ejemplo y el ejemplo del Señor, y recibisteis el mensaje con la alegría que el Espíritu Santo os daba, aunque os costó mucho sufrimiento” (1 Tes 1,6); “Aunque mi propia vida sea sacrificada para completar la ofrenda que hacéis a Dios por vuestra fe, yo me alegro y comparto esa alegría con todos vosotros. Alegraos también vosotros y tomad parte en mi propia alegría” (Flp 2,17-18); “Le pedimos que con su glorioso poder os haga fuertes; así podréis soportarlo todo con mucha fortaleza y paciencia, y con alegría” (Col 1,11); “Ahora me alegro de lo que sufro por vosotros, porque de esta manera voy completando en mi propio cuerpo lo que falta de los sufrimientos de Cristo por la iglesia, que es su cuerpo” (Col 1,24).

La alegría de la comunión

De este modo, experimentando la alegría de la vida comunitaria, entregada al anuncio del Reinado del Mesías, los primeros cristianos descubren cuál es el secreto más profundo de la alegría que experimentan. Es el amor. El amor de Dios. El amor entre Dios y Jesús, entre el Padre y su Hijo. Un amor que quiere llenarse más aún, y llenarse de los hombres y mujeres. Jesús ya lo había dicho, y ahora los cristianos lo experimentan continuamente. Somos invitados a la fiesta de Dios y su Hijo, somos incluso adoptados como hijos para que disfrutemos sin límites la fiesta de Dios y su Hijo y sus hijos. Para que nos alegremos con la misma alegría que Dios tiene cuando consigue la alegría de alguien.

Si obedecéis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo obedezco los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os hablo así para que os alegréis conmigo y vuestra alegría sea completa. Mi mandamiento es este: Que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15,10-12); “Ahora voy a donde tú estás; pero digo estas cosas mientras estoy en el mundo, para que ellos se llenen de la misma perfecta alegría que yo tengo” (Jn 17:13); “Os anunciamos, pues, lo que hemos visto y oído, para que tengáis comunión con nosotros, como nosotros tenemos comunión con Dios el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestra alegría sea completa” (1 Jn 1,3-4).

La esperanza de la alegría definitiva

Así hasta el final. Estamos invitados a vivir la fiesta de Dios ya aquí, a ser testigos de la alegría de Dios y de su Hijo hasta que Dios y su Hijo se salgan definitivamente con la suya y su alegría llegue a todos los hombres y mujeres. Hasta que llegue incluso a los disgustados, los amargados, los excluyentes, los violentos, los opresores, los malos, los que nos hacen la vida imposible, los tristes, los enfermos y los muertos. Hasta que la alegría de Dios transforme el mundo de los hombres y toda la creación. Hasta que vivamos siempre la alegría como hijos con Dios y su Hijo, como la alegría de unas bodas que no se acaban nunca:

El Dios único, nuestro Salvador, tiene poder para cuidar de que no caigáis, y para presentaros sin mancha y llenos de alegría ante su gloriosa presencia. A él sea la gloria, la grandeza, el poder y la autoridad, por nuestro Señor Jesucristo, antes, ahora y siempre” (Jud 1,24-25); “Alegrémonos, llenémonos de gozo y démosle gloria, porque ha llegado el momento de las bodas del Cordero. Su esposa se ha preparado” (Ap 19:7).

Yo he terminado. Donde yo acabo, vosotros podéis empezar. O seguir. Podéis ponerle a la alegría música y coreografía. Podéis alabar a Dios por lo que ha hecho y hace por nosotros. Podéis vivir la alegría de Dios compartiendo vuestras vidas en comunidades vivas que despierten la admiración. Podéis dedicar vuestras vidas a invitar a todos a sumarse a la fiesta. ¡Porque Cristo ha resucitado!

Alegraos siempre en el Señor. Os lo repito: ¡Alegraos! Que todos os conozcan como personas bondadosas. El Señor está cerca” (Flp 4,4-5); “Que Dios, que da esperanza, os llene de alegría y paz a vosotros que tenéis fe en él, y os dé abundante esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Rom 15,13)

Gerson Amat
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