Un clásico de la himnología cristiana, que por décadas ha inspirado a millones de creyentes en muchos países e idiomas, es «Oh tu Fidelidad»:
Oh Dios eterno, tu misericordia
ni una sombre de duda tendrá.
Tu compasión y bondad nunca fallan
y por los siglos el mismo serás.
¡Oh tu fidelidad! ¡Oh tu fidelidad!
Cada momento la veo en mí.
Nada me falta, pues todo provees.
¡Grande, Señor, es tu fidelidad.
La noche oscura, el sol y la luna,
las estaciones del año también,
unen sus voces cual fieles criaturas,
porque eres bueno por siempre eres fiel.
Tu me perdonas, me impartes el gozo,
tierno me guías por sendas de paz.
Eres mi fuerza, mi fe, mi reposo,
y por los siglos mi Padre serás.
Tomás Chisholm, autor de esa incomparable celebración de la fidelidad de Dios, era de Nueva Jersey, nuestro estado natal. Algo paradójico de este cantor de la fe es que pasó toda la vida en pobreza, y fue desde esa pobreza que alababa al Señor por su fidelidad. Una vez nuestro papá supo que Chisholm estaba en gran necesidad económica y le envió un cheque. Resulta que en ese momento Chisholm estaba sin dinero, sin comida, y lo peor, se acababa la medicina de que dependía la vida de su muy enferma esposa. Cuando recibió el cheque, fue a su casa a escribir otro himno. Papá nunca nos contó nada del caso, pero nuestra hermana María lo encontró en un himnario, con la historia. Aquí transcibo una traducción algo literal de esa alabanza que en medio de esa pobreza surgió del corazón de este gran siervo del Señor:
¡Las misericordias de Dios! ¡qué tema para mi cántico!
¡Oh! Jamás las podría contar.
Son más que las estrellas en la bóveda celestial,
O que las arenas de las playas del mar.
Por misericordias tan grandes,
¿Qué respuesta podré dar,
Por misericordias tan constantes y seguras?
Lo amaré con todo mi ser
cuánto tiempo que dure mi vida.
Me esperan en la mañana cuando me despierto del sueño,
Y alegran mi corazón al mediodía;
Me siguen hasta las sombras de la noche
Cuando el día con sus faenas termina.
Sus ángeles de misericordia me rodean
dondequiera que conduzca mi senda;
Cada vuelta del camino revela alguna prueba nueva,
¡Oh! mi vida de veras es bendecida.
Su bondad y misericordia me seguirán aun
hasta el final de mi camino,
Tengo su firme promesa que no puede fallar,
porque su misericordia durará por los siglos.
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