Posted On 10/04/2020 By In Biblia, Liturgia, portada With 1556 Views

Tríptico pascual pascual: un pre-texto | Juan Pablo Espinosa Arce

La Semana Santa llegó. Y sin duda es una celebración distinta. Será hogareña, sobria, atenta, preocupada, más de Dios que de nosotros. El recuerdo de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús y en tiempos de profundo dolor humano aparece como una instancia para volver a mirar lo esencial. El Cristo entregado, el Cristo compadecido de los sufrimientos de los seres humanos, el Cristo resucitado que derriba la piedra del sepulcro y las puertas cerradas de nuestra vida, es el único centro. A Él debemos dirigir una y otra vez la mirada. En este Tríptico Pascual, quisiera ofrecer tres sencillos pre-textos para los días del Triduo (Jueves, Viernes, Sábado-Domingo). Y son “pre-textos”, porque buscan que los leamos y los continuemos trabajando, reflexionando y orando. Son pre-textos porque en ningún caso buscan ser cuestiones acabadas, sino intuiciones para adentrarnos en la celebración de estos días santos.

JUEVES SANTO

«A la hora de pasar de este mundo al Padre, y habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Así comienza el cuarto Evangelio el relato de la comida de despedida de Jesús. Es la hora de la humanidad del Dios Cristo que lava los pies a los discípulos. En Juan no hay relato de institución eucarística (Mt, Mc, Lc y 1 Cor si lo tienen). Pero toda la escena está llena de un amor y de una ternura ante las cuales las palabras se quedan cortas. Si Eucarística es acción de gracias (eu jaris; jaris: caritas: amor de Dios que desciende), el lavado de pies es, sin duda, un profundo signo eucarístico. Toda la escena de Juan comienza y termina con el Amor. Hoy es Jueves Santo, hoy que amar más porque Dios nos amó primero. Hoy hay que asumir la humanidad porque esa humanidad la asumió Dios Cristo.

Y es tanto ese amor que este día una figura enigmática nos sale al camino: el discípulo amado por Jesús, el discípulo que amó más a Jesús. Les invito a pensar conmigo en la siguiente tesis: si el discípulo amado fue capaz de quedarse a los pies de la cruz es porque generó un vínculo de apego con Jesús como quien genera el apego con su seno materno. El cuarto Evangelio insiste en que la noche del Jueves el discípulo estaba recostado en el seno de Jesús. Hay una suerte de «parto eclesial», de un alumbramiento en Cristo. El apego surge cuando el recién nacido genera una de las relaciones más importantes para su vida. En un proceso de apertura a la realidad, de entenderse lentamente y de tantear respuestas a los estímulos vamos generando un vínculo estrecho con la madre, los otros y el mundo. Es una relación estable y que permite la resiliencia. El neurólogo francés Boris Cyrulnik dice que el apego es la clave para la administración de los momentos críticos (Ver: «De cuerpo y alma: neuronas y afectos: la conquista del bienestar», Ed. Gedisa 2007). En un momento de crisis dice Cyrulnik podemos recordar los buenos momentos con la madre y recuperarnos. Creo, y siguiendo esta línea antropológica y neurológica, que el discípulo amado que es dado a luz desde el seno de Jesús (imagen simbólica) es capaz de estar a los pies de la cruz justamente por este apego generado con el Maestro. Siento que ser llamado como discípulo amado es el relato de esta relación nueva, transformadora y duradera que despunta al encuentro con Jesús. Siento también que en medio de nuestras crisis personales, familiares, nacionales y eclesiales asumir que Jesús es el cable a tierra de nuestra vida, que en Él encontramos el sentido de nuestras prácticas y que con Él generamos este vínculo emocional y razonable nos permitirá estar a sus pies en su Pasión y entender que en nuestra propia pasión Él también lo estará.

VIERNES SANTO

Viernes Santo. «Salió, pues, Jesús, con la corona de espinas en la cabeza y vestido con aquella capa de color rojo oscuro. Pilato dijo: —¡Ahí tienen a este hombre!» (Jn 19,5). Pilato sólo había actuado por presiones políticas y religiosas. Los Evangelios acentúan que tenía miedo de los Sacerdotes, que incluso su mujer había opinado en secreto. Buscaba alguna manera de liberar a Jesús pero no lo hizo. A pesar de ello, en la frase paradigmática: «Aquí tienen al hombre», se esconde toda la antropología cristiana. En efecto, Jesús es el hombre por excelencia. Cuando la cristología piensa la humanidad de Jesús le da – implícitamente – la razón a Pilato. Jesús es la humanidad plena de Dios. Es el hombre que ha actuado más humanamente. Nada en Jesús deshumaniza. Asume (palabra importante, demasiado importante) la humanidad hasta llegar a muerte, «y muerte de cruz» (Flp 2,6-11).

SÁBADO SANTO

Salvo Mateo, ninguno de los otros tres evangelistas cuentan qué pasa el día sábado. Sólo sabemos que era el sábado más importante del año: era la Pascua. En las casas se había contado y recontado la gran hazaña que Dios había operado en Egiptp, cuando liberó a los hebreos. Israel vivía del «zikkaron» (memoria, recuerdo). Fuera de las murallas una tumba cerrada. Todo era silencio en torno a ella. Parecía que la muerte nuevamente había obtenido la victoria. Los discípulos de Jesús escondidos por temor a los jefes judíos. El Sábado Santo es el día del gran silencio: el silencio de Dios. Parece que Dios se quedó mudo entre el último grito de Jesús y el amanecer del domingo. Pero, ese mismo silencio es ya revelación. Dios precisa un oído atento y un corazón dispuesto que sepa acoger su silencio (Cf. Karl Rahner). El silencio de Dios nos aturde y desespera porque nuestra cultura nos propone el ruido. Hay que aprender del silencio de Dios, que no es ausencia de Él. Hoy Sábado Santo dejemos que entre «la soledad sonora» (San Juan de la Cruz). Ella tiene mucho que enseñarnos.

DOMINGO DE PASCUA: EL AMANECER

Los evangelistas coinciden en que todo ocurrió muy de mañana, pero Juan – con sus característicos acentos teológicos – insiste en que fue cuando todavía estaba oscuro. El silencio de la noche rodea la tumba. Pero es justamente en medio de ese vacío, en medio de la crisis, de la ceguera, de la noche, en que la aurora hace su entrada triunfal. La noche ha quedado atrás, y el día nuevo y grande comienza a dar sus primeras luces. La Resurrección de Jesús de Nazaret es un hecho silencioso. Así lo recuerda el Pregón Pascual que resonará esta noche alrededor de todo el mundo: «Feliz noche: solo ella fue testigo de la resurrección de Cristo de entre los muertos». La vida no hace alarde, la vida se contagia silenciosa, discreta. Nadie vio al Señor salir de la tumba, pero sí pudimos escuchar a los ángeles que nos dijeron: ¡No está aquí! ¡Ha resucitado y volverá a Galilea! Que este tiempo de Pascua sea un volver a Galilea, al origen de todo. Es partir de nuevo, es ser como niños, es vivir la alegría del encuentro. La tumba vacía fue el comienzo de algo totalmente nuevo. Todo en Dios es novedad, Evangelio (eu: buena, angelos: noticia). Dios ha hecho justicia a Jesús resucitándolo por medio del Espíritu. A Jesús y a su gran utopía de que todos éramos hermanos e hijos de Dios, el Padre le dio la razón.

DOMINGO DE PASCUA: EL MEDIODÍA

La Anástasis-Resurrección de Jesucristo se condensa en base a las preguntas. El teólogo belga Adolphé Gesché habla de que el ser humano es, esencialmente, un «ser que se cuestiona». La pregunta manifiesta una carencia, un no saber, un deseo de conocer. Si miramos atentamente los relatos de la Resurrección de Jesús podemos detectar muchas preguntas: los de Emaús: ¿Eres el único que no conoce lo ocurrido?, las mujeres de la mañana del sepulcro: ¿Quién nos moverá la piedra? Y Magdalena en Juan 21 marca una pregunta clave: ¿Dónde lo has puesto? Constantemente en los momentos de especial crisis nos preguntamos ¿Dónde está Dios? ¿Dónde lo hemos dejado? Ante la Resurrección del Hijo la única manera que tenemos de comprenderla es a través de un sinnúmero de preguntas. A la vez que la única forma que tenemos de hablar de ella es por medio de tanteos, de titubeos. Pretender capturar el Misterio de la Vida es imposible. La Iglesia debe aprender a ser más preguntona, como Jesús y Magdalena, como María de Nazaret y como los de Emaús. Es necesario dejar de NORMALIZAR O NATURALIZAR LAS COSAS. En Dios nada es obvio, porque Él es una sorpresa constante. En los seres humanos tampoco.

DOMINGO DE PASCUA: EL ATARDECER

«Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes! (…) Luego sopló sobre ellos y añadió: reciban el Espíritu Santo» (Juan 20,19.22). En el Edén, Dios se paseaba a la hora de la tarde, y Adán trataba de esconderse, de no mirar a su Creador. Hoy, los discípulos de Jesús también están escondidos a causa del temor a los judíos. Siempre el temor. El miedo paraliza. No nos deja mirar la realidad claramente. Pero Jesús Resucitado llega, da su paz y sopla del Espíritu. Dios, en el Paraíso, también dio su ruah (su aliento divino) al ser humano. En la Resurrección, es Jesús quien sopla su viento y llena de paz y alegría a la Iglesia. Que este tiempo pascual nos enseñe a reposar sobre el pecho de Jesús. Que aprendamos cómo contagiar vida abundante. Que su Espíritu llene nuestros pulmones y haga de la Iglesia una testigo convencida y convincente de la única Buena Nueva: ¡No está aquí, ha resucitado!

¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

Juan Pablo Espinosa Arce

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