«Un hablar de Dios, sensible a la teodicea», es la contribución de Johann Baptist Metz, a esa magnífica obra en conjunto con G. Neuhaus y W. Oelmüller, destinada a la temática de la teodicea e intitulada: «El Clamor de la tierra. El problema dramático de la teodicea», y en la que el propio Metz funge como editor.
No puedo dejar de formular siquiera algunas breves anotaciones, respecto de la participación de Metz:
1) A uno le queda la firme convicción de que está ante un tratado de teología. Digo esto porque si uno contrasta, por ejemplo, el artículo de Metz con las densas y enjundiosas obras de teodicea tanto de J. A. Estrada como el A. Torres Queiruga, a uno le queda la sensación, a pesar del tratamiento claramente erudito de ambos autores, de que uno se enfrenta a un acercamiento teodiceal en estos autores que se enmarca dentro de los marcos de referencia avistados ya por Pascal: «El Dios de los filósofos, y no del Dios de Abraham, Isaac, Jacob», y que, por lo mismo, tales enfoques de teodicea carecen prácticamente de toda apertura escatológica, y digo esto particularmente en el caso de Torres-Queiruga.
2) Se ofrece en el artículo de Metz una crítica punzante y severa a la teoría de la actividad intratrinitaria divina y del Dios sufriente de Moltmann, que ha llegado a ser prácticamente un verdadero axioma entre gran parte de la teología actual. Metz llega incluso a afirmar que Moltmann, tal como los gnósticos y el propio Agustín, escapa al problema de la teodicea para refugiarse en el campo de la especulación trinitaria, más deudora de la filosofía de Hegel que del testimonio de las Escrituras.
3) Se sigue conservando, a diferencia de Moltmann, y tal como ya lo había hecho Rahner y posteriormente Küng, el atributo de la «Omnipotencia» divina, sin el cual sería imposible sustentar la idea del Dios creador, pero también garantizar nuestro perdón, redención y, finalmente, vida eterna.
4) Se rescata, nuevamente, contra Moltmann, las virtudes de la «teología negativa», «apofática», de modo de privarse de un hablar desmedido y hasta insulso sobre Dios, en virtud de tan desmedido especulacionismo.
5) Se comprende a la escatología, no solamente como a un instante existencial (Bultmann y su escuela), ni como al culmen de la «historia de la salvación» (Cullmann y su escuela), ni como el actuar intratrinitario divino, en la línea de Moltmann y su escuela, sino como consumación de todas las cosas que, no obstante, se solidariza con los caídos y sufrientes de la historia. Es decir, se comprende a la escatología como a un movimiento que se proyecta hacia el futuro, hacia la consumación de todas las cosas, pero, al mismo tiempo, hacia atrás, en busca de la redención de los caídos, sufrientes y crucificados a lo largo de toda la historia de la humanidad. Es evidente la deuda de dependencia aquí de Metz con Bloch, Horkheimer incluso con el propio Hans Jonas.
Finalmente, la obra de, Metz, resulta ser una exposición colosal de absoluta honestidad intelectual, algo no muy usual en la teología de nuestros días, más preocupada de decir lo que reporta aceptación, promoción y, finalmente, gratificación frente al medio, que, precisamente, dispuesta a correr los riesgos frente a ese mismo medio -caja de resonancia, muchas veces, nada más, de la cultura hegemónica y dominante-, al decir lo que ese medio prefiere negar o invisibilizar, debido, claro está, a su incomodidad.
De este modo, y si pudiéramos jugar un poco con la imaginación, diríamos que Metz concluye su tratado de teodicea y en respuesta directa a su colega de proyecto de una «teología política», Jürgen Moltmann, diciendo a viva voz: «AMICUS MOLTMANN, SED MAGIS AMICA VERITAS».
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