“Sabed que hoy ha caído un príncipe de Israel”.
Con cuánta frecuencia he oído citar este verso del segundo libro de Samuel (con el que David ensalza, tras su muerte, al general Abner) cada vez que fallecía algún prohombre relevante de nuestro panorama protestante de aquí o de allá. Pero de sobras sé que René Padilla no se hubiera sentido cómodo con tan aristocrática comparación, él que siempre huyó de pompas y grandilocuencias, habiendo renunciado a todas ellas desde el momento en que decidió seguir a ese extraño y fascinante Rey que no quiso serlo.
No glosaré aquí, pues, su itinerario vital ni su dilatado currículum ni tampoco los pormenores de su amplia e incansable obra asociativa, literaria y editorial por lo demás de sobra conocida o al menos accesible a cuantos quieran saber de ella en las mil y una fuentes que hay disponibles para hacerlo*.
Hoy sólo queremos recordar desde aquí, siquiera sea brevemente, a la persona, Carlos René Padilla, ligado en su vida y obra ya para siempre a esa Misión Integral a la que dedicó sus días y sus desvelos. Una idea fecunda que comunicó, encarnó y supo traslucir en todo lo que hizo y dijo, sin claudicar ni desfallecer, hasta el último momento.
Con el corazón compungido por la pérdida le tributamos nuestro sincero y sentido homenaje de (provisional) despedida a quien supo transmitirnos a tantos, y en tantos lugares, humanidad, sabiduría y, ante todo, la pasión por recuperar un Evangelio real, capaz de transformar el mundo, cada mundo, en lo que tiene de suyo, de cotidiano, de auténtico.
Con él se nos va sin hacer ruido pero dejando tras de sí un legado tan imborrable como impresionante un maestro humilde, honesto, afable y brillante; un sencillo pero esforzado seguidor del Camino, servidor de la Palabra, comprometido con Su Pueblo y sensible a su pueblo. Esa Iglesia y esa Latinoamérica a las que soñó liberadas por el Evangelio de Jesús y no sometidas por pseudoevangelios al servicio de una colonización cultural tan inmovilista como interesada que amenazaba y amenaza, como bien supo ver, con convertir la Escritura en una reliquia irrelevante y perpetuamente descontextualizada, confundiendo la evangelización con el proselitismo mercantil individualista y descomprometido del ”sálvese quien pueda”.
Gracias a los caminos que, junto a otros compañeros de su generación forjó, muchos son los que han abierto los ojos y las manos a lo largo de los años, siguiendo y ampliando sus horizontes que nunca pretendieron ser otros que los de su Maestro.
De Él, estamos seguros, habrá finalmente recibido la acogida y el abrazo de bienvenida como el buen siervo y fiel que fue y al que todos añoraremos.
D.E.P.
*Para una buena síntesis de lo que su vida y obra supuso (y sigue suponiendo) remitimos al breve y magnífico artículo que ha publicado la propia Fraternidad Teológica Latinoamericana (de la que fue uno de sus principales fundadores e impulsores) firmado por el profesor Carlos García Martínez (https://ftl-al.com/rene-padilla-siervodelapalabra/)
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