Posted On 31/10/2014 By In Opinión, Teología With 2557 Views

Un Pueblo que perece

En la Europa en la cual Lutero desencadenaría la Reforma, la Iglesia Católica Romana controlaba sin escrúpulos a la masa de creyentes. Este control era posible gracias a la ignorancia de la misma, el muy difícil acceso que tenían a alguna traducción de la Biblia en su lengua y a que la Iglesia se atribuyera ser la única voz y fuente autorizada para su interpretación.

Una de las consecuencias fue que la Iglesia se había convertido en un gigantesco y exitoso sistema de recaudación y así, inmensas cantidades de dinero iban a parar, en su gran mayoría, a Roma, con el Papa de turno a la cabeza.

Con esto no pretendo decir que no hubiera auténticos hombres y mujeres de Dios que vivían una fe verdadera dentro de la única iglesia que conocían, sino que la estructura, el cuerpo dirigente estaba corrompido.

La venta de las indulgencias era una actividad especialmente rentable. Con ello, se decía, se lograba acortar la estancia de las almas en el purgatorio e incluso se conseguía, en el mismo momento en el cual se depositaba el dinero, que un alma saliera de inmediato de allí. Otras indulgencias estaban destinadas a perdonar pecados en esta vida.

Los «vendedores ambulantes» de indulgencias recorrían toda comarca y población presentando el purgatorio como un lugar en donde el sufrimiento era constante, insoportable, y llamaban a las gentes a pensar en sus amigos y familiares ya fallecidos y lo que allí estaban soportando. Ellos, se les seguía diciendo, tenían la posibilidad de rescatarlos de tal estado, de liberarlos de largos padecimientos y todo por la simple compra de una indulgencia.

El Dios que se presentaba nada tenía que ver con la Gracia sino que era alguien al que había que temer y mucho, un Juez duro al que se le podía comprar pero no arrancar algo de compasión.

El pueblo era pobre, campesinos, pequeños comerciantes en el mejor de los casos, gentes de muy escasos recursos en general. Además se ha de tener presente que las enfermedades en aquellos tiempos eran muchas y variadas, y la mortandad muy alta. Las gentes veían fallecer a conocidos y familiares continuamente y el miedo a la muerte estaba omnipresente. Desconocían la procedencia de estas enfermedades (como la terrible peste que diezmó a la población europea en este tiempo) y había mucho miedo a lo “oculto”, brujas, espíritus, etc. Así, si ellos morían sin posibilidad de ser perdonados por sus pecados, ¿cómo iban a presentarse de esta forma ante Dios? Y si su lugar era el purgatorio lo mejor que podían hacer era comprar una indulgencia, una especie de salvoconducto para la otra vida aunque ello significara literalmente pasar hambre en la presente.

Lutero, después de una experiencia traumática por la que decidió dejar su vida secular y abrazar los hábitos, no podía desprenderse de su voz interior que le decía que hiciera lo que hiciera no podría jamás satisfacer a Dios. Estaba convencido de que nunca lo agradaría y ello le hacía vivir en una continua angustia. Soportaba una constante tortura mental, espiritual, existencial.

Especialmente le aterraba el juicio final, conocía sus pecados y sabía del justo juicio de Dios. Por ello se esforzaba en practicar la oración, los ayunos, en hacer todo lo posible para ganar de alguna forma el perdón. Únicamente en un tiempo posterior, cuando llevaba a cabo su labor de docencia, fue cuando descubrió la salvación por Gracia. Ello le ocurrió leyendo el libro de Romanos. Su alma conoció un reposo que sólo había alcanzado a soñar, era un nuevo hombre y esta experiencia de vida sería la que lo sostendría en las dificultades que le vendrían en un futuro próximo.

Mientras, el pueblo común seguía en ignorancia.

De forma inocente, Lutero pensaba que el Papa no estaba al tanto de este abuso del clero en relación a las indulgencias. Como consecuencia escribiría sus 95 tesis con la esperanza de que se produjera un debate en el seno del catolicismo y que cuando el mismo llegara al conocimiento del “Santo Padre” éste pondría fin a tal despropósito. Sin embargo era del propio Papa, León X, de dónde procedía todo.

No hacía mucho que la imprenta se había inventado y algunos alemanes que sabían leer latín copiaron las tesis de Lutero, las tradujeron al alemán y las imprimieron. El futuro reformador las había clavado en la puerta de la iglesia de Wittenberg y de allí las tomaron.

En pocas semanas las tesis del Lutero eran leídas por todas partes. El pueblo llano comenzaba a entender el juego, la manipulación y el engaño del que estaba siendo víctima.

Esto provocó un auténtico terremoto en el Vaticano. Todo su sistema de financiación, la inmensa fortuna que le llegaba y que despilfarraba por todos lados (especialmente en la nueva Basílica de San Pedro) estaba en peligro. Si las tesis de Lutero seguían conociéndose y provocando controversia el negocio se les acababa.

El Vaticano como consecuencia sacó una bula contra Lutero, o se retractaba o que se atuviera a las consecuencias. Así se preparó la conocida Dieta de Worms en 1521. Allí estaba presente el mismo emperador Carlos V.

Finalmente se colocó a Lutero en la gran encrucijada, o se retractaba de sus escritos o iría derecho a la cárcel que en la práctica era morir en un calabozo. Lutero pidió un día para pensar, para orar, y cuando la Dieta volvió a reunirse hizo su famosa declaración que ya forma parte de la historia:

A menos que no esté convencido mediante el testimonio de las Escrituras o por razones evidentes —ya que no confío en el Papa, ni en su Concilio, debido a que ellos han errado continuamente y se han contradicho— me mantengo firme en las Escrituras a las que he adoptado como mi guía. Mi conciencia es prisionera de la Palabra de Dios, y no puedo ni quiero revocar nada reconociendo que no es seguro o correcto actuar contra la conciencia. Que Dios me ayude. Amén.

Fue un grito llamando a la libertad de conciencia, a la supremacía de la Palabra de Dios por sobre cualquier institución política o religiosa. Expresado de otra forma, «Sola Escritura, Sola Fe y Sola Gracia».

Lo que hiela la sangre es que en la actualidad, a cinco siglos después de la Reforma, una parte de los descendientes espirituales de aquellos reformadores han caído en los mismos errores, en los mismos pecados de aquella apóstata Iglesia Católica. Ahora nos encontramos ante el hecho de que de nuevo se ha de enseñar la salvación por pura gracia, por fe, en medio de un auténtico escándalo financiero que es aceptado y consentido por un pueblo bíblicamente analfabeto. La historia se repite.

Diferentes estudios indican que la llamada Teología de la Prosperidad es casi omnipresente. Algunas cifras apuntan a que el 66% de las iglesias evangélicas, dos de cada tres, o son parte y promueven esta ideología o están claramente afectadas por ella.

Si nos centramos en América Latina, allí la concentración de este tipo de creyentes es aún mayor. En este sentido el panorama es desolador, ya que el reinado de la Teología de la Prosperidad es indiscutible. Una gran masa de personas no conocen otro evangelio y hay auténticas dificultades para encontrar iglesias que prediquen con base en las Escrituras. No es solamente una tendencia o una moda, sino que se trata de toda una cultura, una “fe” que no se distingue de los estándares de la sociedad secular.

Se declara que ser pobre es pecado, que Dios no quiere que estemos enfermos y, en contraste, que sí desea que tengamos la mejor de las casas o el más potente de los automóviles. Todo ello se presenta con mensajes que son una clara manipulación de textos bíblicos que hablan sobre la siembra y la cosecha y éstas, se dice, no es de otro tipo que económicas y de sanidad. El razonamiento es sencillo, el que mucho dinero da mucho recibirá.

Se enfatiza el hecho de que Dios ha realizado promesas a este respecto y, por ello, si respondemos con generosidad el Todopoderoso está obligado a contestar de la misma forma. No puede hacer otra cosa, ahí están las promesas, ha pactado con su pueblo.

Se llama vez tras vez, reunión tras reunión, programa de televisión tras programa de televisión, a pasar al frente y dar cuanto más mejor. Si se está enfermo, estos mismos “actos de fe” equivaldrán a tomar una posición de autoridad y reclamar nuestro milagro. No hay que dudar, se trata de una visualización mental, de una declaración de fe positiva. La doctrina bíblica verdadera en los mensajes está totalmente ausente.

La alabanza busca crear un clima de manipulación emocional. Se van repitiendo frases hechas, una especie de “mantras”, se hacen declaraciones grandilocuentes a voz en cuello.

Por si fuera poco, estos “hombres y mujeres de Dios” no son creyentes normales. Se autodenominan profetas, apóstoles, hacedores de milagros, poderosos intercesores ante el Todopoderoso. Mientras, el pueblo es esquilmado, engañado en medio de una gran ignorancia del verdadero evangelio, de hecho jamás lo han escuchado.

Lutero entendió que únicamente la Palabra de Dios podía salvar al pueblo de su desconocimiento y manipulación por parte de un sistema religioso corrupto. Una de las consecuencias fue su traducción de la Biblia al alemán. En la actualidad no es que el común del pueblo no tenga acceso a la Biblia, sino que no la lee. Antes no podían, ahora no quieren.

El reformador dejó claro que no aceptaría ninguna interpretación que chocara abiertamente con lo que las Escrituras decían, ya viniera de un obispo o del propio Papa. En nuestros días se acepta lo que el “profeta” de turno quiera decir, él es la misma voz divina.

Lutero rompió con la idea de un sacerdocio exclusivo compuesto por una élite religiosa. Con ello redescubrió el sacerdocio universal, todos tenemos acceso a Dios sin intermediarios humanos. Hoy se trata a todos estos voceros de la prosperidad como especialmente ungidos, ellos tienen profecías directas de Dios, pueden declarar sanidades, dar incluso maldiciones para los que se opongan a ellos. Son tan especiales que hacen que el poder del Espíritu Santo se manifieste a su orden.

El verdadero evangelio ha sido sepultado bajo la codicia y la mentira de unos pocos y la ignorancia de unos muchos. Si bien declaran que la salvación es gratuita, el resto de la vida cristiana parece una continua compra de favores divinos. Si en el siglo XVI se trataba de indulgencias y reliquias de todo tipo, ahora se trata de la venta de aceite, agua o pañuelos ungidos.

La Sola Fe de la Reforma se relacionaba en cómo la persona se apropiaba de la salvación, cómo la hacía suya y tenía muy presente que la misma era un don divino. No tenía nada que ver con el pensamiento positivo, con toda una serie de técnicas de manipulación psicológica. Es como volver a la idea de salvación por obras, yo coloco mi dinero y mi fe a cambio de algo de parte de Dios. Es por Gracia, gratuito, Dios no está a la venta.

La vida cristiana no consiste en lograr una mansión o riquezas, sino en tomar una cruz y seguir al Maestro. Si ser pobre es un pecado, el primer y más grande pecador sería el propio Jesús.

Nos acercamos a la conmemoración de la Reforma, el día 31 de octubre. Será el momento de recordar todos los acontecimientos que la provocaron, cómo la misma supuso una auténtica revolución para la cristiandad y cómo inició un proceso sin retorno para salir del oscurantismo. Pero a la par debemos tener una visión crítica con la situación que existe actualmente. Para una gran masa de creyentes ha sido como volver a una época medieval, como echar por la borda los logros de quinientos años.

Tenemos el deber de denunciar estos hechos, a estos hombres y mujeres sin escrúpulos. Callar sería como ser cómplices y renunciar a la única forma en la que la verdad puede llegar a no pocos creyentes que viven una nueva forma de paganismo sumidos en su ignorancia. Debemos confrontar por todos los medios la mentira y tal vez en un futuro pueda darse algo parecido a una nueva reforma en el seno de un pueblo que se considera a sí mismo de Dios.

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i “Son también perros voraces, que no conocen la hartura. Y hasta sus mismos pastores no saben ni entienden nada; todos siguen su camino, todos van tras su provecho”. Isaías 56:11.

i Me gustaría acabar con una nota positiva ante este panorama tan desolador. No sé si será posible esto que apunto al final del artículo ya que otras voces hablan de que se producirá una ruptura por parte de estas iglesias neopentecostales. Así quedarían al margen de las otras iglesias protestantes y evangélicas. Si esto sucediera podrían acabar formando una entidad propia. Tal vez no pocas iglesias desaparecerían colapsandose sobre sí mismas ante la imposibilidad de seguir sosteniendo promesas que jamás se cumplen. Sólo estoy especulando pero alguno de estos caminos, o varios, tendrán que darse, y esto en un futuro no demasiado lejano.

Alfonso Pérez Ranchal

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