En la época en que vivimos es difícil que algo nos llame la atención. Los profesionales de la publicidad estrujan su cerebro para encontrar la forma de llegar a los potenciales compradores de un determinado producto mientras estamos bombardeados y expuestos a una cantidad ingente de información que hace que casi nada despierte nuestro interés y, si lo consiguen, el efecto de euforia que aparece al conseguir un nuevo producto cada vez es menos duradero.
El paso del tiempo no mejora la situación; el entusiasmo que teníamos cuando éramos jóvenes se transforma en un realismo desapasionado porque la vida nos ha enseñado que cambiar nuestro mundo parece tarea imposible ya que está gobernado por el imperio del dinero que, a su vez, es manejado por gente sin escrúpulos que hará lo posible para que el Sistema no cambie. Entonces, ¿cómo sobrevivir en medio de una sociedad harta de información, bombardeada con un consumismo exacerbado y manipulada por los que tienen el poder?
En todos los tiempos se ha recurrido a héroes que permitieran vislumbrar un mundo mejor. En la mitología clásica estaban Hércules, Aquiles, Eneas… En nuestro tiempo Supermán, Rambo, Spiderman… Alguien a quien admirar, dotado de una fuerza sobrenatural para solucionar los problemas con los que nos encontramos, de forma especial, cuando el mal campa a sus anchas.
Boris Cyrulnik, uno de los grandes referentes en la psicología moderna, neurólogo, psicoanalista, psiquiatra y etólogo, considerado como uno de los padres de la resiliencia, dice que cuando algo nos perturba (por ejemplo, un atentado) “necesitamos admirar a un héroe que se enfrenta a la adversidad” (Escribí soles de noche. Literatura y resiliencia. Barcelona: Gedisa, 2020, pág. 67). Los héroes nos fascinan porque hacen lo que nosotros no nos atrevemos o no podemos hacer, saltarnos las leyes.
Es aquí donde el evangelio tiene una propuesta, un “superhéroe” que, en lugar de usar la fuerza, se entrega y sacrifica por los demás. La pretensión de Jesús de Nazaret fue la de configurar una sociedad igualitaria, donde el poder del dinero fuera anulado por la fuerza del amor, la dominación fuera reemplazada por el servicio y la dignidad de la persona no dependiera de los bienes que posea sino del hecho de ser hijo e hija de Dios. Por eso me fascina cada día más Jesús de Nazaret.
No fue un pobre profeta cuyo mensaje iba dirigido a un pueblo rural del primer siglo. No. El mensaje de Jesús es tan actual que parece que haya sido publicado en pleno siglo XXI porque trata sobre los temas de siempre: los poderosos oprimen a los pobres, el legalismo fundamentalista intenta imponerse a la libertad de conciencia, el orgullo prevalece sobre el perdón, el extranjero es visto como una amenaza, se protege al rico y se ignora al pobre, se excluye al que no se adapta al Sistema, se señala al diferente como causante de los problemas que perturban a la sociedad…
Jesús me fascina cada día más porque no intentó cambiar la sociedad por la fuerza. No se alió con el poder para realizar el cambio desde arriba, sino que se acercó a los pobres y les ofreció el Reino de los cielos; es un cambio desde abajo, transversal. Todas aquellas ideas que había sobre Dios fueron transformadas en un abrir y cerrar de ojos. Dios ya no puede ser visto a partir de Jesús como el Todopoderoso soberano que mueve los hilos de la historia, como el Pantocrator inaccesible e inexpresivo. Dios ha de ser visto como el siervo sufriente que está dispuesto a morir al mantener a toda costa un mensaje incómodo para los dirigentes de su época quienes, en nombre del Dios en el que creían, deciden quitarle de en medio y terminan crucificándole.
Jesús, lejos de solicitar doce legiones de ángeles para preservar su integridad física y asombrar al mundo, decide seguir el camino de la humildad, de la identificación con los pobres y marginados para ofrecerles las riquezas del reino de los cielos. Jesús es fascinante porque, siendo el hijo de Dios, renuncia a todo tipo de dominio. Es fascinante porque trata a sus seguidores como más que amigos, como a hermanos. Es fascinante porque no replica con violencia cuando le llevan a los tribunales. Es fascinante porque se identifica con los despreciados de la sociedad judía del siglo I. Es fascinante porque no le importó “quebrantar” la interpretación estricta de la ley. Es fascinante porque entendió que las personas eran más importantes que las Escrituras. Es fascinante porque puso el mundo patas arriba y no solo su mundo, sino también el nuestro. Es fascinante porque enseñó lo que significa perdonar y amar al prójimo. Es fascinante porque aclaró definitivamente cómo es Dios. Es fascinante porque no se dejó embaucar ni seducir por el camino fácil, sino que prefirió elegir el que le iba a llevar a la muerte. Es fascinante porque no le importó sufrir por una convicción y no se movió un ápice de ella a pesar de las presiones recibidas dentro y fuera de su círculo más intimo.
Jesús es fascinante porque era un “superhéroe” distinto, que no decidió quitar de en medio a los malos a través de la violencia. No. Jesús fue juzgado, sentenciado y ejecutado como un criminal aunque se pasó la vida haciendo el bien a los demás y enseñando que es mejor devolver bien por mal. Por eso me fascina Jesús, porque a través de su conducta fue capaz de desenmascarar a los poderosos, y eso le hizo ser incómodo al denunciar su hipocresía manifiesta. Incluso estando clavado en la cruz, ofreció el Reino a los ladrones convictos que estaban crucificados a su lado.
Jesús de Nazaret es fascinante se mire por donde se mire. A la luz del Antiguo Testamento y yo diría que del Nuevo Testamento también, se puede justificar cualquier tipo de conducta y decisión, como hacen los integristas y fundamentalistas. Por ejemplo, líderes mundiales son capaces de levantar muros que separen a los nativos de los extranjeros, armarse hasta los dientes para destruir a “enemigos” de otras naciones, pagar cantidades ingentes de dinero para que los refugiados no pasen ciertas fronteras…, y todo ello en nombre de Dios, apoyado no sé en qué “Biblia”.
Pero a partir de Jesús de Nazaret todo eso ya no es posible, nadie puede justificar la discriminación y la violencia, ni siquiera el uso de la fuerza y la insolidaridad tan grave que hay en nuestro mundo. Por ello, cada día me fascina más aquel que destruyó el Imperio a través de su muerte en la cruz. Así, en la Comunidad de discípulos de Jesús tienen cabida todos, lo que claramente la diferencia de la imposición de ciertas “normas” que hay en las sociedades modernas. Y cuando digo todos, quiero decir todos, sin exclusión de ningún tipo: hombres y mujeres, ricos y pobres, nativos y extranjeros, blancos y negros, guapos y feos, heterosexuales y homosexuales, ancianos y niños, fundamentalistas y liberales… Todos son bien recibidos por Jesús de Nazaret porque el ser humano es mucho más importante que cualquier escrito religioso y la que pretenda ser una Comunidad de seguidores de Jesús ha de ser tan inclusiva como su Maestro sabiendo que nada diferencia a un ser humano de otro.
Los símbolos siempre han sido trascendentales en la historia de la humanidad. Desde mi punto de vista, el que integra mejor la enseñanza del NT es la cruz, que lejos de ser elemento de derrota, es emblema de victoria, porque a través de la debilidad, de la renuncia, del sacrificio, de la entrega y del amor, se entra al Reino de los cielos. Por eso me fascina la cruz y, mucho más, aquel que fue clavado en ella de forma escandalosa. Hoy estoy más fascinado que ayer, pero menos que mañana por este “superhéroe” de la bondad.