En los últimos años una idea se ha ido abriendo camino para instalarse en la filosofía de vida occidental: piensa en positivo. Si estás triste, has de trabajar para dejar de estarlo, piensa en positivo. Si tienes un problema en el trabajo y la empresa prescinde de ti, piensa en positivo, seguramente encontrarás otro mejor. Si tus hijos están enfermos, piensa en positivo, superarán la enfermedad. Si has experimentado un divorcio, piensa en positivo, olvida a la persona con la que has vivido muchos años y busca otra que pueda llenar su vacío, verás como te irá mejor. Si has perdido a un familiar querido, piensa en positivo, ya ha dejado de sufrir. Si tienes una enfermedad grave, piensa en positivo…
El pensamiento positivo parte de la base de que creer en uno mismo de forma optimista cambiará la realidad que estás viviendo ya que con esfuerzo y trabajo todo es posible porque tu energía se centrará en aquello que deseas conseguir. Por ello, si piensas positivamente en un objetivo, lo conseguirás y si piensas negativamente no te esforzarás por alcanzarlo. Es así de sencillo. Esta manera de pensar nos obliga a estar siempre bien, es una nueva “imposición” que se ha metido en nuestra vida para obligarnos a alcanzar la felicidad permanente rechazando cualquier pensamiento, sentimiento o emoción que se oponga a ello. Si tienes sentimientos o emociones negativas es que algo no funciona bien. Esta es la men talidad occidental de los últimos tiempos.
A mí me estresa esta filosofía de la vida, la positividad se ha convertido en un “tirano” del siglo XXI que te obliga a estar siempre bien. Es como si no tuviéramos derecho a estar tristes, como si hubiera que ahogar todo pensamiento que implique dolor, como si tuviéramos que huir de la experiencia que nos permite percatarnos de la necesidad que tenemos de que alguien salga en nuestro auxilio y de la importancia de la reflexión cuando la vida te abofetea sin misericordia. Yo no quiero pensar en positivo cuando estoy sufriendo y eso no significa que no quiera librarme de ese sufrimiento. Simplemente lo vivo, lo experimento como parte del camino que me toca recorrer e intento seguir adelante reflexionando y aprendiendo, nada más. Marc Bracket, fundador y director del Centro de Inteligencia Emocional de la Universidad de Yale, en su libro “Permission to feel” (Permiso para sentir) afirma que “cuando ignoramos nuestros sentimientos o los reprimimos, lo único que conseguimos es que se vuelvan más fuertes”. El profesor Svend Brinkmann, que ha escrito sobre el estrés que genera el afán por la superación y el pensamiento positivo, afirma que cuando algo malo sucede, “deberíamos permitirnos tener pensamientos y sentimientos negativos” (Su libro saldrá publicado en castellano en marzo 2020 por Nuevos Emprendimientos Editoriales bajo el título “Sé tu mismo. La locura de la superación personal”).
En el libro de Job observamos un ciclo vital que ponemos como ejemplo de paciencia y tolerancia: vida opulenta, sufrimiento, soledad, vindicación, restauración. No hay reproche hacia Dios al atravesar el valle de sombra de muerte y el final es feliz como si de una película made in Hollywood se tratara. Pero hay quien piensa que la última parte del libro es un añadido posterior porque no concebimos un Dios que permita el sufrimiento humano de semejante magnitud y que la historia termine mal; por eso se redactó el final de la manera que está registrado, para que tuviera un desenlace feliz. Sea de una forma o de otra, no hemos de olvidar que Job vivió y experimentó con toda su crudeza el dolor, el sufrimiento, el abandono y la soledad.
Pensamos que Dios siempre tiene que arreglarlo todo y que las cosas acaben bien. Pero la vida no siempre es así, la vida implica sufrimiento y por mucho pensamiento positivo que tengas, hay circunstancias que no se pueden controlar. Preguntemos a personas que han experimentado dolor profundo, refugiados que han tenido que marchar de sus casas por causa de la guerra y han pasado hambre, frío, enfermedad, muerte; niños que han sufrido y sufren abuso sexual que les marca de por vida, personas víctimas de la explotación y la dominación de otros, terrorismo, enfermedades terminales, violencia de género… Muchas de estas personas lloran en la soledad de la noche sin entender el por qué de su situación. Y nosotros, desde la altivez del espíritu occidental les decimos ¡piensa en positivo! Eso es negar las emociones, es apagar la llama de los sentimientos más profundos, es impedir la reflexión sobre la vida… Si tengo un problema, mientras encuentro una solución, lo normal es que esté triste, y no pasa nada. Si pierdo un familiar, lo normal es llorar… Por ello, podemos experimentar el dolor como una experiencia vital sin más que nos lleve a una reflexión interior, íntima, que hará crecer nuestro espíritu.
¿Qué hay de malo en derramar lágrimas? Los sentimientos son los que son y merece la pena dejarlos fluir y que eso nos lleve a dudas existenciales que permitan hacernos preguntas por si tal vez, y digo tal vez, podamos encontrar respuestas que no siempre llegan. No tenemos más que leer los salmos para ver que la experiencia que se vislumbra detrás de las palabras es de profundo sufrimiento. Sí, es cierto, muchos de ellos terminan con una nota de esperanza, pero eso no sustituye al dolor que se está experimentando y a la sensación de Dios como un ser lejano, distante, ajeno a nuestro padecimiento. Y las emociones y los sentimientos son los que son y el salmista no trata de apagarlos, esconderlos o evitarlos; no, todo lo contrario, los comparte como parte de la vida, ya que son sensaciones comunes a todo ser humano y recurre a Dios para que le libre del dolor y el sufrimiento (sirva como botón de muestra Salmo 116.3-4; el Salmo 107 habla de la angustia del orante y cómo se dirige a Dios para que le libre de sus aflicciones…).
¿Cómo podemos decirle a una persona que clama “¡estoy cansado/a de sufrir!”, que piense en positivo? ¿No es esta una actitud de orgullo y altivez? ¿Por qué apagar el espíritu de esa manera? ¿Por qué no permitir que los sentimientos fluyan cuando la adversidad se ha cebado con esa persona? Es como si a Juan el Bautista, ante la angustia de la muerte inminente, alguien se le acercara y le dijera “piensa en positivo”, cuando te corten la cabeza, no te dolerá mucho, será muy rápido… Suena ridículo, ¿verdad? A su duda existencial que le hizo enviar mensajeros a Jesús para preguntarle “¿eres tú el que había de venir o esperamos a otro?”, Jesús no responde con un pensamiento positivo, sino con hechos que evidenciaban la llegada del Reino de Dios para dar esperanza al pueblo: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio” (Luc 7.22). No sabemos si eso fue suficiente para Juan, desconocemos si así se le aplacó la angustia y el dolor…, porque podía haberse preguntado que si los cojos andaban por qué él no era librado de la cárcel y de una muerte segura. Podía haberse preguntado por el poder de Dios para librarle actuando de una manera milagrosa como lo había hecho al sacar a Israel de Egipto para darle libertad. Pero la historia de Juan terminó mal, no como la de Job, su final fue dramático.
Yo desterré de mi vocabulario hace mucho tiempo otra frase típica: “El Señor tendrá algún propósito”. Pero vamos a ver, ¿qué propósito puede tener Dios con el sufrimiento humano? Eso es inconcebible. A Dios le interesa la vida, no la muerte; le interesa la salud (salvación), no el dolor o la enfermedad… A Dios no le interesa el sufrimiento que es ajeno a su propia esencia. Eso no quiere decir, que después de vernos sufrir, porque la vida implica sufrimiento, Dios cambie las coordenadas y aplique bálsamo y consuelo en el sufriente, pero eso no tiene nada que ver con “piensa en positivo”.
El cristiano puede estar sumido en lágrimas y seguir creyendo en el Dios de Jesús de Nazaret que le resucitó de entre los muertos, pero no olvidemos que Jesús tuvo que pasar por la cruz; el dolor y el sufrimiento no se lo quitó nadie. Es más, su experiencia fue de absoluta soledad y de abandono: “Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado” (Mc 15.34) y, muchas veces, la experiencia del cristiano es esa. Por ello, las frases triunfalistas que se refieren al poder de Dios, a la respuesta a las oraciones que se hacen con fe, a las lecturas simplistas y forzadas de cómo Dios actúa en medio de nosotros… no dejan de ser estereotipos, palabras vacías y lejanas a la experiencia del que sufre. Por eso, creo que es necesario huir de semejante evangelicalismo triunfalista porque el poder de Dios se perfecciona en la debilidad (2 Cor 12.9), de tal manera que no pasa nada si mostramos debilidad y dolor en medio de las circunstancias de la vida y lloramos por ello.
Podríamos repasar el famoso texto de la carta a los hebreos, capítulo 11. Hasta el verso 34 todo son triunfos, victorias, grandezas…, pero a partir del verso 35 el panorama cambia de forma radical, se torna desolador y solo hay dolor, sufrimiento y muerte. Para colmo llega a decir que “no recibieron lo prometido” (v.39). Esto nos permite pensar que Dios ha actuado en momentos concretos de la historia de la salvación con hechos portentosos, pero lo normal en la vida del pueblo de Dios es el vituperio, el dolor, la enfermedad, la persecución, el sufrimiento y la muerte…; por lo tanto, lo opuesto a las propuestas de la teología de la prosperidad. Solo tenemos que echar un vistazo a la historia para percatarnos de la profundidad del sufrimiento humano.
Por ello, quiero reivindicar desde aquí las vivencias de todos aquellos que experimentan dolor y que, víctimas del pensamiento positivo, se sienten culpables por sentirse mal como si eso fuera síntoma de una pobre espiritualidad. Si alguien sufre y llora, que no se sienta mal, que no haga caso de los profetas del siglo XXI que hablan desde la autosuficiencia y la opulencia espiritual de occidente, que viva su dolor con toda dignidad porque los profetas del Antiguo Testamento así lo hicieron. No se es menos cristiano porque se llore, porque se experimente angustia, porque se sufra en el silencio de la noche, porque se sienta abandono incluso de Dios, porque la pena y la soledad llamen a su puerta para quedarse sin haber sido invitadas, porque la tristeza tome las riendas de su vida… Ser cristiano significa seguir a Jesús, incluso en el sufrimiento y el dolor, sin perder de vista que seguimos caminando hacia la plenitud del Reino de los cielos.
Una cosa es tener una actitud positiva frente a las situaciones vitales con las que nos enfrentamos a diario, lo cual es saludable, y otra el pensamiento positivo que apaga los sentimientos creando falsas expectativas. Creo que va por ahí el texto tan maravilloso que Pablo escribió a los filipenses: “Interesaos por todo aquello que es auténtico, respetable, puro, amable, loable, todo aquello que sea virtuoso y digno de elogio” (Fil 4.8, Biblia Catalana, traducción interconfesional). Eso es tener una actitud positiva frente a la vida sin anular los sentimientos. No en vano, el sabio que escribió el libro de Eclesiastés dice: “Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza del rostro se enmendará el corazón” (Ecl 7.3, RV 1960. La Biblia de Jerusalén traduce: “…tras una cara triste hay un corazón feliz”).
Me gusta mucho una canción de Luz Casal. Entona una experiencia vital común a todo ser humano, excepto para los que son poco reflexivos porque no les gusta la esencia de lo que somos, seres sufrientes. Luz Casal canta: “cuando la pena cae sobre mí, el mundo deja ya de existir”. Esa visión es auténtica porque el sufriente se centra en su dolor, en lo que siente en ese momento, el resto del mundo ya no existe. Y añade: “miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos”. A partir de ahí comienzan los sueños, interpretados de una manera poética, y termina diciendo “y si las lágrimas vuelven, ellas me harán más fuerte”. Esto no es pensamiento positivo, es experiencia vital que merece la pena sentir con toda su fuerza y plenitud mientras nos alejamos de las palabras y frases simplistas que solo hacen reavivar el fuego del dolor. Pedro Sampedro, un buen amigo mío, suele decir que conforme va teniendo más años se le da peor aconsejar y consolar a otros que sufren y solo pretende estar al lado, haciendo compañía al que padece dolor; solo eso, que no es poco.
- Pastores/as de papel | Pedro Álamo - 13/12/2024
- Entender la Biblia en el siglo XXI | Pedro Álamo - 01/11/2024
- La desconcertante lectura del Antiguo Testamento | PedroÁlamo - 02/09/2022