ACTO 1:
En escena una mujer sentada frente a un espejo en una habitación en la que todo parece antiguo y algo descuidado: las maderas que cubren suelo y paredes crujen silenciosamente, y una luz entra uniformemente, pero a raudales, por una claraboya en el techo. El vestido de ella está gastado, pero sin ser en absoluto haraposo. La sencillez de la silla contrasta con el espejo, de cuerpo entero, ovalado, y barroco, adornado con elegancia sin resultar excesivamente cargado.
Febe (hablando hacia el espejo): ¿Es que no tengo derecho a equivocarme?
(Silencio).
Febe: ¡Dime! Responde, ¡te lo suplico! ¿No tengo derecho a equivocarme?
(Silencio).
Febe: ¿Acaso… acaso no es fallar lo que me hizo madurar?… lo que me hizo llegar hasta aquí…, ser quien soy.
(Silencio).
Febe: ¡Vamos, dímelo, sin reparos! Por favor, por favor, ¿tú querrías que fuera otra persona?, ¿verdad?, es eso, ¿no?
(Silencio).
(Entra en escena un hombre vestido impecablemente. Se coloca frente a Febe tapando el espejo y se quita el sombrero).
Pol (con aparente tranquilidad no exenta de cierta irritación): Abramos la caja de Pandora, Febe, está bien, abramos el armario de los monstruos. ¿Es lo que quieres? ¿No? ¿Llenar toda esta sala de mierda? Dime.
Febe: No sé si me atrevo a confesarte esto, es una tontería, papá. Hace unas semanas fui al centro comercial y me llevé todo lo que encontré de María Zambrano. Sin pagar nada. Me inundó de rabia ver puestos ahí sus libros, al lado de la basura de autoayuda, y me dije, me los llevo. Pero a quien quiero engañar… fui al centro sólo para eso. La verdad es que me da morbo leer sobre ética con un libro robado entre las manos.
Pol: ¡Misión cumplida hija! Sí, lo has conseguido. Ya estás llena de barro de pies a cabeza, como tú madre. ¡Lo has conseguido, ya eres una cleptómana! ¿Y no sabes por qué? ¡No sabes por qué lo has conseguido! ¡Pero sin duda eso es lo mejor de todo este asunto!
(Pol se marcha enfadado).
Febe (mira de nuevo al espejo): Otra vez. Tú y yo.
(Silencio).
(Entra en escena una mujer que se parece notablemente a Febe, pero algo más mayor. Coge una silla y se sienta frente al espejo).
Paula: ¿Acabas de hablar con padre? Está muy nervioso. Dice algo de unos libros robados.
Febe: No sé qué decirte.
Paula (señalando al espejo): Mira…, ¡somos tan parecidas!
Febe: ¿Tú crees?
Paula: Sí. Te miro y me veo a mi misma.
Febe: Tú no eres como yo, hermana. A mí todo lo de ahí fuera me aburre. Tanto ruido. El vaivén de tanta gente que sólo corre. Todo me parece insípido y molesto.
Paula: Hay algo sagrado en todas las cosas.
Febe: No sé. No entiendo de que me hablas cuando dices esas cosas.
Paula: Hay algo sagrado en todas las cosas. En ti también, aunque no lo creas.
Febe: No importa las veces que repitas lo mismo. Yo sólo veo… yo sólo veo mi fea cara llena de ojeras.
Paula: Febe, mi niña, hay una invitación a la vida, incluso en esas terribles ojeras.
(Silencio).
Paula: Somos imagen de algo mucho más grande que nosotros mismos.
Febe: ¿Y por qué no un sonido más grande del que nunca podremos escuchar?
Paula: O, ¿un sabor?
Febe: Y… no sé.
Paula. No, dilo.
Febe: No, déjalo.
Paula: Vamos, no seas así, quiero escuchártelo decir.
Febe. Bueno, y ¿si somos una carne mayor que nosotros mismos?
Paula: Ahora soy yo quien no te entiende a ti
Febe: Una cruz hecha carne.
Paula: Está bien. Creo que llevas demasiado tiempo sentada aquí sola. Salgamos, ¡hace un día estupendo para pasear!
Febe: No. Prefiero quedarme aquí un poco más. ¿Te importa dejarme sola?
(Paula sale de la sala dolida).
(Silencio).
Febe: ¿Quién soy?
(Entra en la sala un muchacho, casi un niño. Sonriente. Se coloca de rodillas encima de la silla y se balancea un poco).
Carlos: ¿Qué haces aquí hermanita?
Febe: Pensar un poco.
Carlos: ¿En qué?
Febe: Cosas mías, cotilla.
Carlos: Papá está preocupado.
Febe: No me pasa nada. Sólo quería estar aquí, pensar un poco en mis cosas.
Carlos: Ya, bueno. hermanita, ayer estuve en Mamré.
Febe: ¿Sí? ¿Y cómo fue?
Carlos: Comí solo.
Febe: ¿Solo?
Carlos: Sí. Se habían marchado los tres.
Febe: Entiendo.
Carlos: Pero habían dejado una olla hirviendo.
Febe: ¿Por eso estás aquí?
Carlos: No, por eso estás tú aquí.
Febe: No sé qué dices. Es mejor que me dejes sola.
Carlos: Está bien. Pero pronto vendrán. En esa olla quedó algo de comida para ti.
(Carlos se levanta y se marcha de un salto, sonriente como entró, sale de la sala).
(Silencio).
(Febe se levanta de la silla y da un paso hacia el espejo, y así se mira de más cerca).
(Entra en la sala un anciano, bastón en mano, se sienta en la silla vaciada por Febe. Ella se gira hacia él).
Cipriano: Febe.
Febe: Sí.
Cipriano: Coge mis manos.
Febe: Están muy frías, yayo.
Cipriano: Sí. Pon tus manos sobre mi rostro.
Febe: Sí.
Cipriano: No me mires. Solo posa tus manos.
(Ella posa sus manos sobre el rostro de él).
(Silencio).
Cipriano: ¿Te parece que una idea, que una palabra, tiene esta textura?
Febe: … ¿no? Pero ¿no pueden acaso las palabras acelerarnos el corazón?
Cipriano: Sí, pero dime, ¿a que huelen las palabras?
Febe: No lo sé… pero tú, tu olor me recuerda a mi infancia. A los socarrells de nuestra Menorca.
Cipriano: Somos lo que olemos, también, ¿no?
Febe: ¡Soy un socarrell!
Cipriano: Sin duda, querida.
(Silencio).
Cipriano: Es hora de retomar el vuelo.
Febe: No sé, no sé si puedo volar. Ya no. Quizá nunca pude.
Cipriano: Sí puedes, Febe.
Febe: ¿Cómo?
Cipriano: ¿Estás dispuesta a ser lo que eres? ¿Ni más, ni menos?
Febe: Ojalá fuera tan fácil. Este mal que me inunda. ¿De dónde viene?
Cipriano: Yo sólo soy un viejo ignorante. ¿A mí me lo preguntas? No sabría decirte. Dentro, o fuera nuestro, esté donde esté el mal, al final tenemos una vida por vivir.
Febe: No sé yayo, siento un veneno que borbotea en mi corazón, y que todo lo distorsiona. No sé cómo vivir con ello.
Cipriano: ¿Podremos aceptar que no todo lo que hay dentro nuestro brilla bondadosamente? ¿Qué no todo es bueno? … Quizá no tengamos más remedio que vivir con estas contradicciones.
Febe: …Tengo mucho miedo, tanto miedo.
Cipriano: ¿de qué tienes miedo, pequeña? Dime.
Febe: De que ese veneno me posea del todo y que invoque algo que cambie mi vida para siempre.
Cipriano: No sé qué decirte, querida. Ojalá tuviese una respuesta para ese miedo.
Febe: Te juro yayo, te juro…
Cipriano: No jures.
Febe: No yayo, escúchame, te juro que no puedo más con está fatiga. ¿Quién soy?
Cipriano: … ¿Quiénes somos, dirás? Tienes razón, duele mucho.
Febe: Sí, pero ¿dónde duele?
Cipriano: No lo sé… si lo supiese pondría remedio.
(Silencio).
ACTO 2:
Un comedor en cuyo centro una mesa está rodeada de media docena de sillas vacías. Cipriano y Pol discuten acaloradamente.
Pol: ¡Lo quiero para mí! Sólo para nosotros, para la familia. Dime. ¿Qué sentido tendría que fuera propiedad de todos? Si fuera un bien para todos no valdría nada…
Cipriano: No puedo estar de acuerdo en lo que planteas. Y aunque lo estuviese… es decisión de Febe.
Pol: Una palabra tuya… sólo una palabra en la dirección apropiada bastaría para que ella accediera.
Cipriano: No la voy a presionar con un asunto que le toca a ella decidir. ¿No te das cuenta de que no puedes secuestrarlo sin pervertirlo?
Pol: Nuestra historia es un cúmulo de insensateces, lo sé muy bien.
Cipriano: Volvamos a casa. Ya está bien de hacernos daño.
Pol: 34.569 hoy. Ayer 3.045. Eso es un 93,6 por ciento menos que hace tres días. Te digo que sí podemos salir de esto, si Febe colabora, claro.
Cipriano: ¿Había entre los muertos algún amputado?
Pol: ¿Qué? No entiendo tu pregunta… ¿A qué viene eso?
Cipriano: Un 0,6 por ciento… ¿era alguien partido por la mitad?
Pol: No, a ver, son estadísticas, números…es un porcentaje.
Cipriano: Creo que no te estoy entendiendo.
Pol: ¡No tengo tiempo para explicarte matemáticas elementales!
Cipriano: Ni yo para explicarte que las vidas humanas no caben en unos números…
Pol: ¿Quién pretende tal cosa?
Cipriano: Crees que todo tiene precio, ¿verdad? ¡Sé un poco humano está vez!
Pol: ¡Acaso no soy humano!
Cipriano: ¡No!
Pol: ¡Nací siéndolo!
Cipriano: No, un humano se hace.
Pol: Yo no sé cómo se hace algo así, y para ti, … para ti que no sé hacer ni un huevo frito… ¿cómo esperas que me haga humano?
(Entra en el comedor una mujer muy anciana vestida completamente de negro).
Claudia: ¡Hijo!
Cipriano: Dígame, madre.
Claudia: ¡Ya está bien de molestar a tu yerno!
Cipriano: …pero madre.
Claudia: ¡Ni, pero, ni, pera!
Pol: Gracias, estábamos…
Claudia (dirigiéndose a Pol): Y tú, ¡mentecato!
Cipriano: ¡Madre, por favor!
Claudia: ¡Qué te calles! Me vais a oír los dos os guste o no. ¿En qué habéis convertido esta discusión? ¿Es que es un problema de blanco o negro? Decidme una cosa, los dos, sí, los dos… uno quiere tomar la decisión por Febe, y el otro se quiere desentender de la decisión que debe tomar. …La pobre…. ¿Es que ninguno va a ayudar a la chiquilla?
Cipriano: Madre, cuando usted tenía su edad ya había dado a luz tres hijos.
Claudia (levantando el bastón): ¿A qué te doy un garrotazo? ¡Hay que ayudar a Febe, punto!
Pol: No sé me ocurre como, no, sin tomar la decisión por ella.
Claudia: Eso es lo fácil. Ella debe decidir. Pero no sin vuestra ayuda. Yo ya estoy muy vieja para estas cosas. Me voy a echar la siesta.
(Sale Claudia de la sala. Se sienta Cipriano cansado. Pol sale justo después).
(Silencio).
ACTO 3:
De nuevo la habitación antigua y Febe sentada frente al espejo. Se ha hecho de noche y la luz de la habitación se debe a unas velas encendidas por aquí y por allá. En la penumbra la sala parece aún más barroca si cabe.
(Febe continúa hablando frente al espejo).
Febe: ¿En qué nos hemos convertido?
(Silencio).
Febe: ¿Quién soy? ¿Quiénes somos?
(Entra en la sala Claudia y se apoya en la silla de Febe).
Claudia: Ese es un enigma imposible de resolver. Sólo nos queda vivir con él. Nada puede resolverlo.
Febe: ¿Nada?
Claudia: Nada.
Febe: La técnica quizá…quizá podría resolverlo.
Claudia: Si fuéramos una cosa sin duda. Pero no, no somos una cosa.
Febe: ¿Y el amor?
Claudia: ¡El amor sólo aviva ese enigma!
Febe: Vale, pues la razón.
Claudia: ¡Oh, la razón!, no sabría decirte. Yo no soy filósofa como tú… pero si el enigma fuese un animal del corral, y me temo que de eso la abuela sabe mucho, la razón sería sus excreciones… en el mejor sentido de estas, … no olvides que las heces son abono y que dan lugar a nueva vida.
Febe: Y, entonces, ¿cómo llegaremos a ser plenos, a ser felices? ¿Cómo sabremos quiénes somos?
Claudia: De lo poco que sé de la felicidad, mi Febe, es que lo mejor de ella es que cuando se obtiene, en el fondo, no sabemos por qué llegó… y que cuando se marcha aún son más misteriosas las razones de su huida…
Febe: Yo no puedo ser feliz, me es imposible.
Claudia: Hija, todos tenemos un lado oscuro. Cada uno en lo suyo.
Febe: Sí, todos… pero, yo no puedo seguir.
Claudia: Es la vida misma, cuando se pasa de rosca. No hay nada más mortal que el exceso de vida.
Febe: ¿Tú crees? No sé si te entiendo.
Claudia: ¿Qué vas a hacer con todo el amor que te sobra? ¿Cuándo se pudra y apeste?
Febe: ¡Me niego a amar, abuela, me niego!
Claudia: ¿Por qué?
Febe: No quiero perder la objetividad.
Claudia: ¿Prefieres el frío de las doctrinas, de todos esos métodos y estudios…? ¿No ves al callejón sin salida que te han conducido?
Febe: Sí.
Claudia: Me gustaría invitarte a danzar, pero yo ya estoy muy mayor para eso.
Febe: ¿A danzar abuela?
Claudia: Sí, a la danza divina.
Febe: Oh, abuela, hace tiempo que me es imposible creer en un Dios.
Claudia: Te entiendo.
Febe: Me interesan demasiado tantas cosas que hay en el mundo y que condena la iglesia.
Claudia: Sí.
Febe: Quiero vivir, y pensar de lo que viví.
Claudia: Te entiendo. Pero ¿Cómo vivir a distancia?
Febe: Ya… Hay una contradicción en mí, lo sé, y me pesa.
Claudia: ¿Y no crees que le das la razón a quienes han secuestrado a Dios?
Febe: No sé muy bien que quieres decir.
Claudia: Qué Dios siempre es viejo, pero también es siempre nuevo.
(Silencio).
Claudia: Como tú y como yo.
(Silencio).
(Sale Claudia de la sala y deja sola a Febe).
(Silencio).
(Entra en la sala un hombre con un plato de comida).
Hombre: Buenas noches, Febe.
Febe: ¿Nos conocemos?
Hombre (acercándole el plato): ¿Quieres un poco de comida?
Febe: ¿De Mamré?
Hombre: Sí, ¿cómo lo sabes?
Febe: Carlos.
Hombre: Menudo pillo.
(Febe come).
(Termina de comer).
Febe: Estaba muy bueno.
Hombre: Me alegro de que te haya gustado.
(Silencio).
Febe: Llevo tanto tiempo sola que ya no sé lo que es no estar enferma. Estoy tan cómoda con mi enfermedad que me da miedo que la enfermedad de otro me sane, aunque sea por equivocación.
Hombre: ¿Qué ves en ese espejo?
Febe: Una mujer.
Hombre: No. Por favor, mira bien. ¿Qué ves?
Febe: No lo sé.
Hombre: ¿Puedes ver el aceite correr por tu frente, resbalar por tus mejillas?
Febe: No.
Hombre: Cierra los ojos.
Febe: No, no puedo, tengo miedo.
Hombre: No temas.
Febe (cerrando los ojos): Sí, siento… ¿siento caer aceite por mi piel?
Hombre: Abre los ojos. ¿Qué ves?
Febe: ¿A Dios?
Hombre: ¿Por qué dudas?
Febe: No lo sé, no soy yo.
Hombre: No.
Febe: Pero, está aquí, entre los dos, en mí, y en ti…
Hombre: Tú lo has dicho.
Febe: Es algo más que eso, ¿verdad?
Hombre: Sí.
Febe: No sabría explicarlo mejor.
Hombre: Yo tampoco.
(Silencio).
Febe: Quédate conmigo.
Hombre: No pienso irme. Pero ahora tengo que marchar.
(Sale de la habitación. Febe queda sola frente al espejo).
(Silencio).
ACTO 4:
Una pequeña habitación iluminada por una lámpara sobre una mesilla de noche. Claudia lee un libro tumbada en la cama, y a su vera Cipriano le hace compañía.
Claudia: Hijo, ve a dormir, ya me encuentro mejor. Déjame con mi libro.
Cipriano: Madre, ¿está segura? Puedo pasar la noche con usted, si lo prefiere.
Claudia: No, no, ve a ver a Febe. La pobre es capaz de haber pasado toda la noche en esa habitación otra vez.
(Cipriano sale de la habitación sin decir palabra).
(Claudia se queda sola leyendo).
(Se oye el repicar de una puerta).
Claudia: ¿Sí? ¿Quién es?
Hombre: ¿Se puede?
Claudia: Adelante. ¡Oh, si eres tú! ¡Qué alegría!
(El hombre se sienta en la silla que Cipriano dejó libre).
Hombre: Sí. Soy yo. He venido a ver a Febe. Y ya de paso a verte a ti.
Claudia: Yo ya estoy muy mayor para bailar.
Hombre: Nunca es tarde para un último baile.
Claudia: Sí, me…, tú lo sabes, me aterroriza la muerte.
Hombre: ¿Quieres que te hable con franqueza?
Claudia: Sí, por favor.
Hombre: Nacimos entre sangre y heces. Y entre sangre y heces moriremos. Volver y volver a nacer… es tan próximo lo uno de lo otro.
Claudia: Pero ¿nacemos con todo lo necesario? ¿O somos como un pedazo de barro por formar aún?
Hombre: A veces somos barro, y otras veces piedra, que necesita la dureza del metal para ser esculpida.
Claudia: Duele tanto vivir… otras veces somos hierro, y necesitamos de la forja…
Hombre: Sí, pero ¿cuántas veces fuimos torneados y la vida se convirtió en una caricia?
Claudia: Ya está bien de metáforas escultóricas… a mí hace mucho que nadie me da una caricia.
Hombre (acariciándole el rostro): Es más que una metáfora. Tú me crees, pero ¿me ves a mí, o sólo puedes verme a través de la imagen que te has hecho de mí?
Claudia: Quizá sólo pueda verte a través de la imagen que me hice de lo humano.
Hombre: Sí. Quizá sólo a través de la imagen que te hiciste de Dios.
Claudia: ¿Eso es un problema? ¿Existe un mirar puro? Es tan real tu caricia…
Hombre: Tú cuerpo se vació del peso de las palabras. Por eso puedes sentir mi mano.
Claudia: Siempre me dio miedo salir volando por la primera ráfaga de viento que sobreviniera, por eso nunca me agarré a las palabras.
Hombre: Mucho me temo que tuviste la dicha de ir donde sopló el viento.
Claudia: ¿Es la hora de volver a salir?
Hombre: Sí, pero no temas.
(Silencio).
(El hombre se levanta y se va).
(Silencio).
(Entra en la habitación Febe y se sienta en la silla libre).
Claudia: Mi niña, ¡has salido!
Febe: Sí. Vino alguien.
Claudia: Lo sé.
(Silencio).
Claudia: Yo también habré de salir pronto.
Febe: Ya no tengo miedo de que te vayas, abuela. Solo tristeza.
(Silencio).
Febe: Está todo por hacerse, ¿verdad?
Claudia: No sé si te entiendo.
Febe: Hace tan poco creía… creía que este era un universo ciego. Un montón de partículas ciegas. Y es verdad. Pero nosotros somos sus ojos. Tú y yo somos sus ojos.
Claudia: No sé qué quieres decir, pero me hace feliz verte sonreír de nuevo.
Febe: ¿Puedes sentirlo en la piel?
Claudia: ¿El qué?
(silencio).
Claudia: ¿Será la presencia de Dios?
Febe: No lo sé. Pero estoy segura de una cosa.
Claudia: ¡No lo digas! Yo también te quiero.
(Se abrazan).
FIN.