No conocía al artista Gregory Eanes que plasmó en el lienzo tamaña pintura, pero al ver su obra entré en comunión con él y, a través de su obra, con el Crucificado.
Doble corona de espinas. Crispación en unas manos taladradas por clavos que buscan refugio, a través de la carne, en una madera convertida en patíbulo. Rostro cabizbajo, descompuesto y dolorido. Cuerpo derretido cual cera al calor de un candil nada inocente. En resumen, nos enfrentamos a la historia humana, nuestra historia.
Una historia regida por “los príncipes de este mundo” (1 Cor. 1:28), adictos a crucificar a los inocentes que se rebelan contra su despotismo. Unos crucificados que suplen, en ocasiones sin saberlo, lo que falta a la tortura del Crucificado (Col. 1:24) . Lo que falta para que experimentemos el alumbramiento de un mundo nuevo.
Mientras tanto, mientras no llega ese otro mundo posible, debemos mantener una comunión fraterna, y por ello solidaria (Mat. 25), con los que la barbarie humana, nuestra barbarie, sigue coronando sus frentes de un dolor innecesario y cruel.
Mientras tanto seguiremos “sin belleza” (Is. 53:2) que nos haga atrayentes. Pero no todo está perdido, la resurrección está a la vuelta de la esquina (Apo. 20:6).
Sobran las palabras… faltan los hechos.
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