«No es que Dios se limite a convertir en buenos los aspectos malvados de nuestro mundo para aquellos que le aman; más bien, Él mismo hace realidad dichos aspectos para su propia gloria (veánse Éx. 9:13-16; Jn. 9:3) y el bien de su pueblo (veánse He. 12:3-11; Stg. 1:2-4). Ello incluye, aunque parezca increíble e inaceptable, la brutalidad de los nazis en Birkenau y Auschwitz, así como los terribles homicidios de Dennis Rader e incluso el que abusen sexualmente de una niña: “Todas las cosas ha hecho Jehová para sí mismo, y aun al impío para el día malo” (Pr. 16:4).[1]
Esta es una de las muchas declaraciones que se hacen en esta línea en el libro titulado El sufrimiento y la soberanía de Dios cuyos editores generales son John Piper y Justin Taylor. El libro fue el resultado de una serie de charlas ofrecidas en 2005 dentro de una conferencia llamada Sed de Dios.
No es una casualidad que haya escogido una cita de este libro para iniciar el presente artículo, ya que John Piper es uno de los más conocidos predicadores que sostiene lo que he denominado aquí una visión del sufrimiento desde “la verticalidad”. Como él mismo apunta en el primer capítulo del mencionado libro su “método” no es otro que el de “… celebrar la soberanía de Dios sobre Satanás y su soberanía sobre todo el mal en el que Satanás pone su mano. Mi convicción es que el dejar que Dios hable despertará en nosotros la adoración, como la de Job, y la adoración moldeará nuestro corazón para entender cualquier magnitud del misterio de Dios que Él disponga que conozcamos.”[2]
Por tanto, no se trata realmente de un método de estudio sino de un a priori, una premisa a través de la cual entender todo lo demás. Pero este a priori es radical. Dios es soberano y esto significa que todo lo que ocurre es parte de sus planes trazados desde la eternidad. Todo ello, en consecuencia, es motivo de gloria para Dios. Los desastres naturales también son considerados en la misma línea. Si un tsunami arrasa una determinada zona de la tierra y mata a decenas de miles de personas es algo dispuesto, ordenado por Dios. Si finalmente un creyente sobrevive a alguna terrible enfermedad o desastre debe aceptarlo como proveniente de la mano del Soberano y por ello tiene que darle la gloria por su sabiduría al permitir todo aquello en su vida. Es esta la meta, lo que tendrá que conseguir el cristiano sufriente, superar todo su quebranto para dar gloria a Dios. “Dios es considerado ante todo como el Soberano que produce el dolor en sus súbditos, “El sufrimiento es el designio de Dios en este mundo empapado de pecado” (véase Romanos 8:20)”.[3]
El contexto vital por el que pasa la persona, la intensidad o la importancia del dolor no son considerados. Da igual si se trata de una simple gripe o el holocausto nazi; es absolutamente secundario si el que está sufriendo es un niño o un adulto.
Por supuesto, presenta toda una serie de versículos para apoyar su premisa, los cuales son siempre interpretados de manera absoluta y aplicados en todos los casos. El problema de esta forma de interpretación es que se fija en unos textos y olvida a otros. Estos otros suelen dar otra visión, otra perspectiva y deben ser confrontados y comparados con los primeros. Por ejemplo, con la Biblia en la mano puedo probar que el ser humano no tiene libertad y que todos sus pasos han sido preparados por Dios y también que es tan libre que Dios, al final, es un simple espectador. Tomar sólo unos versículos y olvidarnos de los otros provoca el error.
Pero además, esta radical perspectiva vertical tiene unas terribles consecuencias, si fuera cierta. En primer lugar, el ser humano aparece como una especie de marioneta sacudido por todo tipo de penurias para que la gloria de Dios se manifieste. Y la pregunta aparece en seguida, ¿qué gloria puede haber en la violación en grupo de una mujer? Otras siguen la misma estela, ¿qué manifestación de la grandeza de Dios puede haber habido en una guerra como la de Sierra Leona? La amputación de miembros fue algo común; se calculan más 50.000 los muertos y los desplazados por cientos de miles en un país que no llegaba a los seis millones de habitantes. Pero, fuentes como la de Amnistía Internacional hablan de 75.000 muertos civiles siendo el total de muertos una cifra entre los 50.000 y las 200.000 personas: “Las mujeres y las niñas sufrieron un número extraordinariamente elevado de violaciones y otros actos de violencia sexual. Más de 5.000 menores —niños y niñas— fueron reclutados por la fuerza para combatir tanto con las fuerzas gubernamentales como con las de la oposición. Quizá lo más notorio fue que la guerra de Sierra Leona llegó a conocerse por su atrocidad más característica: las amputaciones y mutilaciones.”[4]
Permitidme que diga que no soy capaz de encontrar ni la sabiduría, ni la gloria de Dios, si Él se dedica a realizar tales barbaridades. Este Dios, sin duda, será soberano pero es tan tirano y malvado como los señores de la guerra actuales.
Jesús irá por otra línea y su visión sobre el dolor y el sufrimiento la realizará desde la “horizontalidad”. El Maestro defenderá que el ser humano es creación divina y cualquier afrenta hacia él en realidad es una afrenta contra Dios mismo. Por ello no se tratará de una visión unidireccional, sino que desde la compresión del contexto humano, de su fragilidad, llegará a trazar la verticalidad. Cualquier dolor y abuso que sufre un niño es un dolor asumido como propio por Dios, y un abuso de la obra más perfecta de toda su creación: el ser humano. Desde esta premisa, el Galileo logró redirigir un concepto de Dios que lo hacía estar tan arriba que parecía que todo lo humano lo considerara poco importante.
Cristo se rebela contra la idea de que cualquier mal entre dentro de los designios y propósitos de Dios. El hambre, la violencia, las enfermedades, la muerte y el estado de miseria en el cual se encuentra el hombre es algo ajeno al amor de Dios, y por ello Jesús se enfrenta a tales hechos desde una posición de profunda misericordia y, a la vez, de profundo rechazo de lo que el pecado ha hecho en la creación de su Padre.
“Quien comete el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo”. (1 Juan 3:8)
Jesús vino para enfrentarse al Diablo, para desbaratar sus obras y no para ser él mismo quien las provocara, ni tan siquiera para “tomarlas” y “adaptarlas” a su voluntad.
Ante la noticia del fallecimiento de Lázaro Cristo lloró, se afligió profundamente ya que había perdido a un amigo. Ante la tremenda dureza e incredulidad de Jerusalén, como ciudad representante de todo el pueblo de Israel, Jesús clamó frente a ella con un profundo dolor de madre. Creo que hizo lo mismo en su encuentro con la mujer sorprendida en adulterio, con la samaritana, con la que padecía de hemorragias, e incluso con los hipócritas fariseos. Jesús se tomó muy en serio al ser humano, tenía una visión horizontal que le llevaba a la vertical.
Los evangelios tratan de Dios habitando entre los hombres. Piper se dedica a hacer una teología descarnada, de gran crudeza. No dudo de su pasión por Dios, pero no puedo estar de acuerdo con él. Este Dios que aquí presenta no me convence.
Por supuesto que Jesús buscó la gloria de Dios, pero para él esto significaba llevar todas nuestras angustias sobre sus hombros.
Lo grandioso de Jesús es que su persona y su obra son de una claridad absoluta. En él no hay nada oscuro, difuso o difícil de entender. De eso se trataba, de revelar en el ámbito de lo humano al Dios escondido. A Jesús se le puede deformar o rechazar, pero nadie puede argumentar que no lo entiende. Jamás el Galileo se colocó en un callejón moral sin salida.
Debemos escoger entre el Dios que hace sufrir a las personas hasta la demencia y el suicidio -en no pocas ocasiones y para alcanzar no sé qué concepto de gloria- y el que aborrece y lucha contra todo tipo de mal y quebranto humano; el que hace que una niña sea violada para demostrar su soberanía y el que rechaza totalmente tal acto y se duele y compadece con ella.
A este respecto no tengo dudas, me quedo con Jesús, con su mirada, con sus palabras, con su toque. Esto sí que es la manifestación de la gloria de Dios, y la de un Dios glorioso: “En el centro de las parábolas de Jesús sobre la gracia, se halla un Dios que toma la iniciativa para acercarse a nosotros: un padre enfermo de amor que corre a encontrarse con el pródigo; un señor que cancela una deuda demasiado grande para que su siervo se la pueda pagar; un patrono que les paga a los obreros de última hora lo mismo que a los que han trabajado todo el día; un hombre que da un banquete y sale a los caminos y las calles en busca de unos huéspedes que no merecen serlo.”[5]
[1] Piper, J., & Taylor J. (eds.). El sufrimiento y la soberanía de Dios. Ed. Portavoz, Michigan, USA, 2008.
[2] Ibid., p. 23.
[3] Piper, John (2011). No desperdicies tu vida. Ed. Portavoz, Michigan, USA, 2011, p. 65.
[4] Amnistía Internacional (2010). http://www.amnesty.org/es/library/asset/AFR51/006/2010/es/5186f243-100d-43bf-99e4-a26ae7e763ef/afr510062010es.pdf (accedido el 15 diciembre del 2013).
[5] Yancey, Philip. Gracia divina vs. condena humana. Ed. Vida, Miami, Florida, USA, 1998.