Posted On 03/11/2021 By In portada, Teología With 937 Views

Urgencia para el mundo evangélico latinoamericano | José Luis Avendaño

«LA URGENCIA PARA EL MUNDO EVANGÉLICO LATINOAMERICANO DE VOLVER AL SANO PRINCIPIO DE CATOLICIDAD TEOLOGAL, E INSERTARSE ASÍ EN EL SURCO NATURAL DE LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO CRISTIANO».

En su magnífico libro, «El Dios visible. Retorno a la cristología de la edad patrística», Sígueme, Salamanca, 2020, el sacerdote B. E. Daley, gran conocedor de la cristología antigua, se despacha un par de líneas que, debido a su importancia capital, cuánto más para nuestro mundo evangélico latinoamericano, no puedo dejar de reproducir, aunque la misma nos resulte un poco larga. Ojalá todo evangélico latinoamericano la pudiese leer:

«Muchos teólogos modernos, católicos y protestantes, cuestionan si es actualmente responsable que los cristianos -en una época basada en una visión básicamente empírica de la verdad, una fuerte conciencia acerca de la contingencia, de los eventos humanos y, la sospecha sobre el carácter mítico del discurso religioso- continúen afirmando que Jesús es genuinamente el Hijo eterno de Dios, que vivió, murió y resucitó en la historia como un ser plenamente humano. Para otros, en los que me incluyo, la fe cristiana descansa, en último término, en la afirmación de esta paradoja como literalmente verdadera; como la verdad que, por sí misma, contribuye necesariamente a reconfigurar toda nuestra comprensión de Dios, de la realidad, de la historia y de la acción del hombre. Pero precisamente porque nuestra comprensión de Jesús -lo que Grillmeier llamó nuestra ‘Christusbild’- se ha vuelto tan incierta, necesitamos más que nunca volver a las fuentes de la cristología clásica en toda su extensión: escuchar con seriedad a los sabios y santos eruditos y predicadores de la precrítica que lucharon con igual intensidad por penetrar en el misterio de Jesús, pero que a menudo lo vieron con ojos distintos a los nuestros. Necesitamos mantener la imagen equilibrada y analítica de Jesús que se logró en Calcedonia, pero también necesitamos recuperar una gran parte de esa ‘historia de los olvidos’ de la teología: tanto la tradición conciliar desde Nicea I hasta Nicea II y más allá, como la tradición exegética, homilética y espiritual de los primeros siglos del cristianismo que vio en Jesús la plenitud de la revelación salvadora del propio Dios y de nuestro destino: Emmanuel, ‘Dios con nosotros’, ‘Dios visible'».

Si Dale propone, y con toda razón, frente a los caprichosos tiempos del presente, marcados diría yo, por la dictadura del relativismo, la imposición de ideologías contra-natura y cristofóbicas propias del neomarxismo, y un secularismo hecho ya la norma, el regreso a la cristología antigua para una mejor afirmación de la comprensión de Cristo entre el mundo cristiano-católico, ¿qué podríamos proponer, entonces, nosotros para el propio mundo evangélico de América Latina, frente a los avances cada vez más crecientes del progresismo y el riesgo a partir de éste de difuminar a la persona de Cristo en una pura agenda ideológica neomarxista, asismiso? ¿Sólo una observación más detenida de la cristología antigua?

Ciertamente no, y no porque no sea de vital importancia un mayor conocimiento y aprendizaje de la cristología de los primeros siglos de la cristiandad, sino porque ésta si apenas es conocida en un mundo evangélico latinoamericano que, por su influjo misional ha sido tan violentamente desgarrado de todo sano y fundamental principio de catolicidad teologal y de su necesaria ligazón con el surco propio de la historia del pensamiento cristiano y aun filosófico, para ser recluido nada más que en una minúscula y fragmentaria tradición cuál es la «Religión Americana», al punto tal que su comportamiento, podríamos afirmar, guarda a veces muchas veces más relación con el fenómeno sociológico de las sectas que con una expresión genuina y regional de la fe cristiana.

La propuesta, entonces, para el mundo evangélico tendrá que ver, primeramente, con superar aquellas estrechas categorías de pensamiento en que le ha relegado su herencia misional, caracterizadas, básicamente, por un tan sesgado antiintelectualismo, anticatolicismo, y pérdida, al mismo tiempo, de todo sentido litúrgico y sacramental.

No es un dato marginal o irrelevante que los mayores vacíos de los que da cuenta el mundo evangélico subcontinental, sean precisamente aquellos dos grandes vacíos que sempiternamente han caracterizado a su herencia misional, sólo que en nuestro medio los tales, y por razones obvias, se han radicalizado cuánto más, a saber: El vacío el cuanto al pensamiento, el quehacer teológico; y el vacío en cuanto a la sensibilidad litúrgico-cultual. Dicho de otro modo, por una parte, aquel profundo antiintelectualismo, como, por otra, aquella tan notoria tendencia iconoclasta, minusvaloración del sentido del misterio e impulso anti-sacramental.

La propuesta, por lo demás y a diferencia de lo señalado por Daley para el mundo católico, en términos de volver a la cristología antigua, para el mundo evangélico latinoamericano tendrá, entonces, que ver, primeramente, con un insertarse en aquel fundamental principio de catolicidad teologal y de la historia del pensamiento cristiano, de los cuales prácticamente nunca ha participado, en la medida en que su propia herencia misional se lo ha negado, llevándole, muchas veces, como se ha dicho, más bien al comportamiento sectario, cuando no bizarro, que a plantearse a sí mismo como una correcta expresión cristiana regional, dentro de la gran «ecoumene cristiana».

José Luis Avendaño

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