Reflexiones teológicas, pastorales y sociales para el Tiempo Pascual
I. INTRODUCCIÓN.
Los lugares teológicos, funcionan como mediación en la comunicación entre Dios y el hombre y viceversa. Los evangelios van mostrando como Jesús, Verbo encarnado que favorece la comunicación divina, va moviéndose por lugares que representan discontinuidad y exclusión política, económica y religiosa. El presente artículo pretende mostrar como el paradigma de Galilea, signo de la exclusión, funciona como el lugar primordial en donde el Resucitado se manifiesta a los creyentes. Con esto, Galilea se transforma en un lugar teológico en donde se vive el encuentro con el Cristo vivo y resucitado, presente en los pobres y excluidos.
II. LOS LUGARES TEOLÓGICOS COMO MEDIACIÓN ENTRE DIOS Y EL HOMBRE.
La Palabra de Dios revelada se sitúa históricamente. La historia del pueblo de Israel se comprende soteriológicamente, y es en ella en donde Dios hace alianzas con el hombre de fe que se siente interpelado por la realidad divina. Es con esto que van apareciendo los llamados “lugares teológicos”, es decir, los lugares de encuentro con Dios. Estos lugares funcionan como mediación histórica entre Dios y el hombre, en donde la palabra necesita ser decodificada, de tal manera de responder a las perennes interrogantes del hombre. La característica fundamental de estos lugares de encuentro es que poseen una profunda dimensión histórica. Vemos, por ejemplo, que en al Antiguo Testamento, Dios se reveló en el acontecimiento de la creación, del Éxodo, en los profetas o en los reyes. Por su parte, el Nuevo Testamento trae consigo la novedad de la Encarnación, por la cual el Verbo de Dios pasa a formar parte de nuestra propia historia. Esto es que “en la historia habita personalmente el Verbo, y el Verbo que en su encarnación histórica hace presente al Padre y al Espíritu Santo” (Ellacuria, I. Sobrino, J. 1999. Pág. 138)
Una de las características de los lugares teológicos del Nuevo Testamento, es que poseen una fuerte dimensión política, económica y social. Dimensiones “cuyo peso es indudable en la propia configuración personal de la revelación de Dios al hombre y del encuentro del hombre con Dios” (Ellacuria, I. Sobrino, J. 1999. Pág. 138). Jesucristo hace patente a Dios en tierra de samaritanos, en la casa de los publicanos, en el diálogo con las mujeres, en el cruzar a la orilla de las tierras impuras. En estos lugares se hace patente y dinámica la salvación.
El lugar teológico por el que Jesús opta, es el de los miserables y desheredados, y no el de los ricos desheredantes Con esto se comprende que el lugar teológico es ante todo algo real, una determinada realidad histórica en la cual se cree que Dios y Cristo se siguen haciendo presente. Lo anterior va demostrando que los lugares teológicos por excelencia son los de discontinuidad, en donde los pobres, los marginados y las mujeres viven y luchan día a día. Son la clarificación de la misericordia y del humanismo liberador, claves del Reino del Dios de Jesucristo.
III. GALILEA COMO LUGAR TEOLÓGICO.
La misión de Jesús se realiza a partir de los viajes y movimientos físicos y territoriales que realiza anunciando el Reinado de Dios. La presencia de estos lugares, es fundamental en la composición y motivos teológicos de los relatos evangélicos. Uno de estos espacios es Galilea. Esta zona, ubicada al norte de Palestina y famosa por su fertilidad en los buenos suelos, era también un territorio menospreciado por los habitantes de la provincia de Judea. Era llamada la “Galilea de los gentiles” (1 Re 9,11-13), ya que era el paso fronterizo con el mundo pagano. Esto porque “la provincia estaba abierta al comercio con Fenicia, el Líbano de hoy y la colonia de Séforis, plantada en medio de la región, era un permanente punto de contacto con ele helenismo” (Martín Descalzo, J. 1998. Pág. 44). Este contacto con culturas ajenas al judaísmo, provocó que los nacionalismos sostuvieran que la tierra estaba contaminad. En relación a la presencia de personajes famosos, Galilea tampoco contaba con fama. El Evangelio de Juan nos comenta que los fariseos y los sacerdotes de Jerusalén, discutiendo sobre el origen de Jesús dicen que de Galilea “no sale ningún profeta” (Jn 7,52).
Ahora bien, en relación al ministerio de Jesús, los Evangelios nos muestran que este comenzó en Galilea (Mt 4,12 ss; Mc 1,14-15; Lc 4,14). Jesús opta por la tierra de la exclusión para evangelizar y anunciar el Reino de Dios. Con esto, se insiste que “Jesús inaugura y legitima el anuncio del evangelio a sujetos considerados excluidos del sistema religioso judío, esto es, endemoniados, impuros, indignos de la alianza con Dios” (Carbullanca, C. 2011. Pág. 49). Se produce por ende una cristología desde los oprimidos y excluidos, los que aparecen como los primeros destinatarios de la Buena Nueva. Se cumple así el anuncio escatológico del Mesías que da comienzo a la nueva economía “El Espíritu del Señor Yahvé está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahvé. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos, a pregonar a los cautivos la liberación y a los reclusos la libertad” (Is 61,1).
En este medio excluyente, Jesús va realizando la misión evangelizadora. Galilea y los galileos se convierten en su lugar teológico. Son los territorios en donde se experimenta la “realidad conflictiva de explotación económica, de convulsiones sociales, de desintegración creciente de las instituciones religiosas, de explosiones mesiánicas” (Mester, C. 1987. Pág. 9). Jesús escucha y observa su lugar vital y hace patente a su Padre por medio de las acciones y palabras, que son signo del Reino que se ha acercado al hombre, como nueva sociedad liberada y liberadora de toda opresión y marginación.
IV. EL ACONTECIMIENTO PASCUAL Y GALILEA COMO LUGAR TEOLÓGICO.
El acontecimiento Pascual de Jesús ocurre en Jerusalén. La ciudad y el Templo representan la negación, la traición y la muerte. La envidia y la conspiración política ocurren al interior de sus murallas. La religión a la medida elaborada por los fariseos y los sacerdotes que ostentaban el poder político, religioso y económico, había negado sistemáticamente la cercanía de Dios a los hombres, y los pobres y excluidos habían sido las primeras víctimas. La acusación que los grupos de poder habían formulado contra Jesús, estaban basadas en que lo que Él había dicho y hecho, a saber “ha anunciado el reinado de Dios como buena noticia para los pobres y pecadores, ha desenmascarado la religión ideológica de las autoridades judías, y ha mostrado el amor eficaz y gratuito de Dios. El Dios que Jesús revela no es el dios de las autoridades judías. Ahí está la blasfemia” (Silva, J. 1989. Pág. 337). El Dios que los escribas y fariseos anuncian en Jerusalén, no es el mismo que Jesús anuncia en Galilea a las prostitutas, publicanos y pecadores. Es por ello que los sencillos comprenden que Jesús enseña “como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mc 1,22). No es el Dios alienante, sino que es el Dios liberador.
Y este Dios liberador es el que el domingo por la mañana, reivindicará la misión evangelizadora de Jesús, resucitándolo de entre los muertos. La resurrección se presenta como el paso de una condición marcada por el pecado y la muerte, a una constituida en vida plena. Para los primeros cristianos, este acontecimiento esencialmente novedoso, se presentaba como “el apogeo natural de su vida entera (la de Jesús) y la justificación de todas sus afirmaciones sobre su propia persona durante su ministerio. Era también una garantía de que la vida y la enseñanza de Jesús (…) constituían el camino por el que los hombres podían llegar a conocer a Dios” (Drane, J. 1989. Pág. 94). Lo anterior nos vuelve a hablar de los lugares teológicos. La vida de Jesús y su evangelización a las culturas campesinas, pobres y marginadas de Galilea, figuran como el lugar o mediación por el cual podemos llegar a saber quién es Dios y quién es el hombre.
Los evangelios sinópticos coinciden en que el primer día de la semana, el mensaje que los ángeles entregan a las mujeres es que Jesús se adelantará a la comunidad y se aparecerá en Galilea (Mt 28,7; Mc 16,7) Y ¿qué significa esto? Significa que la existencia plena de Jesucristo por la Resurrección, se evidencia en los pobres, en las mujeres, en los leprosos, en los campesinos y pescadores. En ellos, Dios también ha resucitado a Jesucristo en virtud del Espíritu derramado en la evangelización. El Resucitado no aparece en el Templo de Jerusalén o en el Sanedrín, sino que se hace patente en los lugares teológicos de marginación. Esto fue comprendido a la luz de “la fe post-pascual de los discípulos, que estaba fundada en la experiencia que tuvieron en su camino con Jesús en Galilea” (Asociación Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo, 2007, Pág. 212) Se experimenta la teología del encuentro. Encuentro vital, profundo y novedoso que se establece entre la comunidad y el Resucitado.
V. LAS NUEVAS GALILEAS Y LA MISIÓN DE LAS IGLESIAS.
Ahora bien ¿existen aún tierras galileas en la sociedad que nos toca vivir? La respuesta es afirmativa. En nuestra historia, aún encontramos a los pobres, a los marginados y excluidos por el sistema económico, político, cultural, educacional, de salud, de oportunidades laborales. Son esos lugares que Michel Foucault considera como “otros lugares”. Estos son “lugares diferentes de lo que la sociedad considera ‘normal’: cementerios, cárceles, burdeles, hospitales, etc. La sociedad pretende que estos lugares no existan, los oculta y sin embargo, los necesitan” (Asociación Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo, 2007, Pág. 212)
Por la resurrección, el hombre puede volver a entrar en comunión con Dios por mediación del resucitado. Los pobres y los excluidos, forman parte de esta mediación histórica, ya que
“podemos decir que son Cristos ocultados. Son Cristos escondidos que aparecen en lugares ocultados a personas excluidas y aparentemente inexistentes. Sin embargo, son revelaciones del Dios único y verdadero quien a través de su Espíritu Santo (…) desea que conozcamos s su Hijo encarnado en la carne de cada uno y cada una de nosotros, aun de las personas excluidas en los ‘otros lugares’”.
Es misión de las Iglesias cruzar a la otra orilla, y comprender que Jesucristo no se queda en el Templo de Jerusalén o en los lugares ‘puros’. Su presencia dinámica atraviesa todos los espacios en donde el hombre se desarrolla, y aparece con mayor fuerza en donde la humildad y el servicio se hacen vida consecuente. Desde allí, la experiencia de la resurrección nos va interpelando y provocando la actitud praxiológica que debemos tener para con los Cristos resucitados ocultos. Esta es la actitud de los discípulos de Emaús que van de camino y pueden reconocer a Jesús en el pan partido y en la palabra de Dios proclamada en la historia. Jesús asumió en su ministerio público el ir a las tierras de Galilea. El hombre configurado en Jesucristo Salvador, debe promover ese encuentro en ese mismo lugar teológico.
En relación a esto, nos dice Dolores Aleixandre:
“En las galileas de hoy estamos llamados a establecer, también con los que no comparten nuestra fe, relaciones de proximidad, reciprocidad e intercambio, y a compartir con ellos oscuridades y preguntas, y también momentos de luz y revelación (…) En las galileas de hoy necesitamos ese humilde reconocimiento de nuestros propios límites para adaptarnos a ritmos discontinuos, aparentemente menos eficaces” (Aleixandre, D. 2010. Pág. 21)
Sólo así el encuentro con el Resucitado es operante. Sólo así favorece la conversión y estimula la acción misionera fundada en la caridad, en la fe y en la esperanza, con lo cual se cumple el anuncio de los ángeles a las mujeres la mañana de la resurrección “Vayan a Galilea, allí lo verán”.
VI. SÍNTESIS FINAL.
El acontecimiento de la Resurrección de Jesucristo, marca un antes y un después en la vida de la comunidad eclesial. El acontecimiento pascual y sus signos de rotura con las tradiciones antiguas que son superadas por la muerte de Jesús, nos hacen comprender como la novedad que representa el Reinado de Dios, se hizo palpable en un campesino, en un jornalero, en un galileo, en Jesús de Nazaret. Es interesante comprender que las apariciones del resucitado no acontecen en el Templo de Jerusalén o en los lugares “normales” que la sociedad nos impone. Por el contrario, la presencia siempre nueva y siempre dinámica del Hijo de Dios, se materializa en Galilea, en los suburbios de las ciudades, en los lugares teológicos en donde los Cristos ocultos esperan el desvelamiento por parte de la comunidad.
En nuestra historia social, aún encontramos nuevas galileas desde las cuales Dios sigue hablando al hombre. Es necesario que el proyecto del Reino afecte también a las nuevas tierras marginadas, a ejemplo de Jesucristo, evangelizador de los marginados. La Iglesia, prolongación histórica de Jesús, debe reavivar esa dimensión práxica que permita la misión y el anuncio del Evangelio, como liberación de los pobres y oprimidos.
El resucitado nos sigue invitando, nos sigue interpelando o buscarle en esos lugares “anormales”, que escapan de nuestras lógicas humanas y creyentes. Él se atrevió a cruzar a la otra orilla en busca de las ovejas perdidas. Hoy él nos sigue pidiendo que nos pongamos en camino, dejando de lado nuestras seguridades, y nos atrevamos a reconocerlo en aquellos que la sociedad va ocultando.
Bibliografía: Silva, J. (1989). “El significado eclesiológico de la solidaridad de la Iglesia con los pobres”. Concepción: Pastoral Obrera de Concepción; Martín Descalzo, J. (1998). “Vida y Misterio de Jesús de Nazaret, Tomo I Los comienzos”. Salamanca: Ediciones Sígueme; Ellacuría, I, Sobrino, J. (1999). “Fe y Justicia”. España: Desclée de Brouwer; Drane, J. (1989). “Jesús”. Navarra: EVD; Mester, C. (1987). “La práctica liberadora de Jesús”. Santiago: Rehue; Asociación ecuménica de Teólogos del Tercer mundo. (2007). “Bajar de la cruz a los pobres, Cristología de la Liberación”; Carbullanca, C. (2011). “¿Existe la mala suerte? Evangelización de los pobres en la sociedad tecnológica”. Santiago: San Pablo; Aleixandre, D. (2010). Lugares para ver a Dios. Revista Mensaje, (590), pp. 16-21.