La cuestión del reino se debate entre su presencia y su ausencia, su cercanía y su lejanía, entre el “ya, pero todavía no” del que hablara Oscar Cullman en 1957. Cuando Jesús comienza su ministerio anuncia: “Arrepentíos porque el Reino de los cielos se ha acercado” (Mat 3.2; 4.17; Mc 1.15). El mensaje es claro e inequívoco, ya está presente porque el Rey ha venido y realiza señales que certifican que eso es así, de manera especial porque los pobres, los marginados, los que no cuentan (huérfano, viuda, extranjero, pecador…) son los primeros de la lista para ser socorridos por el Maestro.
No obstante, el mismo Jesús, al ser interpelado por sus discípulos para que les enseñara a orar, les dice: “Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino…” (Luc 11.2). El mismo Jesús que había dicho que el Reino de los cielos se había acercado, ahora solicita a sus discípulos que pidan al Padre “venga su reino”.
Esto parece contradictorio, pero no lo es. Todo depende del significado que le demos al Reino de Dios, que no tiene nada que ver con la salvación, ni con la iglesia, como algunos han pretendido enseñar. Cuando se habla del Reino de los cielos se trata de una nueva forma de vivir (que podría encajar con la alternativa de la que hablara José María Castillo o la sociedad de contraste que nos propone Gerhard Lohfink); no se trata de un conjunto de doctrinas para creer y asumir. Los autores del Nuevo Testamento intentaron dar forma al conjunto de creencias que debían tener y esto se desarrolló sobre todo en la segunda mitad del siglo I y durante el siglo II y posteriores (Rafael Aguirre ed., “Así vivían los primeros cristianos”, Estella: Verbo Divino, 2017). Pero Jesús no tuvo ningún interés en sistematizar la fe, ni en delimitarla. Jesús no transmitió una doctrina al estilo de los dirigentes religiosos judíos. Su interés estuvo en la praxis, en un estilo de vida caracterizado por hacer el bien al prójimo; toda su vida expresaba esa idea y ahí está la esencia del Reino de Dios.
Por ello, se puede afirmar con rotundidad que el Reino de Dios se ha acercado cuando la Comunidad cristiana hace visible la libertad, la tolerancia, la igualdad, el perdón, la justicia, la paz, el amor…, y se esfuerza por el bien de los más desfavorecidos. Y, si esto es cierto, en mi opinión lo contrario también: Si una Comunidad no refleja esos valores es que no está presente el Reino de Dios y, cobra especial relevancia entonces la propuesta de Jesús: “Venga tu reino”. Y la expresión que el evangelio recoge a continuación es providencial: “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Y la voluntad de Dios tiene que ver precisamente con esos valores que se han de manifestar en la vida cotidiana para erradicar el atropello del poderoso. En la Comunidad que visibiliza el Reino de Dios no se tolera la dominación, sino que se practica la igualdad de todos sus miembros; no se discrimina al diferente por cuestión social, racial, económica o de género.
Se visibiliza el Reino de Dios y, por lo tanto, no hace falta que venga, cuando se trabaja por la inclusión y no por la exclusión, cuando el bien del prójimo es la prioridad. El NT asocia la venida del Reino a las señales que Jesús hacía y eso mismo es lo que encomienda a sus discípulos: “Sanad a los enfermos…, y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios” (Jc 10.9). Por eso, el Reino de Dios está presente donde se prima el bienestar del prójimo.
Pero llama la atención que el mismo Jesús dice que “desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mat 11.12). ¿Cómo pueden los violentos arrebatar algo tan preciado? A los violentos no les interesa cambiar el “statu quo”. Por eso, a partir de la irrupción del Reino de Dios, los dirigentes religiosos se confabularon para eliminar al Rey que se había convertido en un perturbador, en un inquietante revolucionario, que amenazaba la estabilidad de los poderosos.
El Reino de Dios sufre violencia cuando una Comunidad cristiana está centrada en su culto, en su doctrina, en su liturgia…, mientras olvida la reconciliación, el perdón, la solidaridad, la justicia, el servicio, la igualdad… ¿Cómo es posible que haya todavía Comunidades cristianas en las que la mujer no pueda hablar o no le permitan formar parte del Consejo pastoral? En esa iglesia el Reino de Dios sufre violencia, los violentos lo arrebatan y, por lo tanto, hay que clamar “venga tu reino”.
¿Cómo es posible que en el tiempo en que vivimos las personas sean discriminadas por razón de su orientación sexual amparados en una lectura literalista de la Escritura? Jesús dijo: “El que a mí viene, no le echo fuera” (Jn 6.37). Entonces, ¿por qué la iglesia del siglo XXI no pone el acento en estas palabras de Jesús y se aferra a la tradición interpretativa de otros textos que por otro lado, desde mi punto de vista, están orientados a situaciones de abuso y tráfico sexual? Cuando la iglesia hace esta discriminación o mira para otro lado ante situaciones así, el Reino de Dios sufre violencia, los violentos lo arrebatan y, por lo tanto, hay que clamar “venga tu reino”.
¿Cómo es posible que haya desigualdades sociales en la Comunidad, al estilo de lo que denuncia Pablo escribiendo a los corintios cuando unos se atiborran y otros pasan hambre? (1 Cor 11.21). A partir del mensaje de Jesús, en la Comunidad cristiana no puede haber necesitados, sino que se practica la solidaridad en torno a una “mesa compartida” para que todos tengan sus necesidades cubiertas. De lo contrario, el Reino de Dios sufre violencia, los violentos lo arrebatan, y por lo tanto, hay que clamar “venga tu reino”.
Ya, pero todavía no. En muchos aspectos, es la propia iglesia del siglo XXI la que fomenta el “todavía no” por lo que hay que seguir clamando “venga tu reino”.
Pedro Alamo
junio 2022