“…y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres…”
“…si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres…”
Para el tiempo en que Jesús llegó con sus buenas noticias, todos de alguna manera estaban buscando liberarse de algo y todos lo intentaban basados en su idea de verdad.
Los zelotas, campesinos alzados en armas y con estrategias de milicia subversiva, en busca de liberar al pueblo de las opresiones del imperio romano (y de sus secuaces), que con sus estructuras económicas había hecho de los aldeanos unos miserables en busca del pan diario de supervivencia. Ellos descansaban en las promesas y las ilusiones del rey legendario, ungido de Dios que castigaría a los enemigos de Jacob y les daría a los judíos el dominio sobre todas las naciones.
Los esenios aseguraban que los servidores del templo se habían desviado y que el mundo era un lugar impuro y carente de dignidad. Por eso establecieron comunidades privadas en el desierto donde cumplían con rituales diarios de limpieza y celebraban el pan del banquete, mientras esperaban el cumplimiento de los tiempos y la cena escatológica cuando Dios al fin tomara el poder sobre la tierra y los gobiernos, y el templo al fin fuese purificado para partir y compartir el pan frente al “gran rey”. Ellos querían ser libres de la corrupción de las estructuras religiosas, y de la contaminación del mundo.
El camino de los fariseos, maestros de la religión popular, fue radicalizar la observación de la ley y la separación del otro; de quienes no cumplían a cabalidad los rituales del mandamiento y de las tradiciones, de quienes estaban enfermos con diferentes patologías, de quienes manifestaban algún trastorno demoníaco, de los que no pertenecían a la raza judía y de los pecadores y pecadoras que “contaminaban a la nación”. Ellos querían también la libertad del yugo imperial y de un mundo de opresión, pero creían que la realidad que vivida era el resultado de un pueblo distante de la pureza, que necesitaba ser limpiado, es decir, separado y diferenciados. En la medida en que eso pasara Dios daría la salida a todos los males.
Y los saduceos, quienes regían la estructura y los rituales, de ellos ya habían hablado los profetas deslegitimando las dinámicas del santuario porque no representaban los intereses de Dios, se les llamó a recapacitar y a volver del camino malo, a volver la mirada a los desamparados y a aportar en la esperanza de las personas. Los sacerdotes habían hecho pactos con los imperios de turno, su representación de las cosas divinas les daba un poder importante de cohesión social que a los gobiernos imperiales les convenía. Ellos querían ser libres de cualquier levantamiento del pueblo enojado por la escasez y la profanación de los rituales, querían ser libres de cualquier amenaza en contra del sistema del templo y eso lo buscaban con la represión militar, y con la justicia oficial del gobierno local y del imperio.
Estos grupos y sus luchas por “libertad” son el telón de fondo en la proclamación constante de Jesús y la verdad del evangelio y su invitación a mirar el mundo desde otra realidad, una realidad de la esperanza, y a vivir de acuerdo a ella, a arrepentirse, cambiar la manera de pensar y de comportarse al respecto de la vida y de los otros. Todo esto basado en el amor a Dios y al prójimo “de él dependen toda la ley y los profetas”
El amor en el discurso de Jesús no era una mera doctrina de las emociones. Su constante llamado a amar al otro se levantó en medio de una lógica de odios e indolencia, también de falta de empatía. El odio por las razas no judías, el desaliento al respecto de los “representantes de Dios” del templo y de la monarquía, la marginación de los impuros y pecadores, el sentimiento de traición volcado a los recolectores de impuestos, el paso de la pobreza a la mera supervivencia. Todo generaba un escenario y un ambiente implacable de odios.
Así, el amor es el camino que promete una libertad forjada sin las armas de los zelotas o la separación radical de los esenios, sin la marginación del otro de los fariseos o la represión inclemente de los saduceos. El amor del evangelio, como centro de la vida y el discurso de Jesús, es un acto de resistencia a las realidades sociales, religiosas y políticas del tiempo, y es un acto de esperanza, una declaración de fortaleza que se levanta en contextos de desolación y muerte.
El movimiento de Jesús se levantó en favor de los enfermos y endemoniados sanándolos de forma gratuita. Jesús tocaba y se dejaba tocar de aquellos impuros contaminadores a los que la ley demandaba tener lejos. Él componía parábolas en cuyas enseñanzas Dios era un padre compasivo y amoroso, los pecadores eran aceptados y abrazados por su perdón.
En medio de tantos grupos políticos y religiosos actuales en busca de la libertad, nos hace verdaderamente libres el amor del evangelio, la entrega hasta la muerte por el bienestar y la dignidad del otro. En medio de acciones políticas de represión, marginaciones religiosas en busca de la pureza, separaciones radicales del mundo en comunidades y vidas distantes de todo y de todos, y levantamientos armados de unos y otros extremos, el camino del evangelio le da sentido y rumbo a nuestra vida contemporánea, nos hace trascender la realidad de alienación social y nos liberta de los egoísmos, conocer su verdad, caminar en su verdad, hacer de ella nuestra bandera nos hace libres y nos convierte en libertad para los demás un mundo de desesperanza.