Ahora resulta que el cielo es más sensitivo de lo que uno creía. Hace calor, se percibe una infinidad de colores, hay sillas para los niños, encuentro con parientes, ángeles con alas que cantan bonitas canciones, arcángeles bromistas. Jesús es alto, con barba y cabello castaño, ojos azul cielo. El Espíritu Santo es medio transparente y medio azul.… Son las declaraciones de Colton Burpo, el niño (hoy ya un adolescente de 13 años) que afirma haber estado en el cielo como resultado de una delicada operación de peritonitis durante la cual y por unos tres minutos abandonó el cuerpo para ir al cielo y regresar.
Estos últimos días, Colton Burpo y sus padres, que han recogido la experiencia de su hijo en el libro El cielo es real del que se han vendido millones de ejemplares por todo el mundo, han estado en España para presentar un nuevo libro con el título: El cielo lo cambia todo. La polémica con respecto a este viaje al cielo de ida y vuelta está servida.
La experiencia de Colton Burpo nos recuerda los relatos recogidos, hace ya unas décadas, por R. A. Moody en su libro Vida después de la vida, que reabrió el debate sobre la supervivencia de la conciencia tras la muerte. El libro recoge informes de personas que habiendo estado clínicamente muertas continuaron viviendo y relataron sus experiencias con muchos puntos de contacto entre ellos: oscuridad, largo túnel, percepción extrasensorial, seres que se acercan al moribundo, visión de amigos y parientes, ser luminoso que irradia amor y calidez, visión retrospectiva de la vida, sentimientos de paz, resistencia a volver a unirse al cuerpo físico…
¿Significan estas experiencias, como se preguntaba H. Küng, un haberse asomado tales personas al otro lado de la vida? ¿Prueban dichas vivencias que existe una vida después de la muerte? Es evidente que los fenómenos descritos no pueden ser negados, ya que han sido la experiencia de muchas personas. Ahora bien, ¿qué significan? ¿Qué nos dicen realmente? Tal fenomenología debe ser interpretada con suma prudencia y con la máxima objetividad.
Cabe señalar que los fenómenos recopilados y descritos por R. A. Moody no son exclusivos de moribundos, como el propio investigador reconoce; existen situaciones anímicas especiales en las que se dan experiencias análogas: delirios por trastornos esquizofrénicos, alucinaciones por el consumo de drogas, hipnosis, entrenamiento autógeno… Ello significa que tales fenómenos probablemente puedan ser explicados científicamente a partir de la bioquímica cerebral o desde algunos estados psicológicos de conciencia alterada y, por lo tanto, no representan ninguna prueba de que los moribundos que han descrito tales experiencias se hubiesen asomado al otro lado de la vida. El propio autor no habla ya tanto de situaciones de muerte, sino de experiencias cercanas a la muerte. El propio Colton Burpo reconocer haber estado cerca de la muerte.
Por lo tanto, los relatos proceden de personas que han experimentado el proceso de morir, pero no la muerte. El morir es el camino, son los procesos psicofísicos previos a la muerte; la muerte es el término, es el fin. Son experiencias de personas que han estado muy cerca de la muerte, que llegaron hasta el umbral de la misma, pero que no traspasaron. Sus percepciones no son del otro lado, continúan siendo experiencias de este lado de la existencia.
Tampoco las experiencias relatadas por Colton Burpo y por R. A. Moody reflejan la totalidad de la fenomenología del morir; existen relatos, tanto de médicos como de pastores protestantes y sacerdotes católicos, que hablan de otras manifestaciones en el proceso del morir, no siempre tan plácidas, como pueden ser situaciones de angustia y temor frente al misterio del más allá. No disponemos, pues, de un solo relato.
Debemos ser muy prudentes a la hora de pretender describir aquello que no forma parte de nuestra experiencia. Nos desenvolvemos en el espacio y en el tiempo. El cielo de la fe es la superación de estas coordenadas. Por todo ello, pensamos que no es tanto un lugar físico y sensorial, sino que es el ámbito misterioso y eterno de Dios.
Nuestra actual comprensión del universo nos impide aceptar, como en los tiempos bíblicos, que la bóveda celeste al alcance del hombre sea la cara exterior de la morada de Dios. El cielo de la fe no es el cielo de los astronautas. Dios no es un ser que habite, en un sentido físico o espacial, sobre o por encima del universo material. Por mucho que los seres humanos realizásemos viajes espaciales hasta los confines de nuestro sistema solar, de nuestra galaxia o hasta los límites del universo, el astronauta ateo continuaría diciendo que no ha visto a Dios y el creyente continuaría recitando el primer capítulo del Génesis.
El cielo de la fe no es tan solo la contemplación beatífica de Dios. Por influjo de la concepción platónica del mundo de las ideas, de la filosofía judeohelenista de Filón, de algunos padres de la iglesia como Agustín, de la teología de la Edad Media… se ha ido estructurando un imaginario consistente en una visión beatífica de Dios por parte de almas descarnadas y ángeles en actitud de contemplación y adoración perpetua; es un cielo de espíritus puros, sublimado y estático, de descanso eterno, que deja sin respuesta muchas cuestiones como: ¿Qué sucede con las potencialidades del ser humano de comunicación, lenguaje, amor…? ¿Contemplaremos y amaremos solo a Dios? ¿De qué modo deben entenderse los nuevos cielos y tierra de Isaías y Pedro donde reinará la justicia? ¿A qué tipo de justicia se refieren? ¿No dejan entrever estos textos una realidad dinámica y superadora del actual estado de cosas y de los conceptos míticos del más allá?
El cielo de la fe es un estado, un modo de ser. Dios infinito no es localizable ni en el espacio ni en el tiempo. El ser eterno no se halla circunscrito a las coordenadas de la finitud. El cielo de Dios significa la vida de Dios. El cielo de la fe es el ámbito inaprensible de Dios. El cielo es el futuro de lo antropológico, que es, a su vez, Dios mismo.
El cielo en el que esperamos es la superación del extrañamiento entre creador y criatura, hombre y naturaleza, logos y cosmos. Desaparecerá la división entre el más acá y el más allá, arriba y abajo. Dios será todo en todos, transformándolo todo en sí mismo y dando a todos parte en su vida eterna. Es la comunión íntima y permanente con Dios mediante la participación en su vida divina.
Concluimos con este fragmento de L. Boff que, si bien no deja de ser lenguaje humano con la pretensión de describir lo inenarrable, no deja de ser un interesante texto que intenta aproximarnos a la realidad última de la eternidad con Dios. “Todo aquello que aún no se había experimentado y que siempre se había anhelado, todo aquello que todavía no se había encontrado y siempre se había buscado, el descanso permanente en el grado más alto; la identidad última consigo mismo en unión con el misterio inefable de Dios (…) El cielo es la convergencia final y completa de todos los deseos de ascensión, realización y plenitud del hombre en Dios. Es la atmósfera de Dios, infinita, plena y realizadora de todo aquello que la persona puede soñar y aspirar de grande, bello, reconciliador e infinito”.
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