“Yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia” (Jesús)
Parece ser que el tema de la prosperidad material es un tema relevante hoy en las iglesias evangélicas. Nuestra propuesta es que podamos entender la prosperidad a partir del propósito de Dios hacia su creación: la vida plena o bienestar integral, que se resume en la voz hebrea shalom. La prosperidad material es solo un aspecto de algo más integral (el shalom). Justamente porque es un aspecto del bienestar integral, y no el todo, la Biblia hace un llamado constante a cuidarnos de buscar la riqueza. Otro aspecto que nos ayuda a entender mejor este tema es verlo a la luz del reino de Dios. En las últimas décadas hemos ido entendiendo que una parte del reinado de Dios tiene que ver con el bienestar humano, con el ordenamiento social y político, con la superación de la pobreza y la instauración de la justicia social. Ciertamente el reinado de Dios es más que eso, se trata de su necesaria concreción histórica. Las iglesias evangélicas ya no podemos seguirnos dando el lujo de obviar el actual contexto latinoamericanos- marcado por las injusticias estructurales -, sino que al interior de nuestra historia tenemos que buscar una transformación que se acerque a los ideales que nos plantean los escritores sagrados. Por lo tanto debemos seguir luchando para mostrar esta dimensión más amplia del reinado de Dios y no quedarnos con la visión reduccionista que nos llegó a través del fundamentalismo y del conservadurismo teológico que mostraba el reino de Dios como: 1.- el gobierno de Dios en los corazones de los creyentes, 2.- la comunidad de los fieles y 3.- un futuro metafísico al que se llama “el cielo”. Es decir el gobierno o reinado de Dios se realizaba en tanto se negara la satisfacción de las necesidades corporales.
En la perspectiva bíblica la nación toda, y no sólo individuos aislados o pequeños segmentos sociales, están llamados a vivir una vida de bienestar integral. El shalom es producto del reconocimiento de Jehová como Dios, del cumplimiento de su voluntad expresada en la ley, y de la práctica de la justicia entre los seres humanos. No cumplir con la ley era abandonar al Dios que los liberó de Egipto y traicionar al pueblo organizado en tribus que anhelaba la posesión de la Tierra Prometida. Por eso, se habla del incumplimiento de la ley en términos de maldición. Dios, de ninguna manera bendeciría el volver al estilo de vida que tuvieron en Egipto. Dios no prosperaría a la nación. Este llamado de Moisés al Israel liberado fue recordado numerosas veces por Dios a su pueblo por medio de sus voceros: los jueces. Israel conoció en este mismo periodo tribal épocas de sequía material y espiritual. La idolatría hizo que cayeran en manos de sus enemigos numerosas veces. Pero Dios, quien es rico en su misericordia, los levantó una y otra vez.
Muchas páginas se han escrito acerca de la condición económica de nuestro Señor Jesucristo. Resumiendo, diremos que mientras por un lado están los que lo describen como un pobre y oprimido, por otro lado están aquellos que lo ven como un hombre rico que tenía hasta tesorero y vestía ropas caras. Sin embargo, la exégesis actual no cae en estereotipos, sino que ve que el asunto es más complejo y que hay que considerar las coordenadas socio culturales del mediterráneo para una evaluación seria. Jesús, pues, no era ni pobre ni rico, según nuestras categorías modernas occidentales. Tal vez lo más importante en este punto no sea ese asunto, sino con quiénes se relacionaba y como anunciaba el reinado de Dios (shalom).
El mensaje de Jesús es un llamado a la confianza en Dios, a la búsqueda del shalom y a la renuncia de la riqueza material y sus afanes propios. ¿O es que es muy difícil entender que “la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”? (Lucas 12:15). Pero a su vez, el texto revela que el bienestar humano sólo es posible si hay satisfacción de las necesidades materiales, antes no.
La espiritualidad encuentra su expresión en la relación con otros, en las actitudes de comprensión, simpatía, solidaridad y compromiso. Esto se ve claramente en la espiritualidad de Jesús: Su comunión con Dios encontró su verdadera expresión al bajar de la montaña, para mezclarse con el pueblo. Se trataba de una interacción constante entre la meditación, la oración y la acción. La verdadera espiritualidad se expresa a través del servicio y en las relaciones de curación con los demás.
Como cristianos no podemos escapar a la realidad del quebrantamiento y sufrimiento del pueblo de Dios que es la propia iglesia. Como el amor es incluyente, el evangelio del amor nos exige acompañar a los pobres en su lucha por la justicia. Descubrimos nuevas perspectivas a medida que nos identifiquemos con estos miembros del cuerpo que también son parte de las iglesias. Como comunidad de curación o terapéutica, la congregación une sus fuerzas a las de Dios para restablecer relaciones sanas entre las personas y toda la creación. El mensaje de liberación del evangelio es parte de la vida de la Iglesia. Participar con el pueblo en la construcción de un orden social justo nos conduce al camino del reino de Dios, la vida plena. La visión de la Iglesia es la de una sociedad en la que todos viven en armonía unos con otros, con la naturaleza, y con Dios, trabajando plenamente de manera desinteresada para responder a sus propias necesidades y a las de los demás. Se necesita aún una gran dosis de reflexión y esfuerzo para crear comunidades que practiquen el cuidado integral de todos y todas. Debe ser prioritario el estudio y tratamiento de las causas últimas que determinan la pobreza y la desesperanza. Hay que hallar la manera de renovar el medio ambiente por muy dañado que esté. Por último, las acciones individuales y colectivas de testimonio y servicio, no sólo constituyen signos de esperanza sino que engendran nuevas esperanzas.
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